“Más vale un
minuto de vida franca y sincera que cien años de hipocresía”.
Ángel Ganivet (1865-1898) Escritor, ensayista y narrador español.
Ángel Ganivet (1865-1898) Escritor, ensayista y narrador español.
Fernández es una persona carismática, de finos modales, correcto y educado. Aunque de origen humilde, su superación personal lo ha convertido en un pulcro y elegante personaje de nuestra sociedad; nunca pierde su compostura y tiene la virtud de la paciencia.
Si Fernández hubiera nacido en Puerto Plata en los años treinta seguramente el pueblo de allí y mi suegra lo hubieran llamado “gentleman”; es decir, un caballero de exquisito trato y finura. Y si hubiera nacido en Inglaterra, no me cabe la menor duda de que la Reina Isabel le hubiera concedido el título de Lord o de Sir.
Su reconocida astucia y los resultados de su avidez por la lectura le han llevado a tener una gran influencia en los círculos intelectuales dominicanos.
Las atinadas observaciones y comentarios que ha emitido en distintos foros y circunstancias sobre los temas de mayor importancia para la República Dominicana, deberían hacerlo acreedor del respeto y reconocimiento de las personas que le escuchan, por cuanto revelan que es un estudioso de las causas de nuestros problemas y de sus posibles soluciones. Esa es una de las razones por las cuales muchos de los suyos le llaman “Profesor”.
Cada vez que Leonel Fernández hace recomendaciones de política económica o social, bien sea que se encuentre en el país o en uno de sus muchos viajes al exterior, parecería estar imbuido de la mejor intención.
Es Leonel Fernández lo que se llama un tipo brillante y es él, precisamente, el Asesor del Presidente de la República Dominicana, quien, por cierto, lleva el mismo nombre.
Sin embargo, Leonel Fernández, el Presidente, aunque también de origen humilde, ha olvidado completamente a los suyos. Luego de tener la magnífica oportunidad que le han brindado tres períodos de gobierno para beneficiar a los más pobres de su país, para fortalecer la clase media y al sector privado y sentar la verdadera base de un desarrollo económico y social sostenido, su paso por la Presidencia de la República lo que ha dejado ha sido una lamentable estela de corrupción, desorden, cinismo, hipocresía, dispendio de recursos, demagogia, clientelismo, perversidad y exclusión social.
Aunque Leonel Fernández, el Asesor, se ha mantenido en todo momento al lado de Leonel Fernández, el Presidente, no ha habido manera de que el primero haya logrado que este último ponga en ejecución ninguna de las medidas que él le recomienda. Y aunque en varias ocasiones ha pensado en renunciar, hay algo en la personalidad del Presidente que mantiene al Asesor indisolublemente vinculado al gobernante. Ambos son las dos caras de la misma moneda.
Es como el caso del Dr. Merengue, aquel personaje de las tiras cómicas creado en 1945 por el dibujante, humorista y editor argentino Guillermo Divito y que publicaba en nuestro país el periódico El Caribe. Como ocurría con el Dr. Jeckill y Mr. Hyde, el Dr. Merengue tenía una doble personalidad con un inconsciente Freudiano. Mientras, por un lado, el Dr. lucía ser una persona impecable e imperturbable, su otro yo aparecía con frecuencia, de modo desfigurado y transparente, sin revelarse a los demás, para contradecir los dichos, los hechos, la conducta o los pensamientos del Dr.
Fernández, el Asesor, había insistido a Fernández, el Presidente, que desde el inicio de su primer gobierno concentrara sus esfuerzos en rescatar la educación y la salud; hacer énfasis en estimular la iniciativa privada; garantizar servicios públicos eficaces a la población, especialmente el suministro de energía eléctrica; sanear la justicia, proporcionar seguridad a la ciudadanía y velar por el cumplimiento de las leyes; eliminar los sistemas de corrupción heredados de las administraciones anteriores; fomentar un mayor nivel de empleo; y llevar a cabo una política acertada de redistribución de ingresos, entre otros.
Aunque ahora parece una tarea abrumadora, en esos momentos era perfectamente factible.
Lo que proponía Fernández, el Asesor, parecía correcto y las personas íntegras que estaban al tanto de sus recomendaciones lo aprobaban, con excepción, claro está, del amplio grupo de individuos que, dentro y fuera del gobierno, han hecho de éste una fuente inagotable de poder, influencia y enriquecimiento personal.
Fernández, el Presidente, aunque ha simulado estar siempre atento a los consejos de Fernández, su Asesor, no sólo hizo caso omiso a todas sus recomendaciones, incluso a las que le dio en su segundo mandato y a las que le ha dado en el tercero, sino que su ineficacia y el entorno corrupto que él mismo ha patrocinado, han perpetuado los males que aquejan al país, aparte de otros que han surgido y se han enraizado en la nación, como resultado del inadecuado manejo de la situación o de la complicidad del gobierno, lo cual está causando un daño prácticamente irreparable a la calidad de vida de los dominicanos.
