Wednesday, January 26, 2011

El Gobierno, la Educación y el 4%


“El maestro que intenta enseñar sin inspirar en el alumno el deseo de aprender está tratando de forjar un hierro frío”.
Horace Mann (1796-1859) Educador estadounidense.

Aunque ya me había referido a los problemas de la educación dominicana en un artículo anterior (ver “La Mafia Política y la Educación Dominicana”, 10 de Octubre del 2010), varias personas me han solicitado que ofrezca mi opinión sobre las actividades desarrolladas recientemente por varias organizaciones de la sociedad civil para reclamar el cumplimiento del Artículo 197 de la Ley General de Educación.

La hermosa jornada cívica emprendida por esas organizaciones pareció ser una pequeñísima luz al final del largo y oscuro túnel por el cual hemos venido transitando los dominicanos durante toda nuestra historia republicana.

A pesar de que los reclamantes no cedieron ante los intentos de quebrar su dignidad por parte de Leonel Fernández y sus funcionarios del área económica, de la Policía Nacional y del Congreso Nacional, lo cierto es que esa tenue luz parece haberse apagado y que el Gobierno ha vencido. Demostró que no estaba dispuesto a ceder ante esa leve presión social, así como no ha estado dispuesto a ceder ante ninguna otra reclamación de la ciudadanía, de modo que continuamos con la misma situación de deterioro progresivo de la educación dominicana, tal y como ocurre con los demás sectores vitales para el desarrollo social del país.

Las marchas, el uso de sombrillas y camisetas amarillas, las pancartas, las demostraciones frente al Congreso, las agresiones recibidas de la Policía, los stickers, los artículos publicados por algunos ciudadanos, los pronunciamientos de varios sacerdotes íntegros, el sometimiento de un recurso de amparo a la Suprema Corte de Justicia, el “lunes amarillo” y el apoyo de una parte de la población que se identificó con el reclamo del 4%, fueron todos argumentos y acciones insuficientes y fallidos para vencer la posición del Gobierno de no cumplir con la Ley General de Educación.

Lo cierto es que ahora esa jornada cívica se ha convertido en un recuerdo; uno más de los tantos que desaparecen rápida y definitivamente de la pobre memoria de los dominicanos.

Sin embargo, aunque sólo sea un ejercicio académico, hay aspectos y lecciones que han resultado de ese reclamo que vale la pena examinar.

El pueblo dominicano pudo confirmar, por enésima vez, que los políticos que han secuestrado el poder gobiernan al margen de la Ley, pues decenas de leyes vigentes, incluyendo la Constitución de la República, son violadas e incumplidas reiteradamente por los gobiernos de turno, sobre todo por el actual, como así lo reconoce y justifica su prepotente Ministro de Hacienda.

Por otro lado, el señor Agripino Núñez Collado, Rector de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), quien desde hace décadas ha sido beneficiado por el Gobierno con numerosos privilegios, donaciones y transacciones inmobiliarias y que en muchas ocasiones parece ser el verdadero vocero del Gobierno de Leonel Fernández, no pudo quedarse callado, sino que se apresuró en declarar que la Ley General de Educación debía ser modificada para “ajustarla a la realidad”, porque “se contradice con las posibilidades [económicas] que tiene el Gobierno de cumplirla”.

La afirmación de Núñez de que el Gobierno no tiene posibilidades de cumplir con la Ley es una barbaridad. Su condición de Rector de una universidad debería convertirlo en un aliado de la educación y no en el defensor de un Gobierno que viola frecuentemente la Ley. Era su deber como promotor académico y persona de influencia en la vida nacional, haber expresado su opinión antes de que la Ley fuera aprobada y promulgada en 1997 por el mismo Presidente que gobierna actualmente el país, una evidencia más del poco respeto que este último siente por los dominicanos.

La supuesta condición de religioso de Núñez debió colocarlo al lado de la ciudadanía en su justo reclamo y no en el lado corrupto de un gobierno que explota de modo inmisericorde a la clase que Núñez debería defender, una clase que carece de todo. Era mejor quedarse callado, como hizo la más alta jerarquía de la iglesia católica, una complicidad reprochable, pero más elegante.

