Saturday, August 28, 2010

Honradez, Corrupción y Esperanza en la República Dominicana


“Se premia al revés: se desprecia la honestidad, se castiga el trabajo, se recompensa la falta de escrúpulos y se alimenta el canibalismo”
Eduardo Galeano (1998) Periodista y Escritor Uruguayo

El pasado domingo 22 de agosto, en horas de la noche, me encontraba viendo el programa “Don Francisco Presenta” y me sentí impactado por la respuesta inesperada del señor Saulo García, invitado de ese programa, a una de las preguntas que le hizo Don Francisco. García es un ciudadano Colombiano proveniente de una familia pobrísima, que ha podido sobresalir en su carrera de comediante y decimero luego de emigrar a los Estados Unidos.

Cuando García era un niño, varios de sus hermanitos murieron de enfermedades fáciles de curar porque, como vivían tan alejados de los centros primarios de salud y no tenían dinero suficiente para comprar medicinas, fueron tratados con remedios caseros que no resultaron efectivos, el cuadro médico se complicó y los niños fallecieron.

Ya de adulto, uno de los tres sueños más importantes que García deseaba ver convertidos en realidad era ser invitado al programa de Don Francisco y que su padre pudiera verlo por televisión. Eso lo logró parcialmente el domingo 22 de agosto, pero su padre ya había fallecido con anterioridad y nunca se enteró de ello.
Sin embargo, cuando Don Francisco le preguntó a García cuál había sido el principal ejemplo o legado más importante que había recibido de su padre, la respuesta que pocos esperaban de García fue: la honradez.

De inmediato me sentí conmovido, porque la honradez material y moral ha sido uno de los ejemplos que desde joven he querido brindar a mis tres hijos. Espero que, cuando yo muera, tanto ellos como mis nietos puedan sentirse orgullosos de mi comportamiento en la vida y lo testimonien de esa manera cuando sean abordados sobre este particular.

¿Es la honradez un norte que perseguimos en la República Dominicana?

A pesar de que todavía existen aquí muchas personas honradas y que a ellas las adornan también otros valores cívicos y morales, la degradación de nuestra sociedad es tan severa que los hombres honestos son menospreciados y descalificados, por lo cual es difícil saber si los dominicanos consideramos la honradez como una virtud o como un estigma.

La percepción de la corrupción alcanza en nuestro país un alarmante 97%. El desgaste moral es tal que desde varios años empleamos los calificativos “león” para referirnos al empleado o funcionario público que se enriquece rápidamente gracias a la corrupción existente y “pendejo” al que ha tenido una trayectoria honesta durante muchos años y deja su cargo recibiendo la pensión que le corresponde.

Padres e hijos nos incorporamos diariamente a una carrera en la cual sólo lo material cuenta. Los pocos padres que ocupan posiciones públicas de manera honesta reciben reproches hasta de sus propios hijos.

La desintegración de la familia dominicana, causada por el hecho de que en el 40% de nuestros hogares falta uno de los padres o los dos y por la falta de atención y tiempo a los hijos, además de ser excesivamente permisivos con ellos, tiende a agravar los problemas de corrupción y delincuencia.

El haber llegado a la edad que tengo y haberme desempeñado en posiciones ejecutivas de cierta importancia, me ha brindado la ocasión de conocer muchos profesionales y empresarios a quienes consideré como personas honradas, pero desde que pasaron a ocupar cargos públicos me demostraron con sus acciones ser tan corruptos como los demás funcionarios y políticos inescrupulosos que nos han gobernado durante décadas.

Los dominicanos vivimos en una espera constante de que nos llegue la “oportunidad” de ser nombrados en un puesto público, mientras los más pobres sólo esperan recibir las migajas que les reparten los politicastros dominicanos. La mayoría de los cargos públicos están contaminados por el sistema de corrupción imperante en el sector oficial y en el privado. Si a usted lo nombran en el Gobierno y no sigue los lineamientos de ese sistema puede asegurar que pronto saltará de su posición o su seguridad correrá peligro.

¿Cuál es la causa principal de todo este deterioro?

