Monday, May 30, 2011

La Iglesia Católica y el Pueblo Dominicano


“Pido perdón por las injusticias infligidas a los no católicos en el curso de la atormentada historia de estas gentes; y al mismo tiempo aseguro el perdón de la iglesia católica por el daño que han sufrido sus hijos”.

Juan Pablo II (1920-2005) Papa de la Iglesia Católica

A finales del mes de abril de este año los 2,247 millones de personas que profesamos la fe cristiana celebramos la Semana Santa, una conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, quien se sometió a los horrores de la tortura, flagelación y crucifixión en aras de nuestra salvación espiritual.

Es impresionante saber que casi todos los seres humanos que habitamos este planeta, calculados en casi 7,000 millones, creemos en Dios. Y lo afirmamos categóricamente, porque la verdad es que creemos en un Dios creador del hombre y del universo, un Dios omnisciente, omnipotente, misericordioso y amoroso.

El grave problema, empero, consiste en que la gran mayoría de nosotros no le cree a Dios, incluyendo a muchos de los que representan la iglesia de Jesús en la Tierra.

Dios nos manda y no le obedecemos. Dios nos habla y no le escuchamos. Dios nos ama y le damos la espalda. Dios nos enseña a través de Su Palabra y hacemos caso omiso de ella. El nos envió a su amado Hijo Jesús y, aún cuando El nos dio su ejemplo y señaló claramente que nadie va al Padre si no es por El y que El es el camino, la verdad y la vida, nosotros lo menospreciamos y no asimilamos sus enseñanzas.

Nuestras actuaciones como cristianos contradicen totalmente los principios de la fe que supuestamente enarbolamos. Haciendo un mal uso de nuestro libre albedrío, procedemos casi siempre como se nos antoja, violando la mayoría de los mandamientos y preceptos que Dios nos ha dado para regir nuestras vidas.

Nosotros los católicos y los miembros de las numerosas denominaciones protestantes que existen en el mundo sabemos que cuando algunos fariseos y herodianos intentaron sorprender a Jesús al preguntarle si era lícito pagar impuestos a Roma, uno de los escribas presentes en el lugar, al ver que la respuesta de Jesús fue correcta y contundente, le preguntó a su vez: “Maestro, ¿Cuál es el primer mandamiento de todos?”

Sabemos también que la contestación de Jesús no se hizo esperar: “El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos”.

Fáciles de decir y de escribir, pero difíciles de cumplir. Estos mandamientos deberían constituir las columnas más sólidas de nuestra fe y observarlos con rigurosidad haría posible tener el paraíso en la Tierra. Pero preferimos no hacerlo.

Lo anterior se aplica a la humanidad entera y, por supuesto, también a nosotros los dominicanos y a los jerarcas de nuestra iglesia católica.

Si los feligreses católicos dominicanos somos culpables de ser tan fríos en la observación de los dos principales mandamientos de Dios, es posible que más culpables sean los miembros de la alta jerarquía católica, quienes tienen el deber y la obligación de dar el ejemplo, cumplir los referidos mandamientos e imitar a Jesús en todo. Pero no lo hacen cuando contemplan impasibles el sufrimiento y vicisitudes de tantos hermanos nuestros que padecen el yugo a que los han sometido los gobernantes y políticos dominicanos, con su consentimiento y el de los sectores de poder de nuestro país.

Más del 90% de los dominicanos somos católicos. Yo lo soy, estoy orgulloso de ello y nunca dejaré de serlo, porque ser un buen católico ha sido uno de mis principales objetivos de vida. Estoy plenamente convencido de que mi deseo y decisión de seguir a Jesús y poner en práctica sus enseñanzas, nunca podrán estar supeditados al comportamiento de aquellos seres humanos imperfectos que son los sacerdotes y autoridades de la iglesia católica, así como los pastores de las iglesias protestantes, hombres llenos de virtudes y defectos, como los de usted y como los míos, y que están también sujetos a cometer todo tipo de errores.

Jesús mismo, como buen judío que era, nunca renegó de los valores religiosos que le fueron transmitidos y sus críticas contra saduceos, fariseos, maestros de la Ley y miembros del Sanedrín se basaron, como debemos recordar, en el debido cumplimiento de la Ley de Moisés y así lo expresó: “No crean ustedes que he venido a poner fin a la Ley de Moisés, ni a las enseñanzas de los profetas; no he venido a ponerles fin, sino a darles su verdadero significado. Les aseguro que primero cambiarán el cielo y la tierra antes que una coma de la Ley: Todo se cumplirá”.

Sin embargo, como católico y como dominicano me avergüenza saber que, contrariamente a lo que dijo e hizo Jesús en su tiempo, nuestras autoridades católicas han apoyado con su indiferencia y hechos todos los desmanes que gobernantes, políticos y clases de poder han cometido contra este pueblo, desde los tiempos de la independencia, pasando por todas las dictaduras, hasta el presente, y que han aceptado privilegios irritantes e irregulares (personales e institucionales) otorgados por esos gobernantes y políticos.

Lo paradójico es que la iglesia católica dominicana tiene mucho poder, tanto o más que el de los líderes y partidos políticos nacionales. Eso es innegable.

Así lo demostró cuando se sintió amenazada al final de la dictadura de Trujillo y sus actuaciones contribuyeron notablemente con el fin de esa tiranía. De igual manera, lo demostró cuando, ante el temor de la eliminación del Concordato y del cambio de filosofía del sistema educativo, encabezó desde 1962 los actos para convencer al pueblo de que Juan Bosch era comunista y para lograr su derrocamiento en 1963, lo cual fue causa posterior de la muerte y asesinato de miles de dominicanos, debido a los acontecimientos bélicos de 1965 y a la desafortunada elección de Joaquín Balaguer como presidente de la República en 1966.

Lo reitero: la iglesia católica dominicana tiene mucho poder, pero ese poder no ha sido generalmente usado para beneficiar a las grandes masas desposeídas de este pueblo, como es su obligación, ni para proteger a la clase media de los abusos a que la han sometido los gobiernos que hemos tenido.

Un altísimo porcentaje del pueblo atraviesa por grandes precariedades y penurias, ante la apatía e insensibilidad de muchos de nosotros, incluyendo a las autoridades de nuestra iglesia católica. Es impresionante y conmovedor comprobar el estado desolador de abandono y miseria humana y material que padecen tantos dominicanos, así como la falta de oportunidades para la niñez y la juventud de nuestra nación.

El 48% de la población dominicana vive en condiciones de pobreza y pobreza extrema y está expuesto diariamente a enfermedades, desnutrición, hacinamiento, promiscuidad, desempleo, falta de ropa, ambientes de insalubridad, viviendas con espacio y condiciones insatisfactorias, tales como pisos de tierra, paredes y techos de yagua o de zinc viejo o de plástico o de cartón, sin acceso a agua potable, servicio de cloacas o recogida de basura, así como a la imposibilidad de cubrir sus necesidades más básicas, lo cual comprende también el debido acceso a una buena educación y servicios comunitarios y de salud.

Todos esos problemas afectan negativamente a los millones de dominicanos marginados y excluidos social, económica e institucionalmente por la política de pobreza e ignorancia que deliberadamente han desarrollado los políticos inescrupulosos, corruptos y perversos que nos han gobernado en las últimas décadas y que se agrava cada día que pasa por la importación de la pobreza haitiana, con el consentimiento, participación y complicidad de nuestras autoridades.

En verdad les digo que han muerto más dominicanos como resultado de esos problemas durante la era “democrática” y de “progreso” post Trujillo, que durante los 31 años que nos gobernó el sátrapa.

Son tantas las dificultades que enfrentamos como pueblo, debido a los malos gobiernos que hemos tenido, que parece que no tenemos tiempo, ni paz, para estar conscientes de las acuciantes necesidades básicas insatisfechas que enfrentan esos hermanos dominicanos ante nuestra mirada indiferente y el desprecio de los hipócritas que detentan el poder político y económico.

Si bien es cierto que las numerosas parroquias de la iglesia católica han realizado muchas y maravillosas obras de bien social a favor de las clases desposeídas, también es cierto que, así como los problemas de la pobreza no se resuelven con una política oficial clientelista, sino que se agravan, la severa limitación de recursos económicos en manos de esas parroquias hace que el alcance y eficacia de esa labor social resulte a todas luces insuficiente para liberar de penurias a esa enorme masa de pueblo abandonada a su suerte por los gobiernos de turno.

Las principales autoridades de la iglesia católica conocen perfectamente esa situación y saben más que nadie de las aflicciones del pueblo. Sin embargo, su corazón parece estar endurecido y han preferido convertirse en una especie de cómplice del Sanedrín criollo que es el Gobierno Dominicano, al permitir que sobre las espaldas de los millones de pobres y de la clase media de este país se coloquen las cargas más pesadas y que no se realice en su favor la justicia social que pregona la iglesia católica desde que el 15 de mayo de 1891 el Papa León XIII promulgara la primera encíclica social denominada Rerum Novarum (“De las Cosas Nuevas”), la cual fue apuntalada posteriormente por el Papa Juan Pablo II con su Encíclica Sollicitudo Rei Socialis (“Preocupación Social”), promulgada el 30 de diciembre de 1987.

Durante la Semana Santa, los sacerdotes que tuvieron a su cargo la lectura del Sermón de las Siete Palabras recordaron a sus propios superiores, los jerarcas de la iglesia católica, la misión que encomendara Jesucristo a sus apóstoles, al tiempo que les advirtieron que deberían tomar más riesgos y dar la cara ante los abusos que cometen grupos económicos y políticos contra el pueblo dominicano. Así mismo, les exhortaron a evitar el coqueteo con los sectores de poder y reafirmar que las parroquias e instituciones eclesiales deberían estar comprometidas con la causa de los pobres.

Y la causa de los pobres no es otra que la de tener la esperanza de un mejor futuro, para ellos mismos y para sus hijos. Es indudable que no podrán tener esa esperanza mientras el poder político se use exclusivamente para beneficiar a los políticos, a los gobernantes y a sus familias, amigos y secuaces, en detrimento del pueblo. No podrán tener esa esperanza mientras no se escarmiente como se debe a esta mafia política que nos gobierna y que ha secuestrado la democracia para sustituirla por una caricatura de ella que sólo beneficia a los integrantes de esa mafia.

Al igual que el Presidente, sus funcionarios y los congresistas dominicanos, los miembros del Sanedrín judío y sus allegados eran gente muy rica, como resultado de la administración del tesoro y sus rentas y de los elevados ingresos y el poder que producía la religiosidad y el culto vinculados al Templo. Más que personas piadosas, se habían convertido en burócratas y hombres de negocio atrincherados en el Templo y vivían una vida llena de lujos y extravagancias a costa del pueblo.

Jesús se enfrentó abiertamente a esas castas dominantes de la aristocracia sacerdotal, integrada por saduceos, escribas y fariseos, que convirtieron la Torá o Ley de Moisés de 613 mandamientos en su negocio privado y llamó “ladrones y bandidos asalariados” a los jefes del Sanedrín, pues arrojaban a su pueblo a la pobreza, impotencia y desesperanza, tal como lo han hecho en la República Dominicana los gobiernos de los últimos 50 años y todos sus cómplices.

Si Jesús lo hizo, ¿Por qué no pueden hacerlo hoy las autoridades de la iglesia católica dominicana?

¿Por qué la iglesia católica no propicia un movimiento nacional similar al que ha emprendido una parte importante de la sociedad española ante los resultados decepcionantes e injustos, tanto económicos como sociales, del bi-partidismo inoperante de España?

¿No sabe la iglesia católica dominicana que la gran mayoría de los problemas sociales que afectan a sus feligreses por todo este desorden que prevalece en el país es consecuencia del descuido, irresponsabilidad, ineficacia y corrupción rampante de gobernantes, congresistas y funcionarios que hacen caso omiso de las necesidades perentorias de la población y que no están interesados en resolverlas?

¿No sabe la iglesia católica del desamparo de la niñez dominicana en todos los órdenes y de su futuro sin esperanza?

¿No está consciente la iglesia católica de que la enorme corrupción administrativa que padecemos es fruto de la impunidad acordada por los presidentes y dirigentes políticos de turno?

¿No sabe la iglesia católica que nada de lo que maneja el gobierno funciona correctamente, mientras se dilapidan los recursos públicos y se administra en beneficio de unos pocos?

Es relativamente fácil escribir cada año el Sermón de las Siete Palabras y tratar de aplicar esas frases y palabras pronunciadas por Jesús en los últimos instantes de su vida a la situación calamitosa que atraviesa nuestro pueblo.

