Monday, May 30, 2011

La Iglesia Católica y el Pueblo Dominicano


“Pido perdón por las injusticias infligidas a los no católicos en el curso de la atormentada historia de estas gentes; y al mismo tiempo aseguro el perdón de la iglesia católica por el daño que han sufrido sus hijos”.

Juan Pablo II (1920-2005) Papa de la Iglesia Católica

A finales del mes de abril de este año los 2,247 millones de personas que profesamos la fe cristiana celebramos la Semana Santa, una conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, quien se sometió a los horrores de la tortura, flagelación y crucifixión en aras de nuestra salvación espiritual.

Es impresionante saber que casi todos los seres humanos que habitamos este planeta, calculados en casi 7,000 millones, creemos en Dios. Y lo afirmamos categóricamente, porque la verdad es que creemos en un Dios creador del hombre y del universo, un Dios omnisciente, omnipotente, misericordioso y amoroso.

El grave problema, empero, consiste en que la gran mayoría de nosotros no le cree a Dios, incluyendo a muchos de los que representan la iglesia de Jesús en la Tierra.

Dios nos manda y no le obedecemos. Dios nos habla y no le escuchamos. Dios nos ama y le damos la espalda. Dios nos enseña a través de Su Palabra y hacemos caso omiso de ella. El nos envió a su amado Hijo Jesús y, aún cuando El nos dio su ejemplo y señaló claramente que nadie va al Padre si no es por El y que El es el camino, la verdad y la vida, nosotros lo menospreciamos y no asimilamos sus enseñanzas.

Nuestras actuaciones como cristianos contradicen totalmente los principios de la fe que supuestamente enarbolamos. Haciendo un mal uso de nuestro libre albedrío, procedemos casi siempre como se nos antoja, violando la mayoría de los mandamientos y preceptos que Dios nos ha dado para regir nuestras vidas.

Nosotros los católicos y los miembros de las numerosas denominaciones protestantes que existen en el mundo sabemos que cuando algunos fariseos y herodianos intentaron sorprender a Jesús al preguntarle si era lícito pagar impuestos a Roma, uno de los escribas presentes en el lugar, al ver que la respuesta de Jesús fue correcta y contundente, le preguntó a su vez: “Maestro, ¿Cuál es el primer mandamiento de todos?”

Sabemos también que la contestación de Jesús no se hizo esperar: “El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos”.

Fáciles de decir y de escribir, pero difíciles de cumplir. Estos mandamientos deberían constituir las columnas más sólidas de nuestra fe y observarlos con rigurosidad haría posible tener el paraíso en la Tierra. Pero preferimos no hacerlo.

Lo anterior se aplica a la humanidad entera y, por supuesto, también a nosotros los dominicanos y a los jerarcas de nuestra iglesia católica.

Si los feligreses católicos dominicanos somos culpables de ser tan fríos en la observación de los dos principales mandamientos de Dios, es posible que más culpables sean los miembros de la alta jerarquía católica, quienes tienen el deber y la obligación de dar el ejemplo, cumplir los referidos mandamientos e imitar a Jesús en todo. Pero no lo hacen cuando contemplan impasibles el sufrimiento y vicisitudes de tantos hermanos nuestros que padecen el yugo a que los han sometido los gobernantes y políticos dominicanos, con su consentimiento y el de los sectores de poder de nuestro país.

Más del 90% de los dominicanos somos católicos. Yo lo soy, estoy orgulloso de ello y nunca dejaré de serlo, porque ser un buen católico ha sido uno de mis principales objetivos de vida. Estoy plenamente convencido de que mi deseo y decisión de seguir a Jesús y poner en práctica sus enseñanzas, nunca podrán estar supeditados al comportamiento de aquellos seres humanos imperfectos que son los sacerdotes y autoridades de la iglesia católica, así como los pastores de las iglesias protestantes, hombres llenos de virtudes y defectos, como los de usted y como los míos, y que están también sujetos a cometer todo tipo de errores.