Fernández, el Asesor, se siente frustrado, y no es para menos. Su jefe inmediato parece tener sus secretos, su propia agenda, y, conocedor del control del poder político que tiene en sus manos, así como de la facilidad con la cual maneja una población ignorante, apática y con notable inclinación hacia la desintegración moral, no ha tenido reparos en violar reiteradamente el solemne juramento que ha hecho tres veces al tomar posesión de su cargo.
A pesar de haber jurado “por Dios, por la Patria y por su honor, cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes de la República, sostener y defender su independencia, respetar sus derechos y llenar fielmente los deberes de su cargo”, no ha cumplido ninguna de esas promesas. Ha violado incluso la misma constitución que él promulgó hace poco, mostrando así su doblez al manejar los asuntos públicos.
Fernández, el Asesor, nunca estuvo de acuerdo con el eslogan e’pa’lante que vamo’, pero Fernández, el Presidente, le demostró con creces que tal demagogia le dio excelentes resultados, al punto de que todavía, más de seis años después, una gran parte de la población dominicana, que se deslumbra con obras físicas, como túneles, elevados, trenes subterráneos (Metros) y carreteras, está convencida de que el Presidente ha tenido la razón, a pesar de que la República Dominicana ocupa todos los años los últimos puestos en la mayoría de los indicadores económicos y sociales que tienen que ver con el desarrollo de un país.
Ni a esos ciudadanos, ni al Presidente, les importa un bledo que la educación pública sea un desastre; que exista una pésima atención médica y equipamiento en los hospitales; que no haya seguridad personal para nadie, porque la propia policía y los miembros de la DNCD están involucrados o encabezan la mayoría de los actos delictivos; que la justicia no sirva porque los fiscales son incompetentes para investigar los casos contra imputados de crímenes y decenas de jueces venden sus sentencias en los mercados del mejor postor, además de la lentitud del sistema y de los altos costos para los interesados; que no haya un solo servicio público que funcione bien; que muy pocos ciudadanos respeten las leyes de tránsito y que todo en el país sea un verdadero caos; que el narcotráfico y el lavado de dinero aumenten cada día más; que la inmigración haitiana sea incontrolable; que más de un 40% de los dominicanos vivan en la pobreza absoluta, mientras la mayor parte de los ingresos nacionales están concentrados en sólo el 5% de la población.
No. A ellos no les importan esas cosas, porque para ellos esas son nimiedades. Lo verdaderamente importante es que a un gobernante lo recuerden por la magnitud de las obras civiles que construyó, sin tener en cuenta si para ello hipotecó el país, o si el pueblo sufre, o si una gran proporción de los recursos fue distraída en beneficio propio, o si el Gobierno cumple o no con sus deberes fundamentales.
De hecho, el dominicano es un pueblo con tan poca conciencia de sus necesidades reales, que la mayor parte de las protestas que se han realizado en el país sólo están relacionadas con los aumentos en los precios de los combustibles o de los alimentos o porque se termine la construcción de una obra o se reparen las calles de un barrio.
Casi nunca se han efectuado protestas o reclamos para que el Gobierno cumpla con las leyes, o con sus obligaciones, o con el ejercicio pleno de los derechos ciudadanos, o para obligarlo a que garantice nuestra seguridad personal, o para que la mafia de ladrones que nos ha gobernado a través de varios períodos presidenciales deje de robar. Menos aún para que un Presidente renuncie por incumplir la Constitución y las leyes o por corrupto o por encubrir o por usar su posición para hacer negocios personales o por proteger a ladrones de cuello blanco que pululan a su alrededor o que ocupan el Congreso Nacional.
A eso se debe que Fernández, el Presidente, le expresara recientemente a Fernández, su Asesor, su satisfacción por el papel que ambos han jugado en la historia reciente de la República Dominicana.
“Formamos el dúo perfecto”, reflexionó el Presidente. “Mientras tú teorizas y tratas de convencerme de que me ocupe de los asuntos vitales para el país, yo hago todo lo que deseo, me he convertido en un potentado y en el árbitro de los destinos nacionales. Tengo todo lo que quiero y cuando lo quiero. El partido está en mis manos, bajo mi control absoluto. Nada se mueve sin que yo lo apruebe. Todos quedan a la espera de mis decisiones. Pero, especialmente, tengo un pueblo entero que me apoya y me idolatra”.
“Cada año salgo de vacaciones entre 8 y 10 veces –continuó-, me llevo también a mi esposa y a mi amplio séquito, con todos los gastos millonarios cubiertos con los impuestos que pagan los dominicanos. Así he conocido medio mundo, me he convertido en una personalidad respetada en otros países y puedo aspirar a cualquier posición internacional, cuando me canse de este paisito. Mi cuento de generar inversiones y suscribir acuerdos bilaterales de cooperación, me permite hacer mis propios negocios que cualquiera envidiaría, viajar a donde quiera, cuando quiera, mientras este pueblo permanece dormido, completamente hipnotizado por mi gran capacidad de conceptualización”.