El pueblo dominicano está ya cansado de observar a sus máximas autoridades católicas opinar casi diariamente sobre los más variados temas, aún sobre aquellos más intrascendentes, aparecer más que el Presidente de la República en los periódicos nacionales o realizar actividades de mediación que nada tienen que ver con la justicia social, mientras sus necesidades más perentorias son desatendidas por los responsables de resolverlas.

Es fácil para las autoridades de la iglesia católica hacer exhortaciones, críticas o declaraciones por la prensa nacional o medios de comunicación, las cuales ya sabemos de antemano que serán reconocidas o alabadas por políticos y empresarios, pero que siempre caerán en el vacío, porque aquellos a quienes se dirigen realmente les prestan oídos sordos y nada hacen para actuar en beneficio del pueblo.

Como siempre, el papel y los micrófonos lo aguantan todo.

Lo difícil para las autoridades de la iglesia católica parece ser el tener la disposición y la decisión para exigir el cumplimiento de los deberes que esos sectores tienen con la población dominicana y para llevar a cabo las tareas que correspondan, a fin de hacer realidad las aspiraciones de bienestar, justicia social y verdadero progreso del pueblo.

Lo difícil es hacer lo que hizo Jesús: escuchar el clamor de los marginados por la religión y por la sociedad de su pueblo y defenderlos aunque le costara la vida, como al final resultó ser.

Lo difícil es imitar a Jesús cuando encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, así como a los cambistas sentados detrás de sus mesas, quienes habían pagado buenas sumas de dinero al Sumo Sacerdote y a sus amigos del Sanedrín por la autorización para hacer negocio allí. Los católicos sabemos que Jesús no era sacerdote ni guardia del Templo, pero sabemos que ese Templo era la casa de su Padre, porque allí descansaba la presencia de Dios, protegiendo y santificando la Ciudad Santa y a todo el pueblo judío. Por eso Jesús se indignó y se hizo de un látigo con cuerdas y derribó sus mesas, echándolos fuera a todos, vendedores y cambistas.

Esa es, en gran medida, la decisión a la cual la iglesia católica está siendo empujada por los hechos de los fariseos políticos dominicanos: compartir nuestra indignación, compadecerse de nuestras penurias y usar su poder como el látigo con cuerdas de Jesús, para encabezar la lucha del pueblo dominicano, a fin de liberarlo de sus opresores y transformar la injusta y caótica situación actual en mayor justicia social y esperanza para los más necesitados, al tiempo que se castiga ejemplarmente a los gobernantes y políticos que se han beneficiado del poder, enriqueciéndose desmesurada, descarada e impunemente a costa de todos nosotros.

Muchos párrocos y sacerdotes han llevado la voz cantante al hacer las más severas críticas al gobierno y sus representantes, al hablar claramente a sus feligreses sobre sus opresores políticos y al asumir posiciones de defensa de los sectores sociales que se encuentran al alcance de sus parroquias. Pero hay que reconocer que esa actuación individual no tendrá los resultados esperados si no cuentan con el apoyo y participación decidida de sus superiores.

Ojalá que nuestro Señor ablande el corazón de las autoridades católicas para que escuchen la voz interior del Espíritu Santo e intercedan, con todas las acciones que se requieran, a favor de toda esa feligresía desamparada que agoniza sin que su clamor sea atendido.

Si párrocos, sacerdotes y autoridades católicas desean cumplir con su misión, deben cumplir con lo expresado por Jesús cuando dijo: “Si se aman los unos a los otros, todo el mundo se dará cuenta de que son discípulos míos”. Y los pobres e integrantes de la clase media de este país somos los hermanos necesitados del amor y solidaridad de los representantes de la iglesia católica.

Aunque muchos pueden calificarme de soñador, estoy consciente de que ningún otro sector de la República Dominicana tomará la iniciativa para luchar por este pueblo y para lograr el surgimiento de una verdadera democracia y de una nueva casta de políticos mejor dotados e intencionados para asumir los destinos nacionales. Sólo la iglesia católica dominicana tiene la fuerza para hacerlo y por eso es nuestra única esperanza de salir del atolladero social, económico y político en que nos encontramos.

Los tiempos de los movimientos sociales creados por el activismo de líderes políticos en la oposición, por sindicatos o por militares, pasó hace décadas y eso no volverá a repetirse porque los políticos y sus partidos decidieron unirse, actuar como hombres de negocio y constituir la mafia política y económica que se turna periódicamente en el poder, mientras los sindicatos son asociaciones de individuos con pocos escrúpulos e inclinados a la extorsión y negociación con el gobierno y los altos militares perdieron hace tiempo su patriotismo para dedicarse a otros fines más lucrativos.

Jesús dio su divino ejemplo. Estoy convencido de que la iglesia católica dominicana debería seguirlo. Si lo hizo erróneamente con las manifestaciones golpistas de reafirmación cristiana de 1963 para derrocar el gobierno constitucional de Bosch, así debería hacerlo correctamente con la promoción, a nivel nacional, de manifestaciones de reafirmación de la indignación del pueblo dominicano contra estos gobernantes y políticos corruptos y perversos que nos mantienen postrados como si fuésemos esclavos suyos.

Monday, April 04, 2011

¿Qué Clase de Pueblo Somos?


“No me duelen los actos de la gente mala, me duele la indiferencia de la gente buena”
Martin Luther King (1929-1968), Pastor y Activista Norteamericano

Cuando un país sufre diariamente grandes problemas que son causados por malos gobiernos, sería lógico esperar que en algún momento de su vida la gente consciente de esa nación se rebele y exija soluciones.

Eso es precisamente lo que ha estado ocurriendo en España y en varios países del Medio Oriente.

El pueblo dominicano ha enfrentado, desde hace mucho tiempo, problemas severos en muchos órdenes, que han sido una consecuencia directa de los actos y descuidos irresponsables de los gobiernos “democráticos” que hemos tenido desde la muerte del tirano Trujillo. Pero el pueblo no ha reaccionado, sino que ha aceptado vivir con esas dificultades extremas y paradójicamente da la impresión de que se siente satisfecho y contento al hacerlo.

Sólo el problema de la energía eléctrica, que ya ha cumplido 45 años y cuya solución no se vislumbra en los próximos años, ha debido ser motivo suficiente para que este pueblo se levantara y protestara enérgicamente hasta que el gobierno se viese en la obligación de agotar todas las vías para resolverlo.

Lamentablemente no ha sido así. El pueblo ha soportado apagones interminables con toda indiferencia y conformidad, así como una tarifa que convierte este servicio ineficaz en uno de los más caros del mundo, al tiempo que la clase media paga alegre y resignadamente los fraudes de miles de familias con menos recursos, pero que muchas veces poseen más electrodomésticos y un mayor consumo y que nunca pagan la energía eléctrica consumida.

Pero el desastre de la energía eléctrica no es el único conflicto que nos agobia. Nuestros gobernantes y sus funcionarios han incurrido en actos insólitos de corrupción y de ostentación de sus aberrantes riquezas; han dilapidado nuestros recursos; han dado apoyo a delincuentes y narcotraficantes; se han vinculado al lavado de dinero; han cometido fraudes electorales; se burlan de la población; mienten, son cínicos y prepotentes; y han violado una y otra vez la Constitución, las leyes y los principios patrióticos y democráticos que nos legó Juan Pablo Duarte, nuestro Padre de la Patria, mientras nosotros asistimos complacidos y morbosos a esos frecuentes espectáculos, sin que levantemos un dedo o nuestra voz para protestar, ni para exigir justicia y prisión contra esos malvados.

Todavía más. La justicia dominicana está podrida y es una vergüenza para todos, de modo que no existe en el país un sistema judicial que brinde al ciudadano honesto y decente la seguridad de que será protegido y hay muy pocos jueces y fiscales que no sucumban ante el poder del dinero o la influencia de políticos o militares. De igual manera, la policía nacional y una parte importante de las fuerzas armadas y de los organismos de seguridad están corrompidos y participan abiertamente en bandas de delincuentes que asesinan y roban. Asi mismo, las instituciones públicas son una tragedia de tal envergadura, que los ciudadanos que por obligación tenemos que utilizar sus servicios nos vemos sujetos a toda clase de molestias, pérdida de tiempo, irregularidades, ineficiencia y extorsión.

¿Y qué hacemos nosotros los dominicanos? Sufrirlo todo, calladamente, … cobardemente.

Por otra parte, existen problemas serios para contar con un servicio confiable de agua potable; de buen ornato y recolección de basura; y de mantenimiento adecuado a las obras civiles concluidas a un costo que excede escandalosamente los niveles aceptables, al tiempo que se emprenden nuevas obras que seguramente correrán la misma suerte.

Ante ese panorama, los dominicanos permanecemos impasibles, como si esas cosas no nos importaran o como si no fuera nuestro dinero el que se utiliza para esos fines.

El transporte público en el país es una verdadera calamidad desde hace muchos años. Los “padres de familia” o “empresarios” del transporte son los chantajistas que mantienen al gobierno y al país en una zozobra permanente, pues, como en la República Dominicana no existe ninguna autoridad gubernamental que proteja al ciudadano, estos señores hacen lo que quieren y cuando quieren, en perjuicio de todos nosotros, especialmente los más pobres.

No hay un sistema decente y eficaz de transporte público por la enorme corrupción de los individuos que el gobierno ha designado en las instituciones que ha creado para tal fin y éstos han propiciado la destrucción y mal uso de los activos y de las flotillas de autobuses adquiridos con nuestro dinero para dar servicio a los usuarios. De nada ha valido la construcción de una o dos líneas de metro, porque son costosísimas, sirven a un porcentaje ínfimo de personas, requieren un alto subsidio del gobierno y no resuelven el problema del transporte, aunque todos sabemos que tales obras han dejado beneficios sustanciales a sus ejecutores y a los que acordaron construirlas a espaldas de todos nosotros.

El tránsito vehicular, por otro lado, es un verdadero caos. Nadie respeta las señales de tránsito, ni a los peatones o a los demás conductores y en ningún momento de nuestras vidas los dominicanos de todas las clases sociales parecemos más salvajes que cuando manejamos y eso ocurre porque en este país no existe una autoridad que le interese aplicar debidamente las leyes, ni imponer disciplina y orden en la sociedad. Sólo hay que razonar que si los desaprensivos conductores que transitamos por nuestras calles tuviéramos que manejar en Suiza o en los Estados Unidos, acataríamos todas las disposiciones de tránsito, pues, de lo contrario, como en esos países sí hay autoridad, tendríamos que pagar un alto precio en términos de dinero y sanciones y, créalo, no estaríamos dispuestos a ello.

¿Qué hacemos los dominicanos ante los problemas del transporte público y el tránsito vehicular, cuyo ordenamiento es una responsabilidad exclusiva del Gobierno?

Absolutamente nada.

La educación en nuestro país es un verdadero desastre (y no abundaré en ello porque ya me he referido a este tema con anterioridad), mientras el sector de la salud, más que ser un apoyo indispensable para los seres humanos que habitan aquí, se constituye muchas veces en fuente de enfermedad y muerte para muchos dominicanos, sobre todo por la negligencia, ineficacia y corrupción en su manejo.

Ante la ruina de estos dos sectores, vitales para el progreso de una nación, los dominicanos aceptamos con satisfacción los mil y un pretextos y justificaciones que nos presentan nuestros funcionarios y gobernantes para evadir su responsabilidad directa en esa tragedia. Llegamos al extremo de que no nos importa cuán negativamente podría resultar afectada nuestra familia y, mucho menos, nos interesa luchar contra los que perjudican el bienestar futuro de nuestros hijos y nietos, al limitar su posibilidad de acceso a una buena educación y a la protección que ofrece un sistema adecuado de salud pública.

De igual forma, a pesar de que la República Dominicana logró su separación de Haití en 1844 y de que durante generaciones enteras existió un resentimiento casi congénito contra todo lo que representaban los haitianos, poco a poco, gracias al gran negocio que es la inmigración haitiana para políticos y militares y a la negligencia y falta de patriotismo de nosotros y de quienes nos gobiernan, Haití y nuestro país parecen encontrarse en un proceso irreversible de fusión que pronto dará los resultados esperados por los que han traicionado la Patria.

Nuestra actitud ante esa situación no podía ser más lastimosa, pues la hemos aceptado con resignación y nos adaptamos gradualmente a ella para asimilar la cultura haitiana, con todo lo que ese hecho supone.