Me atrevo a afirmar categóricamente que la razón fundamental de los altos niveles de corrupción que hemos alcanzado es la impunidad. Debido a esa maldición, fomentada por los políticos dominicanos en contubernio con el Poder Judicial y con los más bajos intereses de la nación, los presidentes de turno y sus funcionarios, socios, familiares, amigos y cómplices, han usado su poder y sus posiciones para desfalcar abiertamente el erario público con la seguridad de que las autoridades que los reemplacen en el poder no los perseguirán por los delitos cometidos, ya que éstas harán lo mismo porque existe un acuerdo tácito de impunidad entre ellos.

Es por eso que, con harta regularidad, se producen hechos vituperables y escándalos que involucran incluso al Presidente y a altos funcionarios, sin que éstos se molesten en referirse a ellos y, mucho menos, en ofrecer explicaciones, pues no sienten el más mínimo respeto por la ciudadanía.

Los Presidentes de la República Dominicana han tratado de dar la impresión de que propician la erradicación de la corrupción, bien sea a través de los múltiples organismos oficiales que aparentan ejercer esa función o mediante declaraciones esporádicas de sus funcionarios o de ellos mismos, pero casi todos sabemos que estos presidentes han sido y son los verdaderos cabecillas o sustentadores de la mafia gubernamental. Si no lo fueran, actuarían de otra forma y otro sería el resultado. Hay que ser ignorante o imbécil para creer lo contrario.

Los Presidentes, congresistas y funcionarios que han manejado la caricatura de democracia que hemos tenido en las pasadas cuatro décadas, sobre todo en los últimos 15 años, no han sido más que hipócritas y simuladores que nunca han estado interesados en el bienestar de la población dominicana, sino en su propio bienestar y en el de los suyos, mientras nosotros lo permitimos todo y no hacemos nada.

Ha sido esa corrupción rampante, auspiciada por presidentes y políticos inescrupulosos, la que ha producido que en sólo unos pocos años la situación nacional haya empeorado tanto que actualmente vivamos sujetos a las fuerzas negativas del narcotráfico, el lavado de dinero, la delincuencia y la inseguridad ciudadana y que casi el 60% de la población dominicana quiera irse del país, en vez de luchar por su libertad y por su patria.

¿Cuáles son, entonces, las opciones que tiene el Pueblo Dominicano para enfrentar estas fuerzas negativas?

Los dominicanos tenemos la tendencia de esperar infructuosamente la ayuda de quienes no están en la disposición de respaldarnos. El sector empresarial, las organizaciones de la sociedad civil, los medios de comunicación, los periodistas, los sindicatos, las fuerzas armadas y la policía nacional, los políticos de partidos mayoritarios, minoritarios y emergentes, así como la Iglesia han dado la espalda a los genuinos intereses del pueblo dominicano.

El segmento más poderoso del sector privado o empresarial ha sido tradicionalmente propulsor de actos de corrupción o protagonista principal, tanto por contrabandos descarados de mercancías como por sobornos a funcionarios públicos de todos los niveles para la ejecución de proyectos o transacciones con el Gobierno.

Las veces que el sector empresarial se ha reunido con el Presidente o con altos ejecutivos del Gobierno para tratar asuntos que afectan negativamente a la ciudadanía, sólo han servido para evidenciar que ellos se preocupan exclusivamente por sus propios intereses, sin que les importe un comino los perjuicios que puedan recibir los demás seres humanos que conformamos esta nación y sin que sus decisiones puedan ser variadas por posiciones contrarias de asociaciones de empresas o industrias que no tienen suficiente poder dentro del sector.

Es por eso que, como resultado de una corrupción y complicidad que data, en algunos casos, de más de un siglo, muchos de los grandes empresarios de este país hayan acumulado cuantiosas fortunas. Otras surgieron de negociaciones turbias con el Gobierno y del uso de coyunturas políticas para sacar ventajas y recibir concesiones especiales y exoneraciones, así como de operaciones irregulares con los bienes y empresas que fueron propiedad de la familia Trujillo y que pertenecían al Estado, que somos todos nosotros. Han sido fortunas que han nacido del dolo.