Jesús mismo, como buen judío que era, nunca renegó de los valores religiosos que le fueron transmitidos y sus críticas contra saduceos, fariseos, maestros de la Ley y miembros del Sanedrín se basaron, como debemos recordar, en el debido cumplimiento de la Ley de Moisés y así lo expresó: “No crean ustedes que he venido a poner fin a la Ley de Moisés, ni a las enseñanzas de los profetas; no he venido a ponerles fin, sino a darles su verdadero significado. Les aseguro que primero cambiarán el cielo y la tierra antes que una coma de la Ley: Todo se cumplirá”.

Sin embargo, como católico y como dominicano me avergüenza saber que, contrariamente a lo que dijo e hizo Jesús en su tiempo, nuestras autoridades católicas han apoyado con su indiferencia y hechos todos los desmanes que gobernantes, políticos y clases de poder han cometido contra este pueblo, desde los tiempos de la independencia, pasando por todas las dictaduras, hasta el presente, y que han aceptado privilegios irritantes e irregulares (personales e institucionales) otorgados por esos gobernantes y políticos.

Lo paradójico es que la iglesia católica dominicana tiene mucho poder, tanto o más que el de los líderes y partidos políticos nacionales. Eso es innegable.

Así lo demostró cuando se sintió amenazada al final de la dictadura de Trujillo y sus actuaciones contribuyeron notablemente con el fin de esa tiranía. De igual manera, lo demostró cuando, ante el temor de la eliminación del Concordato y del cambio de filosofía del sistema educativo, encabezó desde 1962 los actos para convencer al pueblo de que Juan Bosch era comunista y para lograr su derrocamiento en 1963, lo cual fue causa posterior de la muerte y asesinato de miles de dominicanos, debido a los acontecimientos bélicos de 1965 y a la desafortunada elección de Joaquín Balaguer como presidente de la República en 1966.

Lo reitero: la iglesia católica dominicana tiene mucho poder, pero ese poder no ha sido generalmente usado para beneficiar a las grandes masas desposeídas de este pueblo, como es su obligación, ni para proteger a la clase media de los abusos a que la han sometido los gobiernos que hemos tenido.

Un altísimo porcentaje del pueblo atraviesa por grandes precariedades y penurias, ante la apatía e insensibilidad de muchos de nosotros, incluyendo a las autoridades de nuestra iglesia católica. Es impresionante y conmovedor comprobar el estado desolador de abandono y miseria humana y material que padecen tantos dominicanos, así como la falta de oportunidades para la niñez y la juventud de nuestra nación.

El 48% de la población dominicana vive en condiciones de pobreza y pobreza extrema y está expuesto diariamente a enfermedades, desnutrición, hacinamiento, promiscuidad, desempleo, falta de ropa, ambientes de insalubridad, viviendas con espacio y condiciones insatisfactorias, tales como pisos de tierra, paredes y techos de yagua o de zinc viejo o de plástico o de cartón, sin acceso a agua potable, servicio de cloacas o recogida de basura, así como a la imposibilidad de cubrir sus necesidades más básicas, lo cual comprende también el debido acceso a una buena educación y servicios comunitarios y de salud.

Todos esos problemas afectan negativamente a los millones de dominicanos marginados y excluidos social, económica e institucionalmente por la política de pobreza e ignorancia que deliberadamente han desarrollado los políticos inescrupulosos, corruptos y perversos que nos han gobernado en las últimas décadas y que se agrava cada día que pasa por la importación de la pobreza haitiana, con el consentimiento, participación y complicidad de nuestras autoridades.

En verdad les digo que han muerto más dominicanos como resultado de esos problemas durante la era “democrática” y de “progreso” post Trujillo, que durante los 31 años que nos gobernó el sátrapa.