En adición a todo lo anterior, la delincuencia y el narcotráfico ya han echado raíces en la República Dominicana y sus tentáculos se extienden cada día más, sin que se vea la posibilidad de lograr controlar su avance. Nadie puede afirmar con seguridad que regresará indemne a su hogar y nuestros niños y jóvenes están expuestos abiertamente al peligro de las drogas y su comercialización. La situación no puede ser más sombría.

Sin embargo, nosotros estamos totalmente despreocupados y ni siquiera se nos ocurre reclamar con firmeza al gobierno que ponga freno a la misma, a pesar de que nuestra propia familia está expuesta o siendo destruida por esos flagelos.

Así mismo, los aumentos en los precios del petróleo y de las materias primas, que causan crisis en países pobres no productores de petróleo como el nuestro, eran totalmente previsibles desde hace varios años, pero mientras la situación económica y política internacional no muestra signos fehacientes de mejoría, el Gobierno lo que hace es mantenernos en vilo con la posibilidad de una elevación de los impuestos y con aumentos frecuentes en el precio de los combustibles, del cual percibe una gran tajada en detrimento de los consumidores. De igual manera, el gobierno ejecuta una política de alto endeudamiento público, lo cual compromete seriamente los ingresos fiscales contemplados en cada presupuesto anual, pues el porcentaje del mismo que debe destinarse cada año al servicio y pago de la deuda es irracionalmente elevado.

Ante esa situación, los dominicanos actuamos con tanta indiferencia e irresponsabilidad que duele. Lo risible es que todavía seamos tan ingenuos como para creer en las promesas y disposiciones gubernamentales para ejecutar programas de austeridad y ahorro de combustible, cuando siempre se ha hecho lo contrario y que seamos tan idiotas como para no darnos cuenta de que la estabilidad cambiaria y de precios se ha logrado a costa del creciente endeudamiento público.

El propio Presidente de la república ha participado en actos evidentemente dolosos como los de la Sun Land y la Barrick Gold. Frecuentemente se burla de los dominicanos y de su ignorancia y mantiene una corte de funcionarios incondicionales a quienes ha enriquecido ante la vista de todos nosotros. ¿Cuál ha sido nuestra reacción?  Lo único que hemos hecho ha sido evidenciar mayores niveles de aprobación del gobierno y de la popularidad del Presidente, según lo demuestran las encuestas que se han realizado al efecto. Todo lo contrario a lo que debería ser.

Por último, pero no menos importante, está el caso del Congreso Nacional, un organismo que debería estar integrado por personas de alta calidad moral, probada capacidad y dedicación a los mejores intereses del país, pero que no es más que una madriguera de ladrones, facinerosos y gente inescrupulosa. En momentos en que tantos dominicanos sufren, esos desalmados “congresistas” se han servido siempre con la cuchara grande y han dado la espalda a su misión de servir como nuestros representantes, para convertirse en peleles del Poder Ejecutivo, enriquecerse y gozar de desmesurados privilegios, usando para ello el dinero que pagamos en impuestos, en tanto que nosotros ni conciencia tenemos del derecho que nos asiste para exigirles cumplir con su responsabilidad. La mayoría de los dominicanos ni siquiera sabe cuál es el congresista que está supuesto a representarlos.

Lo anterior evidencia que no existe una sola área manejada por el Gobierno que esté funcionando satisfactoriamente y que beneficie a la ciudadanía. Y ante esa espeluznante realidad los dominicanos permanecemos impasibles.

¡Caramba, cuánto me gustaría estar equivocado en las cosas que he comentado en este escrito!

Desafortunadamente, estoy seguro que tengo la razón. De hecho, y de manera inexplicable, los dominicanos preferimos afirmar asiduamente que queremos marcharnos de la República Dominicana (el 57% de nosotros así lo expresó en una reciente encuesta), antes que apelar a nuestro orgullo y hombría para reclamar nuestro derecho a tener un buen gobierno y a vivir en un mejor país. Los dominicanos no somos lo suficientemente solidarios como para unirnos en un solo propósito, como están haciendo otros pueblos, y acabar con los desmanes de esta mafia política que nos asfixia.

Por eso debo repetir que nos merecemos sobradamente haber tenido gobernantes como Joaquín Balaguer, Hipólito Mejía y Leonel Fernández, quienes nos han tratado como idiotas e imbéciles (y nosotros felices y contentos de eso) haciéndonos creer que progresamos, cuando es todo lo contrario. Y confirmamos frecuentemente nuestra estupidez cuando nos ponemos a discutir cuál gobierno ha sido más o menos corrupto que otro, cuando decidimos votar por “el menos malo” y cuando argumentamos que “aunque este gobierno robe, por lo menos se ve que una parte de nuestro dinero se usa en construcciones”.

Así es. Mientras carecemos de todo lo básico que un pueblo debería recibir de un gobierno, a nuestros presidentes les ha bastado construir presas, carreteras, túneles, elevados, avenidas, metros, faros y otras obras civiles para embobarnos, en vez de cumplir con lo que consagra la Constitución y trabajar para lograr el verdadero progreso y bienestar de los pobres y la clase media. Son construcciones, es verdad, pero parecemos ciegos al no reconocer que coexisten con demasiada miseria material y humana y demasiados problemas económicos y sociales, así como falta de institucionalidad y transparencia. Es vergonzoso que nosotros así lo aprobemos, celebremos y aplaudamos.

¿Cuándo reaccionaremos? Probablemente cuando ya estemos viviendo en plena dictadura y el gobernante de turno, sus funcionarios y sus amigos se interesen por los cuerpos de nuestras esposas e hijas y asesinen a nuestros parientes y amigos, como ocurría cuando Trujillo.

¿Deberíamos hablar sobre eso en una próxima entrega o abandonar esta ingrata labor de escribir para defender al que no quiere ser defendido y sumarnos a los que desean irse del país?

Wednesday, March 30, 2011

La Reelección del Presidente Fernández


“Como la dicha de un pueblo depende de ser bien gobernado, la elección de sus gobernantes pide una reflexión profunda”.

Joseph Joubert (1754-1824) Moralista y Ensayista Francés

Está harto demostrado que es muy fácil engañar al pueblo dominicano.

Con recursos provenientes de los impuestos que pagamos, nuestros "representantes" en el Congreso Nacional y varios funcionarios públicos serviles organizaron un pomposo acto, como en los mejores tiempos de la dictadura de Trujillo, para rogarle a Leonel Fernández que viole la Constitución aprobada recientemente y opte por una nueva reelección. Para ello le entregaron al mandatario 700 volúmenes con las firmas y números de cédulas de 2,213,125 supuestos reeleccionistas, datos y cantidades que nadie ha visto y que muy pocos han cuestionado, como era de esperarse de nosotros los dominicanos.

Fernández, quien en todo momento ha tratado de simular que él nada tiene que ver con esa iniciativa de sus funcionarios y peleles del Congreso, se sintió “conmovido por el entusiasmo y la alegría” que le manifestaron los organizadores del evento y sus compañeros de partido, “porque significa, más que un testimonio de apoyo, la proclamación de una victoria electoral”, al tiempo que denominó ese acto como “democracia plebiscitaria por iniciativa popular”.

Como era de esperarse, Fernández pronunció un discurso ambiguo para no despejar la onda nebulosa de si buscará o no la reelección, aunque será inscrito como pre-candidato de su partido. En un gesto teatral de aparente desprendimiento y magnanimidad, Fernández minimizó su papel de propietario del PLD y dijo que era, más bien, un soldado de ese partido y que ponía a disposición del mismo las firmas o votos reeleccionistas, “para que el PLD decida qué será, en definitiva, el bienestar y la felicidad del pueblo dominicano”.

¡Cuánto cinismo en un solo hombre!

Fernández ha querido dedicarnos este show de las firmas porque conoce, como Balaguer, la idiosincrasia de los dominicanos y nuestra debilidad por este tipo de entretenimiento. Los políticos y gobernantes han repetido estos actos muchas veces en los últimos 90 años (desde los tiempos de Horacio Vásquez), porque han comprobado nuestra predilección por el espectáculo y cuán fácil es engañar, una y otra vez, al ingenuo e ignorante pueblo dominicano.

Un simple razonamiento aritmético y logístico nos debería inducir a tener dudas de la veracidad del número de firmas obtenidas para el espectáculo.

En la República Dominicana existen hoy 6,298,593 personas con derecho al voto. Las firmas recabadas representan un 35% de ese universo. Eso significa que los funcionarios y legisladores que debían prestarse a conseguirlas tendrían que haber contado con una estructura de organización parecida a la usada en la realización del censo nacional de población, pues la obtención de más de dos millones de firmas en todas las provincias del país requiere de un esfuerzo extraordinario por parte de un numeroso cuerpo de empadronadores o recabadores de firmas que difícilmente puede permanecer en el anonimato o en secreto.

Y la realidad es que el tiempo empleado y el procedimiento utilizado para la obtención de esas firmas han sido secretos muy bien guardados.

Por otra parte, a finales del 2009 el PLD había informado que tenía un padrón electoral con 1.7 millones de personas inscritas. Debemos considerar que es poco probable que los seguidores de Danilo Medina aportaran sus firmas a una iniciativa que es contraria a los intereses de su candidato y es obvio que ese político tiene un segmento de importancia en el partido, aunque, por supuesto, nunca como Fernández, su propietario.

Eso significa que para el show del pasado domingo 27 los reeleccionistas lograron sobrepasar con creces el número total de militantes peledeístas y exceder la cifra de votos obtenidos por el PLD en su victoria electoral del 2008, un logro realmente fantástico si fuese verdad.

Sin embargo, independientemente de si la cantidad total de firmas asciende o no a 2,213,125, lo cierto es que Fernández es el líder político indiscutible del PLD y que cuenta con el apoyo irrestricto del grueso de la militancia de ese partido. Es más, no sólo ganaría las primarias del PLD, sino que si las elecciones generales fueran hoy y él fuera el candidato, no tengo la menor duda de que su victoria sería arrolladora.

Sus dos principales adversarios, un bufón disparatero y un corrupto confirmado, ahora están enfrentados por los problemas surgidos en el proceso de elección de la candidatura presidencial del PRD y por el conflicto de intereses que siempre ha caracterizado a ese partido. Ese inesperado giro de los acontecimientos podría causar una división del PRD en dos fuerzas encontradas y una posición débil para las próximas elecciones.

Pero aún cuando los esfuerzos de mediación dieran resultados positivos y se produjera la unidad de esa fuerza política, es poco lo que podrían hacer ante un adversario como Fernández, que tiene a su disposición recursos económicos casi inagotables y un poder político impresionante, con un control casi absoluto de las instituciones claves del país para garantizar su triunfo.

Ante esa coyuntura, parece obvio que la decisión de Fernández será la de satisfacer sus ansias continuistas, aún a costa de desgastar aún más su imagen política y la de su gobierno ante la imposibilidad de resolver los acuciantes problemas del país. Permitir que Danilo Medina sea el candidato del PLD, con lo cual se arriesgaría a perder vigencia y su gran peso decisorio dentro del partido en caso de que Medina ganara las elecciones generales del 2012 y logre consolidarse en el poder, no parece ser una opción viable para Fernández.

No soy analista político, ni me interesa serlo; sin embargo, para mí es evidente que todo lo que ha estado sucediendo durante largos meses en relación con la posibilidad de reelección de Fernández apunta hacia su participación como candidato por el PLD para las elecciones del próximo año, a menos que ocurran acontecimientos que lo impidan.

En adición a haber instruido o permitido a sus serviles funcionarios y peleles del Congreso, todos subalternos suyos, para que promuevan esa iniciativa, Fernández ha dado en todo este tiempo señales inequívocas de que pretende continuar en la Presidencia de la República y de que buscará la manera, por las buenas o por las malas, de dar un viso de legalidad a su decisión de lanzarse nuevamente al ruedo electoral. Si no lo hace sería una verdadera sorpresa.

Por lo anterior, considero reprochable el hecho de que reconocidos editorialistas de periódico, comentaristas, analistas y otras figuras públicas se presten también a engañar al pueblo dominicano al afirmar que Fernández no buscará la reelección, basando su juicio en la absurda teoría de “la soledad del poder”, una burla a nuestra inteligencia. En este país hay mucha gente que lo ha vendido todo, incluso su pluma y su conciencia.

Un entrañable amigo, a quien respeto y admiro, me manifestó recientemente sus dudas de que Fernández trate de reelegirse, pero que si lo hacía era lo que más le convenía al país porque terminaría destruyéndose en el poder, en vista del daño que le haría a su imagen política. Este amigo cree que lo mejor para Fernández sería retirarse ahora, dedicarse a pulir su imagen nacional e internacional y darle una oportunidad a la pésima memoria del pueblo dominicano para volver en el 2016 como el salvador de la patria, luego de que los problemas de la República Dominicana se hayan agudizado, como se espera para esa época.