A lo anterior se debe, en gran medida, que traicionaran y conspiraran, conjuntamente con otras fuerzas oscuras del país, contra el ensayo democrático de 1963.

Es muy difícil que el sector privado y empresarial se ponga al lado de los que sufren y que están sujetos a la injusticia y la exclusión social.

Por otro lado, tenemos a las principales instituciones que representan la sociedad civil, las cuales se han desviado de sus hermosos principios y se han plegado a los dictados del poder político, aun cuando están conscientes, plenamente, de los perjuicios que diariamente recibimos los dominicanos por la pésima gestión gubernativa de nuestros políticos. A menos que otras fuerzas sociales tomen la iniciativa y el pueblo reaccione, es poco lo que podemos esperar de estas organizaciones, pues han sido seriamente afectadas por el poder político, por su dependencia de recursos externos y por su relación estrecha con grupos o entes locales cuyos intereses particulares coliden con la misión, valores y objetivos de las mismas.

De los medios de comunicación, periodistas y sindicatos es casi nada lo que se puede esperar, ya que éstos han sido prácticamente comprados por los politicastros dominicanos y el Gobierno. Son ellos la más cruda evidencia de los efectos negativos de la corrupción.

Tampoco puede esperarse nada de los posibles candidatos de partidos políticos mayoritarios, minoritarios o emergentes, todos ellos con disfraz de honestos y trabajadores y con pretensiones de llegar un día al poder, pues sus manos están atadas por sus ambiciones personales y por los compromisos y obligaciones de todo tipo que han contraído y que tendrían que contraer para contar con el apoyo y recursos suficientes en procura sus objetivos. Una vez en el poder, estarían tan contaminados como los gobernantes actuales.

Las fuerzas armadas y la policía nacional, por su estructura y naturaleza opresora Trujillista al servicio de los políticos de turno y de otros intereses oscuros, han demostrado ser un fiel exponente de la corrupción y de la delincuencia. Han desaparecido aquellos pocos oficiales que tenían mística, capacidad de mando, honestidad y, sobre todo, patriotismo. Poco o nada puede el pueblo esperar de ese sector.

Por último, ¿Cuál ha sido el papel de nuestra Iglesia Católica en este contexto?

Jesús, nuestro Señor y Salvador y que está hoy más vivo que nunca, no fue una persona engreída, arrogante, ostentosa o prepotente, ni apegada a lo material; al contrario, predicó siempre con un ejemplo admirable de sencillez, mansedumbre, desprendimiento, humildad y sacrificio. Fue fiel a su afirmación de que “si alguno quiere ser el primero, que se haga el último de todos y el servidor de todos”. Me parece que el comportamiento de los principales jerarcas de nuestra Iglesia es muy diferente al de Jesús.

Jesús también combatió y se opuso tenazmente a los grupos políticos y religiosos poderosos de su época, sobre todo a los fariseos y saduceos, que imponían severas cargas a los judíos, mientras ellos disfrutaban de privilegios y canonjías e incumplían sus deberes: exactamente como ocurre en nuestro país. Jesús reiteradamente los llamó hipócritas y sepulcros blanqueados.

Los corruptos e impunes gobernantes dominicanos y sus cómplices que nos han oprimido hasta hoy son, efectivamente, los fariseos y sepulcros blanqueados de la República Dominicana. Están, como ellos, llenos de rapiñas y perversidades. ¿Ha enfrentado nuestra Iglesia a esos gobernantes de la misma forma en que Jesús enfrentó a las autoridades judías? La respuesta es obvia. Luce, más bien, que los jerarcas de la Iglesia no desean ver disminuidos sus privilegios, ni ser crucificados como nuestro amado Buen Pastor.

A pesar de todos los sufrimientos del pueblo dominicano, la Iglesia Católica sólo combatió abiertamente a Trujillo cuando éste se empecinó en recibir el título de “Benefactor de la Iglesia”. Desde el asesinato del sátrapa, la Iglesia se ha mantenido a la sombra del poder o participando indirectamente en él, recibiendo bienes y favores de políticos, gobernantes y empresarios, mientras los pobres de recursos y de espíritu de la República Dominicana sufren los embates despiadados de sus verdugos y la clase media soporta las consecuencias de las pésimas administraciones gubernamentales.