“Y lo grande, Leo -así llama el Presidente a su Asesor- es que la población dominicana cree todo lo que yo le digo, gracias a los discursos que escribes por orden mía. Tengo a este pueblo enamorado de mi verbo. Y para eso tenemos los periódicos y otros medios de comunicación, que tanto nos ayudan. Ellos saben que no pueden arriesgarse a perder la publicidad del gobierno y las prebendas que reciben sus dueños y el dinero que va a manos de los periodistas y comentaristas”.
"Se me acusa de no resolver ninguno de los problemas básicos del país, lo cual, aquí entre tú y yo, es cierto, porque eso no me interesa; ni a mí, ni a ninguno de los que me han precedido en el Poder. Lo mío son las obras, que es lo que más reditúa y que me permite seguir con mi cuento del Nueva York chiquito. Además, mi querido Leo, tengo la imagen en el extranjero de ser un experto en asuntos financieros internacionales y hago propuestas a organismos y gobiernos de otros países que son debidamente escuchadas. Ahh, y soy el mediador por excelencia. Si no, pregúntale a Hugo Chávez".
“Ahora, Leo, aparte de todos los reconocimientos que debes darme, hay uno que debes admitir como genial. Y es que soy el primer Presidente que le ha entregado a su esposa una colosal asignación presupuestaria con el dinero del pueblo, para que ella lo gaste como desee, pero con énfasis en actividades clientelistas que nos garanticen la fidelidad electoral de todos los pobres que reciban esas migajas. He cuadruplicado esa asignación al aumentarla de RD$150 millones en el 2005 a RD$652 millones en el 2010 y pienso subirla todavía más en el 2012. Ella está contentísima porque a su departamento le he puesto el bello nombre de Despacho de la Primera Dama. ¿Qué te parece?”
“Así la mantengo ocupada, pero estoy seguro que, con una buena campaña publicitaria y con el apoyo de mis incondicionales en el partido hasta podría usarla como candidata a la presidencia para futuras elecciones”.
“Y no tengo ni siquiera que decirte lo de las nominillas y los otros gastos que ya conoces, ni lo de la capitalización de mi amada FUNGLODE con dinero sustraido a los depositantes por los dueños de bancos cuya doble contabilidad yo conocía, ni lo de los millones de dólares de la Sun Land, ni los acuerdos a los que he llegado con inversionistas extranjeros, que me han beneficiado enormemente. Mis compañeros de partido han pasado de ser pobres de solemnidad a multimillonarios; y eso me lo deben a mí que ahora soy para ellos más que su propio padre. Y lo grande Leo es que todo eso lo ha pagado o ha sido a costa del pueblo, este pueblo tan bueno e infinitamente generoso, que me ama sin medida y que tú tratas a veces de insinuar que yo sacrifico tanto”.
“No estoy de acuerdo con usted, pero respeto su modo de analizar las cosas, señor Presidente”, fue la lacónica respuesta de Fernández, el Asesor.
Ahora bien, amigos lectores, no necesitamos ser muy inteligentes para saber que en cualquier país civilizado del mundo el señor Presidente de la República Dominicana estaría preso, conjuntamente con algunos de sus funcionarios. Si no preso, por lo menos hubiera tenido que abandonar el cargo hace mucho tiempo. Pero estamos aquí, donde podrá haber presos políticos, pero nunca políticos presos.
Han sido numerosas sus violaciones a las leyes y a la Constitución. Lo podrido de la justicia dominicana le permitió salir airoso del escándalo del contrato por US$132.4 millones con la Sun Land, el cual, aprobado sólo por Fernández, comenzó como una simple compra de equipos para la policía y terminó como una descomunal malversación de fondos. Así mismo, la enorme corrupción de su primer gobierno quedó sellada por la impunidad o protección mutua acordada con Hipólito Mejía.
El Presidente tampoco tendrá que preocuparse por los delitos de corrupción de sus dos últimos gobiernos, pues si no logra postularse para la reelección, como siempre ha sido su intención, ni el candidato de su partido, ni los dos candidatos potenciales del principal partido de oposición, intentarán someterlo a la justicia, porque en el fondo ellos sólo desean seguir su ejemplo. Además se trata de un personaje muy poderoso, tanto desde el punto de vista económico, como desde el político.
Ya Fernandez, el Asesor, estaba resignado. Sabía que sus consejos para un buen gobierno eran acertados, pero estaba consciente de que Fernández, el Presidente, nunca los pondría en ejecución. Sin embargo, se sentía tranquilo porque estaba convencido de que el señor Presidente lo mantendría siempre junto a él, aunque sólo fuese porque éste deseaba que viera el éxito de su demagogia y para que comprobara, por enésima vez, que este pueblo siempre ha tenido ..... los gobiernos que se ha merecido.
1 comment:
Oye Eddy, te felicito por este enfoque tan personal, pero tan acertado. Ojalá que mucha gente lo lea y lo entienda y se dicida a cuestionar, como tú, la labor de un presidente que se debate entre la picardía y la honestidad. Entre la suspicacia y la pericia. En fin, con una resultante peor que los vectores entre los que conduce su democracia.
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