Lamento disentir de ese amigo. La megalomanía de Fernández, su ego y su deseo desmedido de poder son demasiado grandes y superan su sentido común. Por eso creo que utilizará todos los medios a su alcance (los recursos de nuestros impuestos, los programas de ayuda social, su enorme poder político y su influencia sobre empresarios, juristas, medios de comunicación e instituciones) para continuar en la Presidencia, siempre y cuando no sucedan acontecimientos que le impidan hacerlo.

Lo penoso es que, cuando se analizan las distintas opciones del pueblo dominicano para las próximas elecciones, sea que vaya Fernández o Danilo Medina y uno de ellos enfrente al Bufón o al Corrupto, es muy difícil que nuestra situación como pueblo cambie, pues cualquiera de ellos nos continuará explotando inmisericordemente y no se sabe a ciencia cierta cuál de todos es peor para nuestro futuro.

El sueño de tantos dominicanos de que llegue un mesías político que traiga paz, bienestar y un manejo honesto y eficiente del gobierno luce muy remoto y utópico.

De presentarse Fernández como candidato oficial del PLD para las elecciones del 2012 y de ganarlas, como sería casi seguro, estaremos a las puertas de una nueva y férrea dictadura, una dictadura que controlará los destinos del país que canta diariamente: “Ningún pueblo ser libre merece, si es esclavo, indolente y servil”.

¿Hay alguna esperanza de transformar este estado de cosas?

Reconozco, como lo he hecho en otros artículos, que la iglesia católica ha sido tradicionalmente cómplice de los que nos han oprimido, porque de esa forma ha sacado grandes ventajas. Es por eso que he manifestado antes que la iglesia ha traicionado al pueblo dominicano. La iglesia está supuesta a servir a los pobres y a los que sufren los embates de gobiernos opresores y que conculcan su libertad, al tiempo que debería apoyar las aspiraciones de bienestar del pueblo dominicano. Hasta ahora ha sucedido lo contrario.

Sin embargo, aunque la jerarquía católica continúa en abierto apoyo a Fernández y su gobierno, en los últimos meses varios sacerdotes católicos han levantado su voz de protesta y han criticado abiertamente la demagogia, mentiras, corrupción y violaciones a la democracia de este gobierno ... y eso es esperanzador. Espero que esa labor continúe y se intensifique, pues no veo que ningún otro sector se interese en luchar ni sacrificarse por nosotros, con excepción de algunos intentos de organizaciones aisladas de la sociedad civil.

Como ciudadano, sólo espero que la iglesia católica y las instituciones de la sociedad civil puedan eventualmente encabezar un movimiento social que arranque de raíz los cimientos podridos de esta mafia política que nos ha gobernado desde la desaparición de la dictadura de Trujillo y que ha anulado la voluntad y la valentía de todo un pueblo, al tiempo que ha destruido los valores morales de los dominicanos.

No me queda otra esperanza.

Monday, March 21, 2011

Los Discursos del Presidente Fernández


“La hipocresía es el colmo de todas las maldades”.
Molière (1622-1673) Dramaturgo Francés

Regresé a mi amado país luego de unas cuatro semanas de permanecer en el exterior y, como novedad, encontré que el Presidente de los dominicanos había hablado dos veces: la primera de ellas, como es costumbre presidencial, el 27 de febrero, y la segunda el jueves 17 de marzo.

Luego de leer íntegramente el primer discurso, debo admitir que Leonel Fernández tiene la gran habilidad de manipular y distorsionar cifras e informaciones para presentar una imagen totalmente distinta de la realidad dominicana. Cada vez que habla parecería que deberíamos sentirnos felices y satisfechos de tener un presidente como él y del manejo que ha dado a los múltiples problemas que hoy nos agobian.

Aunque por razones de espacio no podré profundizar en cada uno de los aspectos cubiertos en ese discurso, no dejaré de referirme individualmente a ellos, lo cual procedo a hacer de inmediato.

Según Fernández, la eficaz coordinación de la política monetaria y fiscal hizo posible que la economía dominicana creciera un 7.8% en el 2010, siendo este crecimiento uno de los más elevados de la región, superando así las proyecciones del FMI y del Banco Central.

Lo que no dijo Fernández es que ese crecimiento económico, conjuntamente con el hecho de que la economía dominicana ha sido el país latinoamericano de mayor crecimiento en los últimos 50 años, de nada han servido para impulsar el desarrollo económico y social del país y el verdadero progreso humano y material de sus habitantes, de modo que, a pesar de ese extraordinario crecimiento, se han mantenido la enorme desigualdad en la distribución de los ingresos y el impresionante porcentaje de los dominicanos que viven en condiciones de pobreza y pobreza extrema.

Sí hay que reconocer que Fernández tuvo razón al señalar que el sistema financiero dominicano se ha fortalecido y que banca nacional presenta indicadores muy favorables, lo cual contrasta notablemente con las prácticas ilegales de doble contabilidad que mantenían casi todos los bancos del sistema hasta hace unos ocho años y de lo cual él estaba plenamente consciente.

Fernández manipuló las cifras de endeudamiento externo e informaciones de otros países desarrollados para convencernos de que los niveles de nuestra deuda pública son todavía razonables y permiten un aumento aún mayor, mientras ya el servicio de la deuda pública absorbe un 40% del presupuesto nacional y representa una carga injusta contra las presentes y futuras generaciones, sobre todo cuando se trata de préstamos internacionales que poco contribuyen al desarrollo de la nación y que propician la corrupción.

Así mismo, Fernández habló demagógicamente de los esfuerzos de su gobierno para aumentar la producción agrícola dentro de programas para propiciar la seguridad alimentaria, “de manera que los alimentos lleguen a los sectores más vulnerables de la población a precios asequibles”, cuando lo cierto es que, independientemente de los vicios y dificultades de implementación de esos programas, los ingresos de miseria que devengan la mayoría de los trabajadores y los aprietos de esas miles de familias que están encabezadas por aquellos sin empleo, o que sobreviven en actividades informales poco productivas, no resultan suficientes para que esas personas puedan alimentarse adecuadamente y consumir los carbohidratos y proteínas que requiere todo organismo humano.

En lo que se refiere a salud y educación, Fernández no pudo ser más cínico e intelectualmente deshonesto, por cuanto pretendió fundamentarse en falacias absurdas para burlarse de nuestra inteligencia, pues estos dos sectores son los que mayor vergüenza le acarrean a la República Dominicana cuando se comparan sus indicadores básicos con los de otros países del mundo. Llegó, incluso, al extremo de hacer citas selectivas del informe de la Comisión Attali para justificar su negativa de producir una re-estructuración radical en el sector educativo, obviando deliberadamente la propuesta específica de Jacques Attali en el sentido de que debía elevarse el presupuesto al 4% del PIB para la educación primaria y la secundaria y al 1% para la educación superior.

Fernández cubrió, además, como era de esperarse, el tema de las construcciones públicas, estandarte de los últimos gobiernos para engañar y deslumbrar a la masa ignorante del pueblo. Esas construcciones son las que mayor corrupción y riqueza personal generan para las autoridades y las que mayor endeudamiento externo producen, sin que su impacto económico se refleje en un mayor bienestar para el trabajador dominicano, ya que la mayoría de los que se emplean en estas obras son haitianos. Tampoco producen el ansiado progreso, tan cacareado por Fernández durante sus gobiernos.

El discurso detalló las medidas y esfuerzos del Gobierno en el sector eléctrico, el cual ha estado en crisis desde hace 45 años, sin que ninguno de los gobiernos que hemos tenido desde entonces haya logrado resolver este grave problema. No se refirió a los contratos onerosos que fueron suscritos con varias generadoras de electricidad, ni el contenido de su discurso evidenció la posibilidad de superar la crisis en la cual se encuentra sumido el sector eléctrico del país.

En cuanto al crimen organizado, el narcotráfico y la violencia en general, Fernández fue bastante parco, debido a que es muy poco lo que su gobierno ha hecho para enfrentar esos problemas, especialmente cuando se sabe que las propias autoridades, la policía nacional y los organismos de seguridad están directa e indirectamente vinculados con los mismos. Nunca como ahora han sido estos flagelos tan abrumadores para la población dominicana, con tendencia a empeorar cada vez más por la ineficacia del gobierno para controlarlos.

No podía faltar en su discurso una mención específica a la corrupción. Lo sorprendente es que, después de haber declarado y reiterado que en nuestro país la corrupción sólo se manifiesta en hechos aislados, expresara que el “gran reto al que nos enfrentamos, tanto el Gobierno como la sociedad en su conjunto, es el problema de la corrupción, de la falta de ética, de integridad, de valores y de principios morales en general”.

Los detalles que ofreció Fernández, consistentes en medidas para controlar estos problemas son otra burla a nuestra inteligencia, pues con tantos años en el poder y con un desinterés probado en frenar los mismos, especialmente por ser él el Presidente de la República, es nada lo que se puede esperar que el gobierno haga para liberarnos de ellos. Fue risible su exhortación al Ministerio Público, un funcionario que es su subalterno, para que actúe con “plena independencia y libertad” y proceda a “someter a la justicia a aquellos funcionarios que presuntamente incurran en actos dolosos”.

Finalmente, Fernández indicó que estaba sometiendo al Congreso Nacional un Proyecto de Ley sobre Estrategia Nacional de Desarrollo como parte del “proceso de Revolución Democrática Institucional” y, para esos fines, indicó su intención de someter al Congreso una serie de proyectos de ley que complementarían esa Estrategia y su “visión de futuro”. Afortunadamente para Fernández el papel es muy noble y lo soporta todo, hasta las sandeces con las que los políticos pretenden engañarnos.

Ocurre exactamente lo mismo que el uso continuo de la frase “proyecto de nación”, que les encanta tanto a muchos “analistas” para aplicarlo a nuestro país. Lo repito una vez más: no habrá proyecto de nación ni estrategia nacional de desarrollo que pueda llevarse a feliz término, mientras continúe en el poder, con nuestro apoyo pusilánime, la mafia política que nos ha gobernado durante décadas y que ha secuestrado la democracia para enriquecerse a costa nuestra, en detrimento de todo lo que representa la vigencia de la libertad y de una verdadera democracia.

Fernández no tocó en su discurso el tema de mayor trascendencia para el país, el problema más grave que confrontan los dominicanos: la situación de Haití y las repercusiones de la incontrolable inmigración haitiana. Aunque sabemos que su alocución no aportaría nada positivo en ese sentido, tal omisión fue una falta de respeto a Juan Pablo Duarte, nuestro amado Padre de la Patria, a sus nobles ideales y a la fecha en la cual el Presidente hablaba: el día en que el pueblo conmemora nuestra independencia nacional.

En definitiva, el discurso de Fernández fue, de nuevo, un discurso decepcionante que no aportó nada a la posible solución de nuestros problemas y que, más bien, pareció, como ya el Presidente nos tiene acostumbrados, un discurso de campaña política. Su discurso dejó en claro que los dominicanos no podemos tener ninguna esperanza de que los graves problemas que nos afectan puedan reducirse sustancialmente en el futuro cercano y que el Presidente continuará reincidiendo en su rentable retórica de engañabobos.

Mis escritos en este Blog demuestran la necesidad de una variación profunda en nuestra mentalidad como ciudadanos para lograr un cambio drástico de nuestra situación. Me alegró saber que, en cierto modo, estas opiniones mías fueron compartidas por el Monseñor Masalles, en un Te Deum cuyo contenido no tiene desperdicios y que fue pronunciado ante las autoridades nacionales el pasado 27 de febrero.

Masalles señaló que “Es preciso que todos y cada uno de estos principios [de la nueva Constitución] los hagamos valer, si realmente tenemos respeto por nuestro país y deseamos una nación digna que se sabe dar a respetar y que protege los derechos fundamentales del ser humano, como son la vida, la libertad, la seguridad, alimentación, vivienda, salud y educación, entre otros. Se impone construir un estado de derecho en donde se pongan en práctica estos principios y sean respetadas las leyes dominicanas”.