Jesús eligió a Pedro para edificar su Iglesia y los representantes con distintos niveles de autoridad en esa Iglesia, sucesores de Pedro, deberían estar dedicados a su feligresía, en procura de su bienestar físico y espiritual. Los católicos esperamos que nuestras autoridades eclesiásticas nos defiendan, no sólo con repetidas declaraciones en periódicos, opinando sobre todo y sobre todos, opiniones que de nada sirven y a las que nadie en el Gobierno hace caso y que los hacen aparecer como vulgares dirigentes de partidos políticos, sino con acciones concretas que eviten los perjuicios que ahora sufrimos y que produzcan una mejoría sustancial en las condiciones de vida de los más necesitados. Acciones concretas que disipen la duda de que también se están burlando del pueblo y de que son cómplices de los gobernantes de turno.

Los representantes de nuestra Iglesia demostrarían que son verdaderamente discípulos de Jesús si siguen su ejemplo, guardando sus palabras y su proceder, poniendo en práctica la defensa de los oprimidos. Y este es un pueblo oprimido. Jesús lo dijo: no desea representantes que lo honren con sus labios, pero cuyos corazones estén lejos de El.

No quiere esto decir que no existan sacerdotes consagrados e identificados con los sufrimientos de nuestra gente. Al contrario, hay muchos buenos sacerdotes, pero su disciplina y apego a las normas y procedimientos de la Iglesia les dificulta tomar decisiones en ese sentido. Eso debe cambiar, si es que desean cumplir con el juramento que hicieron a Dios al aceptarlo en su corazón como el único camino, la verdad y la vida.

En verdad les digo que parece que desde hace un tiempo llegó la hora, y es ahora, con concordato o sin él, en que la Iglesia Católica, se ponga al lado de la ciudadanía y luche con ella hombro con hombro para librarla de estos opresores y ladrones vulgares en que se han constituido los políticos y gobernantes dominicanos. Es su obligación y deber cristiano, si es que Jesús es verdaderamente su ejemplo y su líder. Lo mismo se aplica a las demás iglesias cristianas que operan en el país.

Por su influencia y su poder, el apoyo y defensa de la Iglesia Católica (si es que algún día se decide a utilizarlos para beneficio de la ciudadanía), es una de las dos únicas esperanzas que aún tenemos de sobrevivir al tsunami de la corrupción y de la impunidad y de todos los males que se han derivado de estos flagelos en años recientes.

La reacción oportuna, vigorosa y decidida de los propios ciudadanos es la otra esperanza. Para que eso ocurra se requiere que los hombres de este pueblo nos sobrepongamos, venzamos nuestra apatía y usemos todos los medios pacíficos de lucha a nuestro alcance para reconquistar nuestra dignidad, nuestra familia, nuestros derechos y nuestra libertad.

De no producirse esas condiciones, veo con profunda tristeza los sufrimientos que nos azotarán en los próximos seis años.

Saturday, August 21, 2010

¿En Qué nos Hemos Convertido los Dominicanos?


"El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe"
J.J.Rousseau (1712-1778), Filósofo Suizo

Luego del magnicidio del 30 de mayo de 1961, Joaquín Balaguer auspició, durante sus 22 años de mandato, el asesinato de un alto número de jóvenes intelectuales y patriotas, el deterioro progresivo del sistema educativo y de los servicios públicos, la corrupción rampante y la utilización de los recursos del Estado con fines perversos, al tiempo que sentó las bases para destruir no sólo los valores cívicos y morales de nuestra sociedad, sino también el patriotismo y la esperanza de la juventud dominicana.

A eso se debe que un alto porcentaje de la población no respete ni valore en su justa medida este país en el que vive y que le da albergue.

He escuchado a cientos de personas que reiteradamente deshonran nuestra amada tierra cuando se refieren a ella como “paisito” o “paisaje” o “país de m…..” o “este país es un charco”. Degradan la moneda nacional, al llamarle “pesito”, irrespetan la memoria de nuestros héroes y patriotas y a la gente honesta, al llamarlos “pendejos”.