A principios del mes de agosto del 2010, Leonel Fernández afirmó en Nagua que “en la medida que avance la educación en el país, en ese mismo sentido se irá transformando la estructura económica y social para crear las condiciones que eleven las condiciones de vida de la población”. De igual manera, a finales de octubre del 2010 expresó en El Salvador, en uno de sus tantos viajes de vacaciones, que “el futuro de la juventud Iberoamericana tiene como principal desafío la educación, la cual debe ser planteada dentro del contexto de la nueva realidad del planeta”.

En teoría, parecería que Fernández estaba de acuerdo con los reclamantes del 4%.

Sin embargo, es este mismo señor el que manifiesta días después, en noviembre del 2010, que no destinará más recursos a la educación, “aunque el pueblo brinque y patalee”. Es el mismo señor que luego calificó de “falso debate” el reclamo de las organizaciones que respaldaron el 4% para la educación.

¿Cómo denominar a una persona así? ¿Teórico, hipócrita, cínico o perverso? Dejo la elección a la conciencia de ustedes, mis queridos lectores.

Por último, debo referirme al hecho de que fueron instituciones de la sociedad civil y ciudadanos de la clase media y de la clase alta los que organizaron y apoyaron con entusiasmo la jornada cívica del 4%. La principal beneficiaria de esa actividad, que es la clase más pobre, a la cual pertenecen los más de dos millones de niños y jóvenes que deberían asistir a las escuelas públicas, permaneció al margen de la misma, así como las organizaciones campesinas, comunitarias, regionales y sindicatos que la representan.

Lo anterior debería recordarnos la iniciativa de Angel Sosa, “El Peregrino”, aquel hombre pobre y desempleado, padre de seis hijos, quien, a principios del mes de agosto del 2006, hizo un peregrinaje a pie desde Dajabón hasta Santo Domingo con una cruz de madera a cuestas, en protesta por el estado de abandono de la zona fronteriza y por el incumplimiento del Gobierno de Fernández en la realización de pequeñas obras civiles que fueron prometidas a su provincia durante la campaña electoral del 2004. Luego de la acción de Sosa, las obras fueron iniciadas, pero abandonadas poco después, lo que motivó a “El Peregrino” a salir nuevamente con su cruz hacia la capital para efectuar, en la Plaza de la Bandera, una huelga de hambre en demanda de la terminación de las obras.

Independientemente del resultado final de tal hecho, en ambas ocasiones la actitud de la población, incluyendo a las organizaciones comunitarias de Dajabón y zonas aledañas, fue la de limitarse a ser un espectador pasivo de esos actos, como quien asiste a la función de un circo. Es la misma actitud exhibida en los últimos 40 años por la población del país y sus organizaciones cívicas y populares ante los poquísimos reclamos que se han elevado durante ese período. En estas cuatro décadas nos hemos convertido en un pueblo apático, pusilánime y poco solidario.

¿Es válido el reclamo del 4%? De haberse logrado, ¿Se resolvería el problema de la educación dominicana?

Creo que el reclamo es totalmente válido, pero estoy seguro que, de haber sido exitoso, no se hubieran resuelto los graves problemas que tiene la educación pública de nuestro país.

Hay un aspecto que Leonel Fernández comentó en El Salvador y en el cual considero que tiene, desafortunadamente, la razón: El aumento del presupuesto destinado a la educación no garantiza, por sí solo, una mejoría en el desempeño de los estudiantes.

El desastre que constituye la educación dominicana no es solamente un problema de falta de dinero.

Estoy convencido de que el monto total de los recursos que se destinan anualmente a la educación pública con cargo al presupuesto nacional deberían rendir sustancialmente mejores resultados que los que se obtienen en la actualidad. Tal como dijo, en su acostumbrado cinismo, el señor Fernández: “no se trata sólo del volumen de inversión, sino de la calidad de la inversión, de la calidad del desempeño y de la filosofía educativa que defina los contenidos curriculares de la educación”.

Lo considero cinismo porque, quien así se expresa es el Presidente de la República Dominicana, el principal ejecutivo de la Nación, el Jefe del Ministro de Educación, que tiene todos los poderes que le confiere la Constitución de la República y que maneja directamente un porcentaje importante del presupuesto nacional. Es esa la persona que ostenta el cargo de Presidente: una persona que ha demostrado una y mil veces que está consciente de lo que hay que hacer, pero que no tiene el interés o la capacidad gerencial para hacerlo.