Y también cuando dijo que “no se le puede ofrecer al pueblo un cheque sin fondos. Me niego a pensar que las arcas nacionales devuelvan ese cheque por falta de fondos en una nación que se precia de haber tenido un crecimiento del PIB de más de 5% desde la caída del Tirano en 1961 hasta la fecha, cuando la media en América Latina ha sido de un 3.4% en ese mismo período. Me niego a pensar que ante semejante crecimiento de la riqueza en la República Dominicana le devolvamos al país cifras con menos de la mitad de la región en la salud y la educación, y aparezcamos como de los peores a nivel mundial de competitividad en educación, energía eléctrica, desvío de fondos públicos y favoritismos en las decisiones gubernamentales, según el reporte del Foro Mundial de competitividad del 2010-2011”.

Y luego cuando solicitó a políticos y autoridades no secuestrar “los ideales ni los de los partidos y mucho menos los patrios, pues en ello se traiciona la misión de la construcción de una auténtica dominicanidad” y al concluir que “en las manos del Presidente ha sido depositado el destino inmediato de la nación; le reiteramos a él nuestra oración y apoyo a todo lo que sea constitucional y responda a las expectativas de un pueblo que espera decisiones certeras”.

Sin embargo, es difícil esperar que Fernández responda a esas expectativas.

Veamos brevemente ahora el segundo discurso.

Fernández se dirigió nuevamente al país el jueves 17 de marzo para anunciar las medidas que tomaría su gobierno para enfrentar las alzas de los combustibles en el mercado internacional, así como de los alimentos y materias primas, y un plan para ahorrar energía.

Como en el 2007 Fernández había tomado la misma iniciativa a raíz del aumento de los precios del petróleo y el Gobierno nunca cumplió con el conjunto de medidas que debían adoptarse para disminuir los efectos negativos de dicho aumento sobre nuestro país, la sociedad dominicana escuchó este nuevo discurso con escepticismo.

A pesar de que Fernández esbozó en su discurso numerosas medidas que, de ejecutarse, podrían tener un impacto favorable en la economía nacional, debemos reconocer que muchas de ellas son de difícil aplicación si tomamos en cuenta la experiencia pasada y los derroches propios de un año pre-electoral con la consabida utilización de recursos públicos, así como la poca disposición de funcionarios públicos para cumplir con las reducciones sugeridas en los gastos y la imposibilidad de ejecutar en el corto plazo los proyectos relacionados con la producción de energía eléctrica y con el plan de seguridad alimentaria.

Independientemente de esos razonamientos, no puede ser que tengamos tan mala memoria como para no recordar que hace apenas siete semanas Leonel Fernández y su séquito regresaron de su último viaje de vacaciones de trece días a Suiza y la India, viaje que costó a los contribuyentes varios millones de dólares, sobre todo por el uso del avión Boeing 737-7EG BBJ arrendado a un costo de US$110,000 cada hora.

Igual debemos recordar que el 17 de diciembre del 2010, es decir, hace ya tres meses, comenzaron los conflictos políticos y sociales en Túnez, los cuales repercutieron durante los pasados meses de enero y febrero en Egipto, Argelia y Yemen, y recientemente en Libia, todo lo cual, como era lógico esperar, tendría un efecto alcista sobre los precios del petróleo, los cuales estaban ya por encima de los US$90.00. Fernández lo sabía cuando salió en su viaje de vacaciones pagadas por nosotros y continuó malgastando los recursos de este pueblo, como lo ha hecho en cada uno de sus períodos presidenciales.

Aún más, ¿Cómo es posible que solamente cuando han pasado unos pocos años ya hayamos olvidado completamente que Fernández promulgó la Ley No. 497-06 sobre Austeridad en el Sector Público, una ley que él nunca ha cumplido ni respetado hasta hoy, a pesar de haber sido su propulsor y a pesar de la necesidad sentida por mucho tiempo de que el gobierno ejecute programas de austeridad?

¿No ha sido Fernández un Presidente que se ha caracterizado por gobiernos de derroche y desviación de los fondos públicos, que siempre ha sido renuente a aplicar medidas de austeridad, que viola frecuentemente las leyes, incluyendo aquellas que él mismo promulga y aún la propia constitución de la República? ¿Cómo dar credibilidad a una persona así?.

¿Es entonces razonable esperar que en este último discurso Fernández esté hablando en serio, que esté dispuesto a sacrificarse por este pueblo y que cumpla lo que nunca ha cumplido?

Dejo a mis queridos lectores esas preguntas como tarea.

Friday, February 18, 2011

¿Haití o la República Dominico-Haitiana?


“Los enemigos de la Patria, por consiguiente nuestros, están todos muy acordes en estas ideas; destruir la nacionalidad aunque para ello sea preciso aniquilar a la Nación entera”.
Juan Pablo Duarte (1813-1876) Padre de la Patria Dominicana

Por varias vías he recibido el artículo titulado “Del Cólera al Estado Bi-Nacional”, escrito por el señor Rubén Presbot a finales de diciembre del 2010.

En dicho artículo, Presbot hace referencia a los problemas actuales y tradicionales que ha tenido Haití y concluye afirmando que la anarquía que existe en ese país causará una significativa emigración de nacionales haitianos hacia la República Dominicana, en adición a los que ya residen aquí, de modo que, según Presbot, gradualmente la isla se convertirá en un Estado Bi-Nacional en la cual prevalecerá la cultura haitiana y los dominicanos se convertirán en una minoría.

Aunque no comparto algunas de las afirmaciones de Presbot, sí estoy de acuerdo con él con respecto a la gravedad del problema haitiano y sus repercusiones en nuestro país, de modo que si no se adoptan oportunamente las medidas que se requieren para evitar la inmigración masiva e ilegal de haitianos a la República Dominicana y controlar la que ya existe en el país, no tengo la menor duda de que en un tiempo relativamente breve constituiremos una sola nación.

En uno de mis artículos (Ver “Los Gobernantes Dominicanos Empujan a Nuestros Hijos Hacia el Abismo de la Violencia, la Delincuencia y el Narcotráfico”, 23 de noviembre del 2010), señalé que los gobernantes que hemos tenido en las últimas décadas no han realizado un esfuerzo serio o eficaz para enfrentar nuestros crecientes problemas económicos y sociales y que el peor de los males que se deriva de ello es la incontrolable inmigración haitiana.

También indiqué en ese artículo que el problema de la inmigración haitiana, lejos de ser controlado, aumentará cada día porque ésta ha sido siempre un excelente negocio en manos de políticos, militares y empresarios. Ese hecho criminal ha tenido y tendrá repercusiones negativas insospechadas sobre cada uno de nosotros y sobre nuestros hijos y nietos, mientras la ciudadanía permanece callada y en actitud indolente y pusilánime ante esa y todas las dificultades que nos abaten.

Lo anterior se agrava aún más por la creciente presión de países europeos y los Estados Unidos para que la República Dominicana acepte pura y simplemente la constante inmigración de haitianos
hacia nuestro país. Conjuntamente con Haití somos el territorio de mayor densidad poblacional por kilómetro cuadrado en América Latina y, siendo un país pobre como somos, parecemos estar condenados a absorber los agudos problemas económicos haitianos, así como los efectos negativos de su cultura e identidad nacional.

El terremoto de 7.0 grados ocurrido en Haití el 12 de enero del 2010, a 15 kilómetros de Puerto Príncipe, no sólo causó la muerte a unas 225,000 personas y 500,000 heridos, sino que todavía hay 1,080,000 personas desplazadas (entre las cuales hay 380,000 niños). Todas estas personas están hacinadas en 1,200 campamentos improvisados, están sujetas a expectativas inciertas de reconstrucción y conviven en condiciones infrahumanas entre montañas de escombros que suman más de 20 millones de pies cúbicos, mientras todo el pueblo se encuentra desesperado al no percibir soluciones a sus grandes problemas.

La Cruz Roja y organizaciones como Médicos sin Fronteras, Acción Contra el Hambre, Ayuda en Acción y Mensajeros de la Paz han criticado la ineficacia y falta de liderazgo del Gobierno Haitiano, porque un año después del terremoto sólo se ha retirado menos del 5% de los escombros.

Para empeorar las cosas, hace cuatro meses se produjo en Haití un brote de cólera que al 16 de febrero del 2011 ha cobrado 4,549 vidas, en tanto que el recuento oficial de afectados por la enfermedad en todo el país es de 231,070, una verdadera epidemia.

Además, la crisis electoral del pasado 28 de noviembre entre el partido gobernante de René Preval y sus rivales, así como la presencia en el país de Jean Claude Duvalier, y posiblemente en breve la de Jean Bertrand Aristide, amenazan con empeorar aún más la ya debilitada estabilidad política.

Unas 50 naciones y organizaciones internacionales prometieron aportar US$8,750 millones para la reconstrucción de Haití, pero sólo unos US$700 millones han sido recibidos y gran parte de esta suma se ha esfumado a través de la corrupción imperante en ese país, lo cual ha desmotivado a las naciones donantes a continuar con su ayuda. La falta de fondos ha obligado a la suspensión de los trabajos de reconstrucción, mientras la sociedad haitiana parece vivir en un limbo económico y social, con el riesgo casi inminente de una fuerte crisis política.

Y eso ha ocurrido en el país que es, por mucho, el más pobre de América Latina y uno de los más atrasados del mundo; un país con una larga historia de pobreza, violencia, analfabetismo, regímenes de facto, corrupción e inestabilidad política desde que todos esos esclavos importados de distintas partes de Africa lograron independizarse del yugo de Francia en 1804.

Haití ocupa actualmente la posición 150 entre 177 países con respecto al índice de desarrollo humano y el 70% de sus habitantes vive por debajo de la línea de la pobreza. La población deforestó el país, cortando los árboles que cubrían el 80% del territorio haitiano para el minifundio o para usarlos o venderlos como leña y carbón, lo cual ha causado la erosión del suelo y una extraordinaria escasez de agua potable. La disminución de la producción agrícola debido a la deforestación y la erosión ha sido el factor principal detrás de la emigración masiva hacia las ciudades y el surgimiento de muchos barrios marginales. Haití carece prácticamente de todo.

Quise describir la gravísima situación que enfrenta Haití para que mis lectores puedan comprender cabalmente que los problemas políticos, económicos y sociales de Haití se han producido no solamente como resultado de las desgracias ocurridas recientemente, sino también por las circunstancias históricas que dieron origen a su constitución como país independiente, así como por los errores que han cometido sus gobernantes y por la cultura, formación e idiosincrasia del pueblo que lo integra.

¿Cuáles han sido y serán las consecuencias de esa situación haitiana para la República Dominicana?

El Ministro de Agricultura, Salvador Jiménez, nos dio recientemente, sin querer, una pista de lo que está pasando y va a pasar. Jiménez manifestó que los inmigrantes haitianos constituyen el 93% de la mano de obra del sector agropecuario del país. Eso quiere decir que al final de diciembre del 2010 había 485,972 haitianos trabajando en la agropecuaria, si tomamos en cuenta que la población ocupada en ese sector asciende a 522,550 personas.

Pero, ¿Cuál es la participación de los haitianos en los demás sectores de la economía nacional?

Considero que las siguientes estimaciones son razonables: En el sector de la construcción el porcentaje debe ser cerca de un 95% (224,986 de 236,827); en el turismo un 70% (125,467 de 179,238); en la industria manufacturera (incluyendo los ingenios de azúcar) un 50% (195,098 de 390,196); en el servicio doméstico y empresas de vigilancia privada un 70% (62,462 de 89,232); en el comercio al por menor y en el sector informal (incluyendo vendedores de frutas, frituras y otros) un 20% (105,682 de 528,412); en el negocio de la mendicidad un 90% (unos 14,500) y en otros sectores y servicios un 5% (86,146 de 1,722,920).

Lo anterior significa que habría aproximadamente 1,297,313 haitianos ocupados en los distintos sectores de la economía dominicana, sin contar con sus familiares o haitianos desempleados: un número impresionante si lo ponderamos en su justa medida. No hay ninguna información sobre el total de haitianos que residen en el país, porque pasamos por la vergüenza de haber realizado varios censos de población y el Gobierno no se ha interesado, ni preocupado en determinar ese dato tan importante. ¿Descuido, incapacidad o error deliberado?

El mayor impacto negativo de esa enorme inmigración ha sido la depresión de los salarios de los trabajadores, ya que los haitianos con residencia legal o ilegal han aceptado durante décadas salarios de miseria o de subsistencia, violaciones al horario normal de trabajo y condiciones que muchas veces transgreden los más elementales derechos humanos; condiciones que son inaceptables para los dominicanos y que los patronos no podrían aplicar sin verse en problemas legales. Esto ha causado que los dominicanos se hayan visto desplazados de sus puestos de trabajo.