Créanme cuando les digo que es todo lo contrario: mediocres, cobardes y pusilánimes somos nosotros, que no hemos tenido el coraje de seguir el buen ejemplo, ni luchar por nuestros principios y libertades y que hemos devenido en una sociedad acostumbrada a desenvolverse en el caos y el desorden, una sociedad que ya no se escandaliza por nada, en razón de los hechos reprensibles que ocurren casi a diario por parte de aquellos a quienes hemos delegado nuestro poder.

Esas personas a las que usted y yo escuchamos expresarse diariamente de manera despectiva con respecto al país o a sus hombres probos no sienten respeto por nada, ni por nadie, o no tienen conciencia de lo que dicen. Lo grave del caso es que es una actitud generalizada en muchos de nuestros conciudadanos.

La República Dominicana no sólo es un país hermoso, acogedor, pródigo y extraordinario, sino también el lugar que Dios eligió para que nosotros tuviéramos el privilegio de nacer, tener una familia y desarrollar nuestras vidas. Si en verdad creemos en Dios y en la necesidad de ser agradecidos, es nuestro deber y obligación amar intensamente este país.

La República Dominicana tiene un amplio conjunto de activos y valores que deberían ser motivo de orgullo para todos, porque son únicos e irrepetibles en todo el mundo, pero nosotros dejamos que pasen desapercibidos a nuestra mente y a nuestro corazón. No me refiero a sus bellezas naturales, pues otros países las tienen y, quizás, en mayor número y esplendor, sino a sus símbolos patrios.

Me detendré solamente en los siguientes tres ejemplos, de los tantos que abundan en nuestro país:

(a) No existe en ninguna bandera del mundo un escudo más hermoso y más significativo que el dominicano.

La bandera dominicana, concebida y diseñada por Juan Pablo Duarte en los albores de nuestra independencia, al tomar el juramento a los Trinitarios el 16 de julio de 1838, es el símbolo más sublime de la libertad y de la soberanía nacional y deberíamos considerarla como el alma de la patria.

Cada color en nuestra bandera tiene un gran significado para nuestra nación, pero es su escudo de armas, en medio de una cruz blanca que divide la bandera en cuatro rectángulos y que simboliza la lucha y sacrificio de nuestros patriotas y libertadores afianzados en la fe cristiana, la joya más preciada de la insignia tricolor dominicana.

Nuestro escudo tiene los mismos colores de la bandera nacional, los cuales están dispuestos de igual manera, y tiene en su centro una biblia abierta en el Evangelio de Juan, Capítulo 8, Versículo 32, en el que se lee “Y la verdad os hará libres”; sobre la biblia se encuentra la cruz latina y a cada lado de ella están tres lanzas, de las cuales cuatro sostienen los mástiles de otras banderas nacionales sin escudos. En el lado izquierdo del escudo se encuentra una rama de laurel y en el derecho una rama de palma, ambas símbolos de la gloria y la victoria del pueblo dominicano, mientras en la parte superior hay una cinta color azul ultramar con la inscripción “Dios, Patria y Libertad” y en la inferior otra cinta color rojo bermellón con la inscripción “República Dominicana”, denominación oficial de nuestra nación.

El escudo tiene forma rectangular, con ángulos superiores salientes y los inferiores redondeados, con una base en forma de punta en su centro y concebido de manera que resulta un cuadrado perfecto si se traza una línea horizontal que una las dos verticales del rectángulo donde comienzan los ángulos inferiores.

Es indudable que el escudo de armas dominicano, que se estampa en la actualidad en cada bandera nacional, es, definitivamente, una obra de arte. Diseñado por Casimiro Nemesio de Moya a principios del Siglo 20, luego de los 14 diseños que le precedieron y que fueron usados para distintos fines, nuestro escudo debería enorgullecernos y ser venerado como patrimonio preciado de los dominicanos. Para vergüenza de los que amamos profundamente nuestro país, parece que, en el caso de la mayoría, no es así.