En lo que a nuestro tema a refiere, yo creo que es incorrecto aislar el problema de la educación de los demás problemas nacionales y tratar de lograr un aumento de la inversión en ese sector sin tomar en cuenta los cambios significativos que la estructura del sistema educativo requiere y la estrecha interrelación que existe entre el mismo y los demás sectores nacionales.

La educación no puede ser vista separadamente de la salud, de la alimentación, de las acciones contra la pobreza, de los servicios públicos, de la ejecución oportuna de una política que promueva el empleo y el desarrollo humano, de la institucionalidad y del manejo pulcro de las instituciones públicas.

Estoy seguro que la mayoría de los dominicanos conscientes saben que la educación dominicana requiere, para ser eficaz, de una extensa y profunda transformación en términos de la calidad del profesorado, de la infraestructura física, de la filosofía y métodos de enseñanza y del acceso a la tecnología moderna e, igualmente importante, de una sustancial mejoría en el ambiente familiar y comunitario en el cual se desarrollan los niños y jóvenes que asisten a las escuelas. Pero también sabemos que, independientemente de las dudas existentes sobre la pulcritud en el manejo de los fondos públicos por parte de los actuales funcionarios, el Ministerio de Educación no tiene la capacidad administrativa para lograr los resultados deseados en un plazo razonable, ni siquiera teniendo a su disposición la totalidad de los recursos del presupuesto nacional.

A mi juicio, es elemental, y no hay que ser muy inteligente para darse cuenta de ello, que el que no sirve para manejar lo poco, mucho menos servirá para manejar lo mucho. Con el nivel de corrupción e impunidad que han propiciado los presidentes que han gobernado el país en los últimos tres lustros sería casi imposible que un aumento de los recursos al nivel que dispone la Ley General de Educación tenga los efectos deseados por las organizaciones de la sociedad civil.

Mi opinión es que el reto principal que debe asumir la sociedad civil es, en estos momentos, mucho más amplio y complejo que demandar solamente el cumplimiento del 4% para Educación. Ese reto se relaciona directamente con el cumplimiento de la propia esencia de lo que debe ser y hacer el Gobierno Dominicano. Es ahí justamente donde deben estar concentradas todas nuestras acciones de protestas y reclamos.

Así como la misión de los administradores de edificios de apartamentos es ocuparse de todas aquellas tareas que por su naturaleza general no pueden ser atendidas individualmente por los condóminos, debido a que resultarían más costosas y conflictivas para estos últimos, de igual modo un gobierno debe dar prioridad a aquellas tareas que resultarían muy costosas y conflictivas si los ciudadanos tuvieran que realizarlas individualmente. Esa es la verdadera razón de que exista un gobierno.

Si bien es cierto que los gobiernos tienen también, por delegación expresa de la ciudadanía, una función de inversión y redistribución de ingresos, a fin de mantener el equilibrio social mediante políticas que promuevan la justicia social, lo indiscutiblemente cierto es que la verdadera y principal obligación de cualquier Gobierno con la ciudadanía y a beneficio de ella es ocuparse de las tareas básicas o prioritarias que se encuentran expresamente consagradas en nuestra Constitución y entre las cuales se destacan las siguientes: (a) dotarlos de una educación integral, de calidad, permanente, en igualdad de condiciones y oportunidades; (b) brindarles asistencia y protección eficaz de salud; (c) proveerles de servicios públicos adecuados (agua potable, energía eléctrica, recogida de basura, servicios sanitarios y ornato, entre otros); (d) ofrecerles una justicia accesible, oportuna y gratuita, como parte de una tutela judicial efectiva por parte del Estado; (e) darles la oportunidad de un empleo digno y remunerado; (f) garantizarles seguridad alimentaria; y (g) proporcionarles garantías de libertad, dignidad humana y seguridad e integridad personal.

Todo lo demás es secundario.

Construir presas, canales de riego, puentes, carreteras, caminos vecinales, túneles, elevados, multifamiliares, metros, pavimentar calles y efectuar otras inversiones de naturaleza similar, son importantes para estimular el crecimiento de la economía, pero no genera progreso humano. Solo cuando el Gobierno cumple con sus obligaciones fundamentes y destina los recursos que son necesarios para cumplir cabal y eficazmente con los asuntos prioritarios que se indicaron más arriba, al tiempo que hay institucionalidad y un verdadero control de la corrupción, es que el país se desarrolla.