Sin embargo, el señor Ministro de Agricultura, a pesar de conocer muy bien esa situación, expresó su “preocupación” de que las nuevas generaciones de dominicanos no se sienten atraídos por el trabajo del campo, al tiempo que señaló con toda demagogia que “el Gobierno tiene el compromiso de hacer que las condiciones laborales de la agropecuaria sean atractivas a los jóvenes dominicanos”. Lo sabemos señor Ministro. El Gobierno tiene ese compromiso, pero también sabemos que no tiene la menor intención de cumplirlo. Jiménez sólo está dirigiendo sus palabras a esa masa de ignorantes que todavía creen que somos un país que está "progresando".

La penetración haitiana, sin ningún control por parte de nuestras autoridades y con su total complicidad, no sólo ha afectado los salarios de los trabajadores dominicanos, sino que ha estado transformando radicalmente nuestra cultura y nuestra forma y calidad de vida, generando en las distintas ciudades del país numerosos barrios marginales de haitianos que constituyen focos de contaminación cultural, de delincuencia y de unión con nacionales, con todo lo que ello implica, además de requerir servicios públicos e infraestructuras que el Gobierno no está en capacidad de ofrecer de modo eficaz, ni siquiera a los propios dominicanos.

Lo lamentable es que desde octubre del 2010 esa inmigración ha continuado con mucho mayor intensidad, a pesar de todas las declaraciones de las Fuerzas Armadas de que tienen la frontera bajo control. E indudablemente es así, porque los haitianos están desesperados y, como cualquier ser humano, buscan mejores condiciones de vida aún a riesgo de morir, si ese fuese el caso. Harán lo imposible por cruzar la frontera y la mayoría lo logrará, bien sea porque el negocio de militares y políticos se lo facilita o porque no será detenido debido a la precariedad de los controles correspondientes.

Sólo un Presidente insensible ante los sufrimientos de su pueblo como Leonel Fernández puede minimizar el alcance e impacto de la inmigración haitiana, así como minimiza el nivel y efectos de la corrupción y de los demás problemas de nuestro país, sin que hasta la fecha haya solucionado ninguno de ellos. A eso se debe sus declaraciones sobre el éxodo haitiano a la República Dominicana en su reciente viaje de vacaciones de 14 días a Suiza, India, Francia y Estados Unidos, acompañado de todo su séquito, y con todos sus gastos extravagantes pagados con el dinero y la aprobación del pueblo dominicano.

Los haitianos no tienen otra vía mejor de escape que la República Dominicana y para ello cuentan con el apoyo indirecto de las naciones desarrolladas, las cuales no hacen nada para ayudar a Haití en la solución de sus problemas políticos, económicos y sociales y que favorecen que sea nuestro país el que se haga cargo de esos problemas. Si no lo creen, sólo tienen que leer las declaraciones del ex-presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, de fecha 8 de octubre del 2009, cuando consideró que "no hay forma de que la República Dominicana sea capaz de evitar la inmigración haitiana" y afirmó que "los dos países están atados y no hay manera de separarlos". A buen entendedor, pocas palabras bastan.

Las perspectivas políticas de la República Dominicana parecen confirmar que así será, pues ni el actual Presidente ha adoptado ni adoptará ninguna medida para evitar la inmigración haitiana, ni los candidatos que se perfilan para las próximas elecciones, lucen tener la menor intención de resolver la situación del alto número de haitianos en el país, ni de los que aspiran a ingresar próximamente a nuestro territorio.

No obstante lo anterior, repito una vez más, como lo he hecho en otros artículos, que todos estos problemas se derivan de la pasividad y la tolerancia excesiva del pueblo dominicano, un pueblo que no lucha por sus derechos y que no enfrenta a los que lo oprimen; un pueblo que nunca ha elevado una voz de protesta por la enorme presencia haitiana en el país.

De igual modo, la iglesia católica (cuya Conferencia del Episcopado por fin acaba de emitir una declaración llamando la atención sobre la mayoría de los problemas a los que me he referido en mis artículos), así como las organizaciones de la sociedad civil, los sindicatos y colegios profesionales, los medios de comunicación y los empresarios, no han protestado por la incapacidad de los gobiernos para enfrentar y resolver esos problemas, sino que se han acomodado a las circunstancias, para sacar provecho, cada uno a su modo, de la corrupción y los desmanes de los políticos en el poder.

Esa actitud pusilánime del pueblo dominicano y la traición de los sectores que deberían apoyarlo en sus aspiraciones por una mejor calidad de vida, así como la sucesión contínua de gobiernos corruptos e incapaces de proteger a la ciudadanía, inevitablemente propiciarán la mayor penetración de los haitianos en la República Dominicana, con todas las secuelas que ese hecho implica. ..... Y entonces será el crujir de dientes.

Tal como ocurre con la Ley de Gresham, la cual consiste en que la moneda mala desplaza a la buena, así ocurrirá en nuestro país. Los haitianos gradualmente nos desplazarán y eso ocurrirá mucho antes de lo que mucha gente cree. Lo que quedará por decidir es si el país, que será único e indivisible, se llamará Haití o República Dominico-Haitiana. ¿Cuál le gusta más a usted?

Wednesday, February 16, 2011

¿Por Qué Escribo estos Artículos?


“El que no ama su patria no puede amar nada”.
Lord Byron (1788-1824) Poeta británico.

Algunas personas me han preguntado cuál es la razón por la cual escribo los artículos que aparecen publicados en mi Blog.

Soy economista, no político, y ya he escrito mucho sobre economía.

Soy dominicano, amo profundamente mi país y considero que lo que he llegado a ser como persona y como profesional lo debo, en gran medida, a la República Dominicana. Aprendí desde niño a amar nuestra tierra y a admirar a Juan Pablo Duarte, su patriotismo y sus enormes sacrificios y sufrimientos por la libertad de sus compatriotas. Llegué a la pre-adolescencia en un ambiente social de respeto, disciplina y orden, todo lo contrario a lo que ocurre en la caricatura de democracia que nos venden a diario.

Creo que la sociedad dominicana atraviesa hoy por situaciones críticas que están afectando negativamente nuestro futuro como nación; sin embargo, me parece que la mayoría de los dominicanos tenemos nuestra conciencia dormida, de modo que nos resulta difícil entender a cabalidad el impacto de esas situaciones en nuestras vidas como individuos y como país y adoptar las actitudes cívicas y políticas que transformen las mismas en beneficio de toda la ciudadanía.

Tengo el deseo vehemente de que la República Dominicana se encauce por senderos de desarrollo y justicia social, pero sería un ciego si no me diera cuenta que hemos ido con paso apresurado en la dirección contraria. Esa es la razón fundamental por la cual ahora escribo sobre nuestros problemas sociales y expreso directamente en mis artículos cuáles son, a mi juicio, las acciones y actitudes que debemos adoptar los dominicanos.

Entiendo perfectamente que corro, entre otros riesgos, el de estar arando en el desierto o luchando contra molinos de viento, pero no quiero encontrarme a las puertas de la muerte y tener que admitir frente a mis hijos y nietos que guardé silencio frente a los desmanes de quienes han traicionado a nuestra patria y que no me atreví a luchar con mis ideas para cambiar el caos de país en el que actualmente viven.

Friday, February 04, 2011

El Presidente Dominicano y su Asesor

“Más vale un minuto de vida franca y sincera que cien años de hipocresía”. 
Ángel Ganivet (1865-1898) Escritor, ensayista y narrador español. 

Leonel Fernández es un profesional con una sólida preparación académica. Es doctor en derecho, mención magna cum laude, y se graduó en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) en 1978 como el estudiante más sobresaliente de su promoción. Fue Profesor de Sociología de la Comunicación, Derecho de Prensa y Relaciones Internacionales en la UASD y en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), institución con sede actual en Costa Rica, creada en 1957 por la UNESCO, con la finalidad de promover las ciencias sociales en América Latina y el Caribe.

Fernández es una persona carismática, de finos modales, correcto y educado. Aunque de origen humilde, su superación personal lo ha convertido en un pulcro y elegante personaje de nuestra sociedad; nunca pierde su compostura y tiene la virtud de la paciencia.

Si Fernández hubiera nacido en Puerto Plata en los años treinta seguramente el pueblo de allí y mi suegra lo hubieran llamado “gentleman”; es decir, un caballero de exquisito trato y finura. Y si hubiera nacido en Inglaterra, no me cabe la menor duda de que la Reina Isabel le hubiera concedido el título de Lord o de Sir.

Su reconocida astucia y los resultados de su avidez por la lectura le han llevado a tener una gran influencia en los círculos intelectuales dominicanos.

Las atinadas observaciones y comentarios que ha emitido en distintos foros y circunstancias sobre los temas de mayor importancia para la República Dominicana, deberían hacerlo acreedor del respeto y reconocimiento de las personas que le escuchan, por cuanto revelan que es un estudioso de las causas de nuestros problemas y de sus posibles soluciones. Esa es una de las razones por las cuales muchos de los suyos le llaman “Profesor”.

Cada vez que Leonel Fernández hace recomendaciones de política económica o social, bien sea que se encuentre en el país o en uno de sus muchos viajes al exterior, parecería estar imbuido de la mejor intención.

Es Leonel Fernández lo que se llama un tipo brillante y es él, precisamente, el Asesor del Presidente de la República Dominicana, quien, por cierto, lleva el mismo nombre.

Sin embargo, Leonel Fernández, el Presidente, aunque también de origen humilde, ha olvidado completamente a los suyos. Luego de tener la magnífica oportunidad que le han brindado tres períodos de gobierno para beneficiar a los más pobres de su país, para fortalecer la clase media y al sector privado y sentar la verdadera base de un desarrollo económico y social sostenido, su paso por la Presidencia de la República lo que ha dejado ha sido una lamentable estela de corrupción, desorden, cinismo, hipocresía, dispendio de recursos, demagogia, clientelismo, perversidad y exclusión social.

Aunque Leonel Fernández, el Asesor, se ha mantenido en todo momento al lado de Leonel Fernández, el Presidente, no ha habido manera de que el primero haya logrado que este último ponga en ejecución ninguna de las medidas que él le recomienda. Y aunque en varias ocasiones ha pensado en renunciar, hay algo en la personalidad del Presidente que mantiene al Asesor indisolublemente vinculado al gobernante. Ambos son las dos caras de la misma moneda.

Es como el caso del Dr. Merengue, aquel personaje de las tiras cómicas creado en 1945 por el dibujante, humorista y editor argentino Guillermo Divito y que publicaba en nuestro país el periódico El Caribe. Como ocurría con el Dr. Jeckill y Mr. Hyde, el Dr. Merengue tenía una doble personalidad con un inconsciente Freudiano. Mientras, por un lado, el Dr. lucía ser una persona impecable e imperturbable, su otro yo aparecía con frecuencia, de modo desfigurado y transparente, sin revelarse a los demás, para contradecir los dichos, los hechos, la conducta o los pensamientos del Dr.

Fernández, el Asesor, había insistido a Fernández, el Presidente, que desde el inicio de su primer gobierno concentrara sus esfuerzos en rescatar la educación y la salud; hacer énfasis en estimular la iniciativa privada; garantizar servicios públicos eficaces a la población, especialmente el suministro de energía eléctrica; sanear la justicia, proporcionar seguridad a la ciudadanía y velar por el cumplimiento de las leyes; eliminar los sistemas de corrupción heredados de las administraciones anteriores; fomentar un mayor nivel de empleo; y llevar a cabo una política acertada de redistribución de ingresos, entre otros.

Aunque ahora parece una tarea abrumadora, en esos momentos era perfectamente factible.

Lo que proponía Fernández, el Asesor, parecía correcto y las personas íntegras que estaban al tanto de sus recomendaciones lo aprobaban, con excepción, claro está, del amplio grupo de individuos que, dentro y fuera del gobierno, han hecho de éste una fuente inagotable de poder, influencia y enriquecimiento personal.

Fernández, el Presidente, aunque ha simulado estar siempre atento a los consejos de Fernández, su Asesor, no sólo hizo caso omiso a todas sus recomendaciones, incluso a las que le dio en su segundo mandato y a las que le ha dado en el tercero, sino que su ineficacia y el entorno corrupto que él mismo ha patrocinado, han perpetuado los males que aquejan al país, aparte de otros que han surgido y se han enraizado en la nación, como resultado del inadecuado manejo de la situación o de la complicidad del gobierno, lo cual está causando un daño prácticamente irreparable a la calidad de vida de los dominicanos.