(b) El himno nacional dominicano es el canto más hermoso que se haya escrito a patria alguna y es un reconocimiento único a la valentía y patriotismo de los hombres que vivieron en nuestro país en el Siglo 19.

Interpretado por primera vez el 17 de agosto de 1883 en los salones de la Respetable Logia Esperanza No. 9, de Santo Domingo, el himno de nuestro país es la bella partitura musical que compuso el Maestro José Reyes en 1882 bajo el título “Himno Nacional”.

Reyes, quien provenía de una familia pobre y que siempre fue un hombre modesto y autocrítico, fue un notable autodidacta que compuso música laica y religiosa, gran parte de ella inédita. Además del Himno Nacional, fue el autor de mazurcas, pasodobles y valses y piezas musicales para misas.

La música del himno nacional fue exitosamente acogida en todos los lugares donde fue interpretada y alcanzó gran popularidad, al punto de que, cuando los restos de Duarte fueron traídos desde Venezuela en 1884, fue precisamente el himno nacional de José Reyes el que se utilizó para acompañar la procesión en su honor.

En 1883 José Reyes le pidió a su amigo Emilio Prud’Homme que escribiera los versos patrióticos que complementaran su obra musical. Prud’Homme, quien fue discípulo y colaborador de Eugenio María de Hostos, escribió la mayoría de sus obras literarias y, especialmente las letras del himno nacional, para exaltar los valores patrióticos de los dominicanos, así como su respeto y amor a la soberanía y defensa de nuestra independencia.

Sin embargo, la obra de Prud’Homme contenía inexactitudes históricas y defectos de métrica que causaron controversia y críticas de los intelectuales de la época, lo que le motivó a corregir las letras originales y presentar públicamente la nueva versión en 1897, con los versos actuales del himno.

La unión de esfuerzos de José Reyes y Emilio Prud’Homme resultaron en una obra extraordinaria en su clase; una obra que debería ser motivo de gran orgullo para nosotros, pues la gallardía y el valor del pueblo dominicano, así como las gestas patrias, se plasman en la música y letras viriles del Himno Nacional.

Mientras ciudadanos de otros países entonan sus himnos con emoción, como vemos, por ejemplo, antes del inicio de cada juego de base-ball en los Estados Unidos, nosotros hacemos ruido, no nos detenemos, ni mostramos reverencia mientras lo interpretan oficialmente.

El himno nacional, el canto a la patria, consta de 12 estrofas, pero muchos de nosotros sólo aprendemos, apenas, las primeras 4 y desdeñamos las restantes 8. Los dominicanos nos hemos acostumbrado a disminuir y acortar todo, incluyendo las palabras y hasta nuestro maravilloso himno, pues, como expresan algunos, “es muy largo”.

Es penoso saber que en la dictadura de Trujillo se promovió más el respeto y la veneración a los símbolos nacionales, sobre todo a la bandera dominicana y al himno nacional, que en la supuesta democracia que se instauró en nuestro país luego del tiranicidio y que la mafia que nos gobierna maneja a su antojo.

Más lamentable aún es observar cuánto hemos cambiado los dominicanos en unas cuantas décadas. De hombres valientes y patriotas hemos pasado a ser hombres quejumbrosos y cobardes que aceptamos todos los vejámenes y burlas de los politicastros que nos gobiernan y que permanecemos impasibles mientras nuestro entorno social es continuamente sacudido por las medidas y acciones de gobernantes sin escrúpulos.

Ya tampoco nos gusta leer; preferimos enterarnos de las cosas a través de programas de televisión y radio contaminados por el poder del dinero y de la nómina pública; admiramos a los ricos corruptos y despreciamos a los hombres honestos y de vida recta.

A eso se debe, en gran medida, que el pueblo dominicano haya perdido su libertad. Es que, como indica nuestro glorioso Himno Nacional, “ningún pueblo ser libre merece, si es esclavo, indolente y servil”. Esclavos de los gobernantes de turno, indolentes ante el sufrimiento y penurias de los demás y serviles ante los embates del dinero, el materialismo, la corrupción y el poder.

(c) No ha existido en el mundo otro patriota y Padre de la Patria como Juan Pablo Duarte.