Repito, porque es importante hacerlo, que si se ejecuta lo primero sin prestar atención a lo segundo, que es precisamente nuestro caso, nunca habrá desarrollo económico y se producirá concentración del ingreso, altos niveles de pobreza, exclusión social, corrupción y todos los males que se derivan de esta última, incluyendo delincuencia, narcotráfico y lavado de dinero. Habrá crecimiento, pero no desarrollo.

Las administraciones de los últimos 14 años, encabezadas por Hipólito Mejía y Leonel Fernández, han sido funestas para nuestro país, por cuanto sus prioridades siempre han estado enfocadas en lo secundario, en obras civiles y en actividades (especialmente endeudamiento público y clientelismo) que llenan los ojos a una masa considerable de ignorantes y que han convertido esas acciones del gobierno en un excelente negocio para los gobernantes, para su camarilla de funcionarios y para sus allegados.

La corrupción que estos gobernantes han propiciado a través de dichas obras y actividades los han convertido a ellos y a sus grupos no sólo en personajes poderosos, sino en la nueva clase empresarial del país, la de mayor poder, gracias a la Ley que ellos mismos se aprobaron y a la impunidad pactada entre ellos para garantizar su ascenso económico y político.

El sistema de corrupción y de gobierno clientelista desarrollado por Joaquín Balaguer les vino como anillo al dedo, de modo que los dos últimos presidentes han copiado ese sistema y lo han mejorado para su provecho personal y el de sus cómplices.

Durante décadas los gobiernos han descuidado sus obligaciones básicas para dedicarse a las inversiones que les representan mayores posibilidades de enriquecimiento personal con impunidad y a repartirse, con nuestro permiso y bendición, una gran parte del dinero que pagamos por impuestos, de modo que actualmente todos los sectores a los cuales debería darse atención prioritaria se encuentran convertidos en verdaderos desastres y se requerirá de esfuerzos extraordinarios para lograr su recuperación y adecuado funcionamiento.

En consecuencia, no es el cumplimiento del 4% que las organizaciones de la sociedad civil y toda la población dominicana deberían estar reclamando, sino el de los deberes fundamentales del Gobierno, cuyo incumplimiento nos afecta tan negativamente a todos y nos impide lograr el verdadero progreso como seres humanos y como sociedad.

Y no veo otro modo para lograr esa meta que no sea unirnos, protestar, luchar, rebelarnos, llegar hasta donde haya que llegar, incluso a la desobediencia civil si fuese necesario, con tal de que el Gobierno finalmente cumpla con las obligaciones básicas que consagra nuestra Constitución, ese pedazo de papel que ningún gobernante ha respetado debido a nuestra dejadez y que a tan sólo un año de haber sido aprobada su más reciente versión, ya ha sido violada varias veces sin que los dominicanos mostremos ninguna reacción.

Si no nos sublevamos ahora, tendremos muy bien merecidos todos los males que estos políticos delincuentes han cargado sobre nuestras espaldas para que vivamos siempre de mal en peor.

Como muy bien expresó Ghandi: “"Más que los actos de los malos, me horroriza la indiferencia de los buenos."

Thursday, January 06, 2011

La Muerte de un Hijo


“El patriotismo es la cuna del sacrificio”.
Lajos Kossuth (1802-1894) Político y patriota húngaro.

El sol estaba a punto de ponerse en el firmamento. Las tonalidades rojizas y anaranjadas del cielo constituían sólo una pequeña parte del trabajo perfecto realizado por Dios, nuestro Creador y Señor. El canto de los pájaros yendo de un árbol a otro completaba aquel maravilloso espectáculo.

A pesar de que ya el año había avanzado hasta mediados de noviembre, aquel había sido un día muy caluroso, como era característico en ese país tropical con clima caliente y húmedo.

El cuerpo de Fidelio estaba bañado de sudor, cual riachuelo desbordado de su cauce por lluvias torrenciales. Había estado trabajando la tierra desde temprano en la mañana, con un breve descanso para comer la yuca con huevos revueltos y salami frito que la vieja Chichita había preparado para él y sus trabajadores en los fogones del bohío.

Fidelio, que había sido toda su vida un hombre de campo, como lo fueron su padre Teófilo, su abuelo Federico y su bisabuelo Rogelio antes que él, había levantado su hermosa familia en base a su trabajo tesonero y a su dedicación, capacidad, honestidad y sacrificio.