Fernández, el Asesor, se siente frustrado, y no es para menos. Su jefe inmediato parece tener sus secretos, su propia agenda, y, conocedor del control del poder político que tiene en sus manos, así como de la facilidad con la cual maneja una población ignorante, apática y con notable inclinación hacia la desintegración moral, no ha tenido reparos en violar reiteradamente el solemne juramento que ha hecho tres veces al tomar posesión de su cargo.

A pesar de haber jurado “por Dios, por la Patria y por su honor, cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes de la República, sostener y defender su independencia, respetar sus derechos y llenar fielmente los deberes de su cargo”, no ha cumplido ninguna de esas promesas. Ha violado incluso la misma constitución que él promulgó hace poco, mostrando así su doblez al manejar los asuntos públicos.

Fernández, el Asesor, nunca estuvo de acuerdo con el eslogan e’pa’lante que vamo’, pero Fernández, el Presidente, le demostró con creces que tal demagogia le dio excelentes resultados, al punto de que todavía, más de seis años después, una gran parte de la población dominicana, que se deslumbra con obras físicas, como túneles, elevados, trenes subterráneos (Metros) y carreteras, está convencida de que el Presidente ha tenido la razón, a pesar de que la República Dominicana ocupa todos los años los últimos puestos en la mayoría de los indicadores económicos y sociales que tienen que ver con el desarrollo de un país.

Ni a esos ciudadanos, ni al Presidente, les importa un bledo que la educación pública sea un desastre; que exista una pésima atención médica y equipamiento en los hospitales; que no haya seguridad personal para nadie, porque la propia policía y los miembros de la DNCD están involucrados o encabezan la mayoría de los actos delictivos; que la justicia no sirva porque los fiscales son incompetentes para investigar los casos contra imputados de crímenes y decenas de jueces venden sus sentencias en los mercados del mejor postor, además de la lentitud del sistema y de los altos costos para los interesados; que no haya un solo servicio público que funcione bien; que muy pocos ciudadanos respeten las leyes de tránsito y que todo en el país sea un verdadero caos; que el narcotráfico y el lavado de dinero aumenten cada día más; que la inmigración haitiana sea incontrolable; que más de un 40% de los dominicanos vivan en la pobreza absoluta, mientras la mayor parte de los ingresos nacionales están concentrados en sólo el 5% de la población.

No. A ellos no les importan esas cosas, porque para ellos esas son nimiedades. Lo verdaderamente importante es que a un gobernante lo recuerden por la magnitud de las obras civiles que construyó, sin tener en cuenta si para ello hipotecó el país, o si el pueblo sufre, o si una gran proporción de los recursos fue distraída en beneficio propio, o si el Gobierno cumple o no con sus deberes fundamentales.

De hecho, el dominicano es un pueblo con tan poca conciencia de sus necesidades reales, que la mayor parte de las protestas que se han realizado en el país sólo están relacionadas con los aumentos en los precios de los combustibles o de los alimentos o porque se termine la construcción de una obra o se reparen las calles de un barrio.

Casi nunca se han efectuado protestas o reclamos para que el Gobierno cumpla con las leyes, o con sus obligaciones, o con el ejercicio pleno de los derechos ciudadanos, o para obligarlo a que garantice nuestra seguridad personal, o para que la mafia de ladrones que nos ha gobernado a través de varios períodos presidenciales deje de robar. Menos aún para que un Presidente renuncie por incumplir la Constitución y las leyes o por corrupto o por encubrir o por usar su posición para hacer negocios personales o por proteger a ladrones de cuello blanco que pululan a su alrededor o que ocupan el Congreso Nacional.

A eso se debe que Fernández, el Presidente, le expresara recientemente a Fernández, su Asesor, su satisfacción por el papel que ambos han jugado en la historia reciente de la República Dominicana.

“Formamos el dúo perfecto”, reflexionó el Presidente. “Mientras tú teorizas y tratas de convencerme de que me ocupe de los asuntos vitales para el país, yo hago todo lo que deseo, me he convertido en un potentado y en el árbitro de los destinos nacionales. Tengo todo lo que quiero y cuando lo quiero. El partido está en mis manos, bajo mi control absoluto. Nada se mueve sin que yo lo apruebe. Todos quedan a la espera de mis decisiones. Pero, especialmente, tengo un pueblo entero que me apoya y me idolatra”.

“Cada año salgo de vacaciones entre 8 y 10 veces –continuó-, me llevo también a mi esposa y a mi amplio séquito, con todos los gastos millonarios cubiertos con los impuestos que pagan los dominicanos. Así he conocido medio mundo, me he convertido en una personalidad respetada en otros países y puedo aspirar a cualquier posición internacional, cuando me canse de este paisito. Mi cuento de generar inversiones y suscribir acuerdos bilaterales de cooperación, me permite hacer mis propios negocios que cualquiera envidiaría, viajar a donde quiera, cuando quiera, mientras este pueblo permanece dormido, completamente hipnotizado por mi gran capacidad de conceptualización”.

“Y lo grande, Leo -así llama el Presidente a su Asesor- es que la población dominicana cree todo lo que yo le digo, gracias a los discursos que escribes por orden mía. Tengo a este pueblo enamorado de mi verbo. Y para eso tenemos los periódicos y otros medios de comunicación, que tanto nos ayudan. Ellos saben que no pueden arriesgarse a perder la publicidad del gobierno y las prebendas que reciben sus dueños y el dinero que va a manos de los periodistas y comentaristas”.

"Se me acusa de no resolver ninguno de los problemas básicos del país, lo cual, aquí entre tú y yo, es cierto, porque eso no me interesa; ni a mí, ni a ninguno de los que me han precedido en el Poder. Lo mío son las obras, que es lo que más reditúa y que me permite seguir con mi cuento del Nueva York chiquito. Además, mi querido Leo, tengo la imagen en el extranjero de ser un experto en asuntos financieros internacionales y hago propuestas a organismos y gobiernos de otros países que son debidamente escuchadas. Ahh, y soy el mediador por excelencia. Si no, pregúntale a Hugo Chávez".

“Ahora, Leo, aparte de todos los reconocimientos que debes darme, hay uno que debes admitir como genial. Y es que soy el primer Presidente que le ha entregado a su esposa una colosal asignación presupuestaria con el dinero del pueblo, para que ella lo gaste como desee, pero con énfasis en actividades clientelistas que nos garanticen la fidelidad electoral de todos los pobres que reciban esas migajas. He cuadruplicado esa asignación al aumentarla de RD$150 millones en el 2005 a RD$652 millones en el 2010 y pienso subirla todavía más en el 2012. Ella está contentísima porque a su departamento le he puesto el bello nombre de Despacho de la Primera Dama. ¿Qué te parece?”

“Así la mantengo ocupada, pero estoy seguro que, con una buena campaña publicitaria y con el apoyo de mis incondicionales en el partido hasta podría usarla como candidata a la presidencia para futuras elecciones”.

“Y no tengo ni siquiera que decirte lo de las nominillas y los otros gastos que ya conoces, ni lo de la capitalización de mi amada FUNGLODE con dinero sustraido a los depositantes por los dueños de bancos cuya doble contabilidad yo conocía, ni lo de los millones de dólares de la Sun Land, ni los acuerdos a los que he llegado con inversionistas extranjeros, que me han beneficiado enormemente. Mis compañeros de partido han pasado de ser pobres de solemnidad a multimillonarios; y eso me lo deben a mí que ahora soy para ellos más que su propio padre. Y lo grande Leo es que todo eso lo ha pagado o ha sido a costa del pueblo, este pueblo tan bueno e infinitamente generoso, que me ama sin medida y que tú tratas a veces de insinuar que yo sacrifico tanto”.

“No estoy de acuerdo con usted, pero respeto su modo de analizar las cosas, señor Presidente”, fue la lacónica respuesta de Fernández, el Asesor.

Ahora bien, amigos lectores, no necesitamos ser muy inteligentes para saber que en cualquier país civilizado del mundo el señor Presidente de la República Dominicana estaría preso, conjuntamente con algunos de sus funcionarios. Si no preso, por lo menos hubiera tenido que abandonar el cargo hace mucho tiempo. Pero estamos aquí, donde podrá haber presos políticos, pero nunca políticos presos.

Han sido numerosas sus violaciones a las leyes y a la Constitución. Lo podrido de la justicia dominicana le permitió salir airoso del escándalo del contrato por US$132.4 millones con la Sun Land, el cual, aprobado sólo por Fernández, comenzó como una simple compra de equipos para la policía y terminó como una descomunal malversación de fondos. Así mismo, la enorme corrupción de su primer gobierno quedó sellada por la impunidad o protección mutua acordada con Hipólito Mejía.

El Presidente tampoco tendrá que preocuparse por los delitos de corrupción de sus dos últimos gobiernos, pues si no logra postularse para la reelección, como siempre ha sido su intención, ni el candidato de su partido, ni los dos candidatos potenciales del principal partido de oposición, intentarán someterlo a la justicia, porque en el fondo ellos sólo desean seguir su ejemplo. Además se trata de un personaje muy poderoso, tanto desde el punto de vista económico, como desde el político.

Ya Fernandez, el Asesor, estaba resignado. Sabía que sus consejos para un buen gobierno eran acertados, pero estaba consciente de que Fernández, el Presidente, nunca los pondría en ejecución. Sin embargo, se sentía tranquilo porque estaba convencido de que el señor Presidente lo mantendría siempre junto a él, aunque sólo fuese porque éste deseaba que viera el éxito de su demagogia y para que comprobara, por enésima vez, que este pueblo siempre ha tenido ..... los gobiernos que se ha merecido.

Wednesday, January 26, 2011

El Gobierno, la Educación y el 4%


“El maestro que intenta enseñar sin inspirar en el alumno el deseo de aprender está tratando de forjar un hierro frío”.
Horace Mann (1796-1859) Educador estadounidense.

Aunque ya me había referido a los problemas de la educación dominicana en un artículo anterior (ver “La Mafia Política y la Educación Dominicana”, 10 de Octubre del 2010), varias personas me han solicitado que ofrezca mi opinión sobre las actividades desarrolladas recientemente por varias organizaciones de la sociedad civil para reclamar el cumplimiento del Artículo 197 de la Ley General de Educación.

La hermosa jornada cívica emprendida por esas organizaciones pareció ser una pequeñísima luz al final del largo y oscuro túnel por el cual hemos venido transitando los dominicanos durante toda nuestra historia republicana.

A pesar de que los reclamantes no cedieron ante los intentos de quebrar su dignidad por parte de Leonel Fernández y sus funcionarios del área económica, de la Policía Nacional y del Congreso Nacional, lo cierto es que esa tenue luz parece haberse apagado y que el Gobierno ha vencido. Demostró que no estaba dispuesto a ceder ante esa leve presión social, así como no ha estado dispuesto a ceder ante ninguna otra reclamación de la ciudadanía, de modo que continuamos con la misma situación de deterioro progresivo de la educación dominicana, tal y como ocurre con los demás sectores vitales para el desarrollo social del país.

Las marchas, el uso de sombrillas y camisetas amarillas, las pancartas, las demostraciones frente al Congreso, las agresiones recibidas de la Policía, los stickers, los artículos publicados por algunos ciudadanos, los pronunciamientos de varios sacerdotes íntegros, el sometimiento de un recurso de amparo a la Suprema Corte de Justicia, el “lunes amarillo” y el apoyo de una parte de la población que se identificó con el reclamo del 4%, fueron todos argumentos y acciones insuficientes y fallidos para vencer la posición del Gobierno de no cumplir con la Ley General de Educación.

Lo cierto es que ahora esa jornada cívica se ha convertido en un recuerdo; uno más de los tantos que desaparecen rápida y definitivamente de la pobre memoria de los dominicanos.

Sin embargo, aunque sólo sea un ejercicio académico, hay aspectos y lecciones que han resultado de ese reclamo que vale la pena examinar.

El pueblo dominicano pudo confirmar, por enésima vez, que los políticos que han secuestrado el poder gobiernan al margen de la Ley, pues decenas de leyes vigentes, incluyendo la Constitución de la República, son violadas e incumplidas reiteradamente por los gobiernos de turno, sobre todo por el actual, como así lo reconoce y justifica su prepotente Ministro de Hacienda.

Por otro lado, el señor Agripino Núñez Collado, Rector de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), quien desde hace décadas ha sido beneficiado por el Gobierno con numerosos privilegios, donaciones y transacciones inmobiliarias y que en muchas ocasiones parece ser el verdadero vocero del Gobierno de Leonel Fernández, no pudo quedarse callado, sino que se apresuró en declarar que la Ley General de Educación debía ser modificada para “ajustarla a la realidad”, porque “se contradice con las posibilidades [económicas] que tiene el Gobierno de cumplirla”.