Así como los dominicanos no sabemos cuántos haitianos hay en el país luego de casi 50años de muerto Trujillo, de haber realizado varios censos de población y viviendo en la era tecnológica del Siglo 21, un alto porcentaje de la población todavía no conoce, a estas alturas, los verdaderos nombres de dos de aquellos que llamamos Padres de la Patria.

Durante décadas se nos enseñó que Sánchez se llamaba Francisco Del Rosario Sánchez y no es así, sino que en realidad se llamaba Francisco Sánchez Del Rosario. De igual manera, en el pasado aprendimos que los dos nombres de Mella eran Ramón Matías, pero no, era al revés. Sus nombres verdaderos eran Matías Ramón. ¡Ni siquiera los llamados padres de la patria se salvan de nuestra dejadez!

Con el que no ha habido dudas de su nombre es con Juan Pablo Duarte Díez, el verdadero Padre de la Nación Dominicana y el Apóstol de la Libertad.

El pensamiento y patriotismo de Juan Pablo Duarte se derivaron, en gran medida, del ejemplo y conducta de vida de su padre, Juan José Duarte. Cuando el presidente haitiano Jean Pierre Boyer ocupó militarmente el país en 1822, luego de que José Núñez de Cáceres proclamara la Independencia Efímera en 1821, el padre de Juan Pablo fue el único comerciante español que se negó a firmar el infamante escrito de adhesión al nuevo orden implantado por los haitianos que el comercio español se apresuró a entregarle a Boyer cuando éste llegó a Santo Domingo al frente de sus tropas. ¡Cuánta dignidad! ¡Qué ejemplo para su hijo de 9 años!

El padre de Duarte también se sumó a las conspiraciones separatistas que tuvieron lugar en los primeros años de la ocupación haitiana, pero éstas sólo tuvieron éxito por los esfuerzos que posteriormente realizara su hijo Juan Pablo, con el apoyo de su familia y de otros patriotas.

Jesús dijo: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” y si existe un ejemplo claro de ello es el de Juan Pablo Duarte, quien ofrendó su vida y el sacrificio de su familia completa, así como todo el patrimonio que heredó de su padre, para lograr la libertad de sus compatriotas. No ha existido otro hombre como él en la República Dominicana, así como no ha habido, ni habrá, otro Jesús en el mundo.

Duarte fue el más tenazmente perseguido por Herard y sus ideales fueron considerados como “aspiraciones criminales” en la Proclama de Pedro Santana, al tiempo que una sentencia de la Junta Central Gubernativa, emitida a instancias de Santana, lo declaró “traidor e infiel a la patria”. Su familia fue la única del grupo Trinitario en ser deportada por Santana.

Duarte, un joven republicano, anticolonialista, liberal y progresista, tenía un claro concepto de lo que debía ser la nación dominicana y las responsabilidades de sus integrantes. Por eso redactó un proyecto de constitución que indicaba con claridad que la bandera dominicana podía cobijar a todas las razas, sin excluir ni dar predominio a ninguna.

Padre de la Patria es un término reservado generalmente al fundador de una nación; a una figura prominente y clave en la historia nacional y cuyo heroísmo y autoridad moral le acrediten como fuente de inspiración patriótica, digna del mayor respeto y veneración, de modo que se le considere como un símbolo nacional.

Sin restar al insigne y héroe entre héroes Francisco Sánchez Del Rosario los grandes méritos que tiene, nadie tan merecedor de ser llamado Padre de la Patria como Juan Pablo Duarte: el creador de la bandera dominicana, de nuestra nacionalidad y del lema “Dios, Patria y Libertad”.

Fue la concepción, fundación y puesta en marcha de la sociedad secreta La Trinitaria y de sus dos apéndices esenciales, la Sociedad Filantrópica y la Sociedad Dramática, por parte de Duarte y su genio creador independentista, lo que hizo posible que esta tierra pudiera ser libre del yugo haitiano y la chispa que encendió en nuestro corazón el deseo de ser libres de toda dominación extranjera.

¡Qué pena que sus ideas y sentimientos no sean compartidos por tantos de sus compatriotas de esta época!