Era un hombre de gran humildad y fe cristiana. Dios y su familia constituían todo su mundo y su razón de vivir. Fidelio era también un hombre de gran solidaridad y sensibilidad social. Era un buen amigo en el sentido más amplio de la palabra y era querido, respetado y admirado por todos en la comunidad. Otros agricultores lo consultaban con frecuencia sobre asuntos personales y de negocios.

Había nacido 47 años antes, en su querida Damajagua, un pequeño poblado rural ubicado a unos 30 kilómetros al noroeste de Santiago, la capital de una de las 32 provincias de ese sufrido país y la segunda ciudad en importancia. Fidelio era uno de los pocos agricultores de Damajagua que había asistido a un colegio privado de Santiago y que se había graduado de bachiller.

Durante sus años de estudio, Fidelio pasó los días de colegio donde una tía suya, Dolores, que vivía en Santiago. Los fines de semana regresaba a Damajagua, para ayudar a su padre en las labores del campo. Justo dos meses después de terminar el bachillerato con muy buenas notas, su padre murió. Por eso no comenzó sus estudios universitarios, como deseaba su querido progenitor. Fidelio era hijo único.

Al morir su padre, decidió incorporarse al trabajo de las cien tareas que le habían pertenecido a aquél y que pasaron a ser de él, pues su madre había fallecido cuando él tenía sólo tres años de edad. La tenacidad y perseverancia en su trabajo hizo que Fidelio lograra ahorrar lo suficiente para adquirir una finca de quinientas tareas de tierra fértil que colindaban con las cien que había heredado de su padre.

Aunque tuvo mucho éxito al sembrar esas tierras de frutos menores y criar ganado de ceba, Fidelio logró un mayor impulso económico por su gran energía física, dedicación, innata inteligencia y habilidad organizativa. Fidelio había cultivado el hábito de la lectura desde niño, una costumbre que le permitió aumentar sus conocimientos y su cultura, tener una mayor conciencia de su entorno social y ampliar sus horizontes.

Sudado y atrapado en algunos de estos pensamientos de su pasado estaba Fidelio, cuando, de pronto, escuchó la voz de Elpidio, uno de sus vecinos.

“Vecino, venga rápido, que en su casa ha pasado algo grande”, dijo Elpidio.

“¿Qué ha pasado?” “¿Qué ha pasado?”, insistió una y otra vez Fidelio.

Pero Elpidio no contestaba.

“Acompáñeme vecino”, fue, finalmente, su única respuesta.

Dejándolo todo, Fidelio salió de prisa con Elpidio. Fueron los doce minutos más largos de su vida. Cuando avistó su vivienda, vio a mucha gente que se había aglomerado allí. El corazón le dio un vuelco y tuvo un mal presentimiento.

Al llegar, los murmullos, los abrazos y las expresiones en los rostros de quienes le rodeaban, gente toda conocida por él, le confirmaban que algo grave había ocurrido.

En medio de los presentes, y casi ahogados en llanto, vio a Altagracia, su mujer, y a dos de sus tres varones, Pablo, el mayor, y Daniel, su segundo hijo. Altagracia y sus hijos se aferraron a él llorando desconsoladamente.

“¡Por Dios!, díganme qué ha ocurrido”

“¡Ay, Ay, Fidelio!, mataron a nuestro hijito Samuel”, apenas pudo decir Altagracia con la voz entrecortada por el llanto.

Samuel, el más joven de su prole, fue asesinado en Santiago, cuando fue allí a hacer una gestión de cobros de la finca. Dos hombres vestidos con ropa militar y transitando en una motocicleta sin placa lo habían asesinado en un forcejeo para robarle su teléfono celular y el dinero que había cobrado.

En ese país la seguridad, que décadas atrás era el orgullo de toda la ciudadanía, se había perdido de manera vertiginosa. Las cosas habían empeorado al punto de que nadie sabía a ciencia cierta si regresaría vivo a su casa o si lo matarían para robarle cualquier cosa insignificante o al confundirlo con otro. La vida de una persona valía tan poco como cinco mil o diez mil pesos, dependiendo de cuanto cobrara el sicario encargado de la encomienda.

La desgarradora noticia de la muerte de su hijo Samuel impactó de tal modo a Fidelio que cayó de rodillas y lloró amargamente. Su esposa y sus hijos lo significaban todo para él. Eran su gran tesoro. Pero ya uno de sus retoños se había ido para no volver jamás.