Son tantas las dificultades que enfrentamos como pueblo, debido a los malos gobiernos que hemos tenido, que parece que no tenemos tiempo, ni paz, para estar conscientes de las acuciantes necesidades básicas insatisfechas que enfrentan esos hermanos dominicanos ante nuestra mirada indiferente y el desprecio de los hipócritas que detentan el poder político y económico.

Si bien es cierto que las numerosas parroquias de la iglesia católica han realizado muchas y maravillosas obras de bien social a favor de las clases desposeídas, también es cierto que, así como los problemas de la pobreza no se resuelven con una política oficial clientelista, sino que se agravan, la severa limitación de recursos económicos en manos de esas parroquias hace que el alcance y eficacia de esa labor social resulte a todas luces insuficiente para liberar de penurias a esa enorme masa de pueblo abandonada a su suerte por los gobiernos de turno.

Las principales autoridades de la iglesia católica conocen perfectamente esa situación y saben más que nadie de las aflicciones del pueblo. Sin embargo, su corazón parece estar endurecido y han preferido convertirse en una especie de cómplice del Sanedrín criollo que es el Gobierno Dominicano, al permitir que sobre las espaldas de los millones de pobres y de la clase media de este país se coloquen las cargas más pesadas y que no se realice en su favor la justicia social que pregona la iglesia católica desde que el 15 de mayo de 1891 el Papa León XIII promulgara la primera encíclica social denominada Rerum Novarum (“De las Cosas Nuevas”), la cual fue apuntalada posteriormente por el Papa Juan Pablo II con su Encíclica Sollicitudo Rei Socialis (“Preocupación Social”), promulgada el 30 de diciembre de 1987.

Durante la Semana Santa, los sacerdotes que tuvieron a su cargo la lectura del Sermón de las Siete Palabras recordaron a sus propios superiores, los jerarcas de la iglesia católica, la misión que encomendara Jesucristo a sus apóstoles, al tiempo que les advirtieron que deberían tomar más riesgos y dar la cara ante los abusos que cometen grupos económicos y políticos contra el pueblo dominicano. Así mismo, les exhortaron a evitar el coqueteo con los sectores de poder y reafirmar que las parroquias e instituciones eclesiales deberían estar comprometidas con la causa de los pobres.

Y la causa de los pobres no es otra que la de tener la esperanza de un mejor futuro, para ellos mismos y para sus hijos. Es indudable que no podrán tener esa esperanza mientras el poder político se use exclusivamente para beneficiar a los políticos, a los gobernantes y a sus familias, amigos y secuaces, en detrimento del pueblo. No podrán tener esa esperanza mientras no se escarmiente como se debe a esta mafia política que nos gobierna y que ha secuestrado la democracia para sustituirla por una caricatura de ella que sólo beneficia a los integrantes de esa mafia.

Al igual que el Presidente, sus funcionarios y los congresistas dominicanos, los miembros del Sanedrín judío y sus allegados eran gente muy rica, como resultado de la administración del tesoro y sus rentas y de los elevados ingresos y el poder que producía la religiosidad y el culto vinculados al Templo. Más que personas piadosas, se habían convertido en burócratas y hombres de negocio atrincherados en el Templo y vivían una vida llena de lujos y extravagancias a costa del pueblo.

Jesús se enfrentó abiertamente a esas castas dominantes de la aristocracia sacerdotal, integrada por saduceos, escribas y fariseos, que convirtieron la Torá o Ley de Moisés de 613 mandamientos en su negocio privado y llamó “ladrones y bandidos asalariados” a los jefes del Sanedrín, pues arrojaban a su pueblo a la pobreza, impotencia y desesperanza, tal como lo han hecho en la República Dominicana los gobiernos de los últimos 50 años y todos sus cómplices.

Si Jesús lo hizo, ¿Por qué no pueden hacerlo hoy las autoridades de la iglesia católica dominicana?

¿Por qué la iglesia católica no propicia un movimiento nacional similar al que ha emprendido una parte importante de la sociedad española ante los resultados decepcionantes e injustos, tanto económicos como sociales, del bi-partidismo inoperante de España?