La afirmación de Núñez de que el Gobierno no tiene posibilidades de cumplir con la Ley es una barbaridad. Su condición de Rector de una universidad debería convertirlo en un aliado de la educación y no en el defensor de un Gobierno que viola frecuentemente la Ley. Era su deber como promotor académico y persona de influencia en la vida nacional, haber expresado su opinión antes de que la Ley fuera aprobada y promulgada en 1997 por el mismo Presidente que gobierna actualmente el país, una evidencia más del poco respeto que este último siente por los dominicanos.

La supuesta condición de religioso de Núñez debió colocarlo al lado de la ciudadanía en su justo reclamo y no en el lado corrupto de un gobierno que explota de modo inmisericorde a la clase que Núñez debería defender, una clase que carece de todo. Era mejor quedarse callado, como hizo la más alta jerarquía de la iglesia católica, una complicidad reprochable, pero más elegante.

A principios del mes de agosto del 2010, Leonel Fernández afirmó en Nagua que “en la medida que avance la educación en el país, en ese mismo sentido se irá transformando la estructura económica y social para crear las condiciones que eleven las condiciones de vida de la población”. De igual manera, a finales de octubre del 2010 expresó en El Salvador, en uno de sus tantos viajes de vacaciones, que “el futuro de la juventud Iberoamericana tiene como principal desafío la educación, la cual debe ser planteada dentro del contexto de la nueva realidad del planeta”.

En teoría, parecería que Fernández estaba de acuerdo con los reclamantes del 4%.

Sin embargo, es este mismo señor el que manifiesta días después, en noviembre del 2010, que no destinará más recursos a la educación, “aunque el pueblo brinque y patalee”. Es el mismo señor que luego calificó de “falso debate” el reclamo de las organizaciones que respaldaron el 4% para la educación.

¿Cómo denominar a una persona así? ¿Teórico, hipócrita, cínico o perverso? Dejo la elección a la conciencia de ustedes, mis queridos lectores.

Por último, debo referirme al hecho de que fueron instituciones de la sociedad civil y ciudadanos de la clase media y de la clase alta los que organizaron y apoyaron con entusiasmo la jornada cívica del 4%. La principal beneficiaria de esa actividad, que es la clase más pobre, a la cual pertenecen los más de dos millones de niños y jóvenes que deberían asistir a las escuelas públicas, permaneció al margen de la misma, así como las organizaciones campesinas, comunitarias, regionales y sindicatos que la representan.

Lo anterior debería recordarnos la iniciativa de Angel Sosa, “El Peregrino”, aquel hombre pobre y desempleado, padre de seis hijos, quien, a principios del mes de agosto del 2006, hizo un peregrinaje a pie desde Dajabón hasta Santo Domingo con una cruz de madera a cuestas, en protesta por el estado de abandono de la zona fronteriza y por el incumplimiento del Gobierno de Fernández en la realización de pequeñas obras civiles que fueron prometidas a su provincia durante la campaña electoral del 2004. Luego de la acción de Sosa, las obras fueron iniciadas, pero abandonadas poco después, lo que motivó a “El Peregrino” a salir nuevamente con su cruz hacia la capital para efectuar, en la Plaza de la Bandera, una huelga de hambre en demanda de la terminación de las obras.

Independientemente del resultado final de tal hecho, en ambas ocasiones la actitud de la población, incluyendo a las organizaciones comunitarias de Dajabón y zonas aledañas, fue la de limitarse a ser un espectador pasivo de esos actos, como quien asiste a la función de un circo. Es la misma actitud exhibida en los últimos 40 años por la población del país y sus organizaciones cívicas y populares ante los poquísimos reclamos que se han elevado durante ese período. En estas cuatro décadas nos hemos convertido en un pueblo apático, pusilánime y poco solidario.

¿Es válido el reclamo del 4%? De haberse logrado, ¿Se resolvería el problema de la educación dominicana?

Creo que el reclamo es totalmente válido, pero estoy seguro que, de haber sido exitoso, no se hubieran resuelto los graves problemas que tiene la educación pública de nuestro país.

Hay un aspecto que Leonel Fernández comentó en El Salvador y en el cual considero que tiene, desafortunadamente, la razón: El aumento del presupuesto destinado a la educación no garantiza, por sí solo, una mejoría en el desempeño de los estudiantes.

El desastre que constituye la educación dominicana no es solamente un problema de falta de dinero.

Estoy convencido de que el monto total de los recursos que se destinan anualmente a la educación pública con cargo al presupuesto nacional deberían rendir sustancialmente mejores resultados que los que se obtienen en la actualidad. Tal como dijo, en su acostumbrado cinismo, el señor Fernández: “no se trata sólo del volumen de inversión, sino de la calidad de la inversión, de la calidad del desempeño y de la filosofía educativa que defina los contenidos curriculares de la educación”.

Lo considero cinismo porque, quien así se expresa es el Presidente de la República Dominicana, el principal ejecutivo de la Nación, el Jefe del Ministro de Educación, que tiene todos los poderes que le confiere la Constitución de la República y que maneja directamente un porcentaje importante del presupuesto nacional. Es esa la persona que ostenta el cargo de Presidente: una persona que ha demostrado una y mil veces que está consciente de lo que hay que hacer, pero que no tiene el interés o la capacidad gerencial para hacerlo.

En lo que a nuestro tema a refiere, yo creo que es incorrecto aislar el problema de la educación de los demás problemas nacionales y tratar de lograr un aumento de la inversión en ese sector sin tomar en cuenta los cambios significativos que la estructura del sistema educativo requiere y la estrecha interrelación que existe entre el mismo y los demás sectores nacionales.

La educación no puede ser vista separadamente de la salud, de la alimentación, de las acciones contra la pobreza, de los servicios públicos, de la ejecución oportuna de una política que promueva el empleo y el desarrollo humano, de la institucionalidad y del manejo pulcro de las instituciones públicas.

Estoy seguro que la mayoría de los dominicanos conscientes saben que la educación dominicana requiere, para ser eficaz, de una extensa y profunda transformación en términos de la calidad del profesorado, de la infraestructura física, de la filosofía y métodos de enseñanza y del acceso a la tecnología moderna e, igualmente importante, de una sustancial mejoría en el ambiente familiar y comunitario en el cual se desarrollan los niños y jóvenes que asisten a las escuelas. Pero también sabemos que, independientemente de las dudas existentes sobre la pulcritud en el manejo de los fondos públicos por parte de los actuales funcionarios, el Ministerio de Educación no tiene la capacidad administrativa para lograr los resultados deseados en un plazo razonable, ni siquiera teniendo a su disposición la totalidad de los recursos del presupuesto nacional.

A mi juicio, es elemental, y no hay que ser muy inteligente para darse cuenta de ello, que el que no sirve para manejar lo poco, mucho menos servirá para manejar lo mucho. Con el nivel de corrupción e impunidad que han propiciado los presidentes que han gobernado el país en los últimos tres lustros sería casi imposible que un aumento de los recursos al nivel que dispone la Ley General de Educación tenga los efectos deseados por las organizaciones de la sociedad civil.

Mi opinión es que el reto principal que debe asumir la sociedad civil es, en estos momentos, mucho más amplio y complejo que demandar solamente el cumplimiento del 4% para Educación. Ese reto se relaciona directamente con el cumplimiento de la propia esencia de lo que debe ser y hacer el Gobierno Dominicano. Es ahí justamente donde deben estar concentradas todas nuestras acciones de protestas y reclamos.

Así como la misión de los administradores de edificios de apartamentos es ocuparse de todas aquellas tareas que por su naturaleza general no pueden ser atendidas individualmente por los condóminos, debido a que resultarían más costosas y conflictivas para estos últimos, de igual modo un gobierno debe dar prioridad a aquellas tareas que resultarían muy costosas y conflictivas si los ciudadanos tuvieran que realizarlas individualmente. Esa es la verdadera razón de que exista un gobierno.

Si bien es cierto que los gobiernos tienen también, por delegación expresa de la ciudadanía, una función de inversión y redistribución de ingresos, a fin de mantener el equilibrio social mediante políticas que promuevan la justicia social, lo indiscutiblemente cierto es que la verdadera y principal obligación de cualquier Gobierno con la ciudadanía y a beneficio de ella es ocuparse de las tareas básicas o prioritarias que se encuentran expresamente consagradas en nuestra Constitución y entre las cuales se destacan las siguientes: (a) dotarlos de una educación integral, de calidad, permanente, en igualdad de condiciones y oportunidades; (b) brindarles asistencia y protección eficaz de salud; (c) proveerles de servicios públicos adecuados (agua potable, energía eléctrica, recogida de basura, servicios sanitarios y ornato, entre otros); (d) ofrecerles una justicia accesible, oportuna y gratuita, como parte de una tutela judicial efectiva por parte del Estado; (e) darles la oportunidad de un empleo digno y remunerado; (f) garantizarles seguridad alimentaria; y (g) proporcionarles garantías de libertad, dignidad humana y seguridad e integridad personal.

Todo lo demás es secundario.

Construir presas, canales de riego, puentes, carreteras, caminos vecinales, túneles, elevados, multifamiliares, metros, pavimentar calles y efectuar otras inversiones de naturaleza similar, son importantes para estimular el crecimiento de la economía, pero no genera progreso humano. Solo cuando el Gobierno cumple con sus obligaciones fundamentes y destina los recursos que son necesarios para cumplir cabal y eficazmente con los asuntos prioritarios que se indicaron más arriba, al tiempo que hay institucionalidad y un verdadero control de la corrupción, es que el país se desarrolla.

Repito, porque es importante hacerlo, que si se ejecuta lo primero sin prestar atención a lo segundo, que es precisamente nuestro caso, nunca habrá desarrollo económico y se producirá concentración del ingreso, altos niveles de pobreza, exclusión social, corrupción y todos los males que se derivan de esta última, incluyendo delincuencia, narcotráfico y lavado de dinero. Habrá crecimiento, pero no desarrollo.

Las administraciones de los últimos 14 años, encabezadas por Hipólito Mejía y Leonel Fernández, han sido funestas para nuestro país, por cuanto sus prioridades siempre han estado enfocadas en lo secundario, en obras civiles y en actividades (especialmente endeudamiento público y clientelismo) que llenan los ojos a una masa considerable de ignorantes y que han convertido esas acciones del gobierno en un excelente negocio para los gobernantes, para su camarilla de funcionarios y para sus allegados.

La corrupción que estos gobernantes han propiciado a través de dichas obras y actividades los han convertido a ellos y a sus grupos no sólo en personajes poderosos, sino en la nueva clase empresarial del país, la de mayor poder, gracias a la Ley que ellos mismos se aprobaron y a la impunidad pactada entre ellos para garantizar su ascenso económico y político.

El sistema de corrupción y de gobierno clientelista desarrollado por Joaquín Balaguer les vino como anillo al dedo, de modo que los dos últimos presidentes han copiado ese sistema y lo han mejorado para su provecho personal y el de sus cómplices.

Durante décadas los gobiernos han descuidado sus obligaciones básicas para dedicarse a las inversiones que les representan mayores posibilidades de enriquecimiento personal con impunidad y a repartirse, con nuestro permiso y bendición, una gran parte del dinero que pagamos por impuestos, de modo que actualmente todos los sectores a los cuales debería darse atención prioritaria se encuentran convertidos en verdaderos desastres y se requerirá de esfuerzos extraordinarios para lograr su recuperación y adecuado funcionamiento.

En consecuencia, no es el cumplimiento del 4% que las organizaciones de la sociedad civil y toda la población dominicana deberían estar reclamando, sino el de los deberes fundamentales del Gobierno, cuyo incumplimiento nos afecta tan negativamente a todos y nos impide lograr el verdadero progreso como seres humanos y como sociedad.

Y no veo otro modo para lograr esa meta que no sea unirnos, protestar, luchar, rebelarnos, llegar hasta donde haya que llegar, incluso a la desobediencia civil si fuese necesario, con tal de que el Gobierno finalmente cumpla con las obligaciones básicas que consagra nuestra Constitución, ese pedazo de papel que ningún gobernante ha respetado debido a nuestra dejadez y que a tan sólo un año de haber sido aprobada su más reciente versión, ya ha sido violada varias veces sin que los dominicanos mostremos ninguna reacción.

Si no nos sublevamos ahora, tendremos muy bien merecidos todos los males que estos políticos delincuentes han cargado sobre nuestras espaldas para que vivamos siempre de mal en peor.

Como muy bien expresó Ghandi: “"Más que los actos de los malos, me horroriza la indiferencia de los buenos."