Samuel era un hijo excelente, como generalmente ocurre con esos que matan en sistemas políticos podridos: estudioso, trabajador, honrado y querido por toda la gente.

El vacío fue profundo, pero más profundo fue el dolor y la impotencia.

No habría nadie, como en efecto sucedió, que pagara por la muerte de su hijo, ni por la muerte de tantos hijos de otras familias, como venía ocurriendo desde hacía varios años, pues la impunidad, la corrupción, la delincuencia y el caos habían llegado a arroparlo todo en ese miserable país.

Los políticos y partidos políticos prácticamente habían destruido las posibilidades de que sus ciudadanos pobres pudieran realizar sus sueños y sus deseos de progreso. La mentira, el cinismo, la hipocresía y la demagogia dominaban el panorama político nacional. Los servicios públicos eran un verdadero desastre, pues el gobierno lo había descuidado todo, y el cumplimiento de los deberes oficiales había sido relegado a un último plano. Los pobres y la clase media baja habían sido abandonados a su suerte, mientras los esfuerzos de los gobernantes sólo se concentraban en procurar poder y riquezas para ellos mismos y los suyos. El presupuesto nacional se había convertido en el presupuesto personal de los políticos con poder y en el poder.

Lamentablemente para los ciudadanos probos, la autoridad, el respeto, la seguridad, el patriotismo y los valores morales y cívicos se habían perdido. La vida de un ser humano ya no valía nada allí. Todos los ciudadanos parecían tener un boleto de lotería. Aquel que tuviera la poca fortuna de resultar agraciado, perdía la vida o la perdía alguien cercano a él.

Ahora, enfrentado con la muerte de Samuel, Fidelio veía claramente lo que había venido reflexionando desde hacía un tiempo: en ese país ni su familia, ni las familias de la gente decente y trabajadora, podrían optar por un futuro mejor, a menos que él y los demás ciudadanos dejaran a un lado su apatía y su indiferencia y se comprometieran, de una vez por todas, a poner en ejecución algo que Fidelio había ponderado en repetidas ocasiones.

De hecho, mucha gente de su comunidad, cuando comentaban la situación del país, le habían repetido una y otra vez que se irían de allí, aunque fuera en yola, porque ya habían perdido las esperanzas de progresar. Este sentir cobró mayor fuerza en la población cuando se dieron cuenta de que el presidente del país, un hombre de quien la mayoría pensaba que tenía gran sensibilidad social por su origen humilde, los había defraudado, al igual que su partido político. Ese presidente había demostrado ser un hombre insensible ante el sufrimiento de los suyos, un hombre cínico e irresponsable, que sólo se aferraba al poder y a todos los beneficios que se derivan del mismo.

Fidelio empezó a conversar con sus vecinos de Damajagua y con las personas serias de esa comunidad para agruparse en torno a una institución de la sociedad civil que había surgido recientemente y que realizaba actividades para crear una mayor consciencia en la población con respecto a las causas que originaban su situación económica y social. Esa institución propiciaba la realización de obras de asistencia social y ayudaba a la ciudadanía a organizarse debidamente para reclamar sus derechos.

La gente de Damajagua eligió a Fidelio como representante del poblado y él cumplió dedicándole el tiempo necesario a esa actividad, de modo que pronto, gracias a sus esfuerzos, se incorporaron numerosas personas a los trabajos de la institución.

A medida que pasaron los meses, la población de Damajagua tomó iniciativas que llamaron la atención de toda la nación: propuestas concretas para resolver problemas de la comunidad y del país, pero que nunca fueron atendidas, marchas, visitas a periódicos, protestas pacíficas, pancartas, encendido de velas, huelgas de hambre, participación en programas de radio y de televisión, entre otros muchos actos.

Fidelio y los miembros de su comunidad reclamaron, con el respaldo de las iglesias y de entidades sociales de la región, protección para los ciudadanos, solución a sus problemas más urgentes (sobre todo en las áreas de educación, salud, justicia, seguridad ciudadana, reparación de caminos y puentes, pequeños y medianos préstamos para la producción, agua, energía eléctrica y empleos), cancelación de los funcionarios inescrupulosos de las dependencias oficiales de Damajagua, sustitución de la dotación policial corrupta, llena de delincuentes y ligada al narcotráfico, apoyo financiero y asesoría de las entidades de desarrollo agrícola.

La figura y las actividades de Fidelio ya habían llamado la atención del gobierno y de políticos locales, sobre todo porque eran cada vez mayores los grupos de personas que se reunían para participar en las actividades impulsadas por él y porque los reclamos y protestas se habían extendido a los pueblos aledaños, incluyendo a Santiago.

Aunque de forma lenta y discreta, la labor de Fidelio estaba rindiendo sus frutos.

Como era lógico esperar, comenzaron a llover sobre él chantajes e intentos de extorsión para comprarlo y hacerlo desistir de sus intenciones.

Como Fidelio era un hombre valiente, íntegro y honesto no cedió a ninguno de esos intentos, lo cual dio entonces paso a amenazas de muerte para él y su familia.

Como ocurre en los países donde lo que existe es una caricatura de democracia o seudo democracia, que era el caso de aquella desventurada nación, un día, mientras Fidelio regresaba por la calle principal del poblado con sus dos hijos, Pablo y Daniel, luego de haber vendido un becerro a uno de los lugareños, desde un vehículo que pasó cerca de ellos salió una ráfaga de balas que impactó en los tres transeúntes, dejando a Fidelio en estado agónico y segando instantáneamente las vidas de Pablo y de Daniel.

Un grupo de vecinos, que había escuchado los disparos y que sólo alcanzó a ver la placa oficial del vehículo que se alejaba a gran velocidad, rodeó rápidamente los cuerpos.

Haciendo acopio de sus últimas fuerzas, Fidelio exclamó antes de morir: “¡Pueblo mío! ¡Pueblo mío! Que permaneces indiferente ante el sufrimiento de tus hijitos y con tu silencio y apatía apoyas a gente malvada y explotadora, ¿hasta cuándo soportarás?”

Entonces expiró y con él parecieron morir las esperanzas de Damajagua.

La muerte de Fidelio y de sus dos hijos fue reseñada al día siguiente, de forma breve, en una de las páginas interiores de un periódico de la capital. Sus muertes fueron calificadas por la policía como un “lamentable incidente”, ya que Fidelio, Pablo y Daniel fueron “confundidos”, de acuerdo con la versión policial, con tres delincuentes buscados por ese cuerpo del “orden público”.

Como en todos los asesinatos perpetrados por la policía, en los cuales no se tiene la menor intención de hacer justicia, el periódico señalaba que se había nombrado “una comisión de altos oficiales para investigar los hechos ocurridos”. Otra burla más de la “justicia” y de las autoridades de ese país.

Tres muertes más, entre tantas otras, sin castigo, con total impunidad. Vidas que para los gobernantes de turno no tenían valor alguno, como las de los numerosos niños que mueren cada año en ese país por virus, epidemias, desnutrición y otras enfermedades.

Sin embargo, en Damajagua las muertes del padre y de sus hijos sí estremecieron a casi todos sus habitantes, a quienes Fidelio había logrado hacer despertar de su marasmo cívico.

Luego del fallecimiento de Fidelio y sus hijos, las actividades de Damajagua y de otros pueblos de esa región exigiendo acciones del gobierno para solucionar los graves problemas nacionales y de esclarecer las muertes, lejos de disminuir, aumentaron sustancialmente, y se recrudecieron las protestas y los actos de desobediencia civil, con lo cual también se incrementó la represión a los asistentes a dichos actos y los asesinatos de ciudadanos.

Las represiones y los asesinatos no lograron amedrentar a aquella gente; al contrario, ahora se intensificaron sus actividades, denominadas “subversivas” por el gobierno y las fuerzas armadas.

Lo que sucedía en Damajagua fue extendiéndose gradualmente a otras comunidades y ciudades de aquel desventurado país, al punto de acaparar la atención de medios de comunicación, tanto nacionales como internacionales.

La situación se escapaba de las manos del gobierno y la creciente presión social era insostenible.

Finalmente, el sistema político se estremeció y dio paso a nuevas y mejores opciones y, con el paso del tiempo, pero con relativa prontitud, fueron alcanzadas muchas de las soluciones reclamadas por Fidelio y los habitantes de aquel país.

Los ciudadanos, hastiados de tanta podredumbre en sus gobernantes, en la justicia, en el Congreso, en las fuerzas armadas y en los políticos y partidos políticos, sólo necesitaron un empujón para expresarse.

La muerte de Fidelio y de sus hijos fue ese empujón, la chispa en encendió la mecha.