¿No sabe la iglesia católica dominicana que la gran mayoría de los problemas sociales que afectan a sus feligreses por todo este desorden que prevalece en el país es consecuencia del descuido, irresponsabilidad, ineficacia y corrupción rampante de gobernantes, congresistas y funcionarios que hacen caso omiso de las necesidades perentorias de la población y que no están interesados en resolverlas?

¿No sabe la iglesia católica del desamparo de la niñez dominicana en todos los órdenes y de su futuro sin esperanza?

¿No está consciente la iglesia católica de que la enorme corrupción administrativa que padecemos es fruto de la impunidad acordada por los presidentes y dirigentes políticos de turno?

¿No sabe la iglesia católica que nada de lo que maneja el gobierno funciona correctamente, mientras se dilapidan los recursos públicos y se administra en beneficio de unos pocos?

Es relativamente fácil escribir cada año el Sermón de las Siete Palabras y tratar de aplicar esas frases y palabras pronunciadas por Jesús en los últimos instantes de su vida a la situación calamitosa que atraviesa nuestro pueblo.

El pueblo dominicano está ya cansado de observar a sus máximas autoridades católicas opinar casi diariamente sobre los más variados temas, aún sobre aquellos más intrascendentes, aparecer más que el Presidente de la República en los periódicos nacionales o realizar actividades de mediación que nada tienen que ver con la justicia social, mientras sus necesidades más perentorias son desatendidas por los responsables de resolverlas.

Es fácil para las autoridades de la iglesia católica hacer exhortaciones, críticas o declaraciones por la prensa nacional o medios de comunicación, las cuales ya sabemos de antemano que serán reconocidas o alabadas por políticos y empresarios, pero que siempre caerán en el vacío, porque aquellos a quienes se dirigen realmente les prestan oídos sordos y nada hacen para actuar en beneficio del pueblo.

Como siempre, el papel y los micrófonos lo aguantan todo.

Lo difícil para las autoridades de la iglesia católica parece ser el tener la disposición y la decisión para exigir el cumplimiento de los deberes que esos sectores tienen con la población dominicana y para llevar a cabo las tareas que correspondan, a fin de hacer realidad las aspiraciones de bienestar, justicia social y verdadero progreso del pueblo.

Lo difícil es hacer lo que hizo Jesús: escuchar el clamor de los marginados por la religión y por la sociedad de su pueblo y defenderlos aunque le costara la vida, como al final resultó ser.

Lo difícil es imitar a Jesús cuando encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, así como a los cambistas sentados detrás de sus mesas, quienes habían pagado buenas sumas de dinero al Sumo Sacerdote y a sus amigos del Sanedrín por la autorización para hacer negocio allí. Los católicos sabemos que Jesús no era sacerdote ni guardia del Templo, pero sabemos que ese Templo era la casa de su Padre, porque allí descansaba la presencia de Dios, protegiendo y santificando la Ciudad Santa y a todo el pueblo judío. Por eso Jesús se indignó y se hizo de un látigo con cuerdas y derribó sus mesas, echándolos fuera a todos, vendedores y cambistas.

Esa es, en gran medida, la decisión a la cual la iglesia católica está siendo empujada por los hechos de los fariseos políticos dominicanos: compartir nuestra indignación, compadecerse de nuestras penurias y usar su poder como el látigo con cuerdas de Jesús, para encabezar la lucha del pueblo dominicano, a fin de liberarlo de sus opresores y transformar la injusta y caótica situación actual en mayor justicia social y esperanza para los más necesitados, al tiempo que se castiga ejemplarmente a los gobernantes y políticos que se han beneficiado del poder, enriqueciéndose desmesurada, descarada e impunemente a costa de todos nosotros.

Muchos párrocos y sacerdotes han llevado la voz cantante al hacer las más severas críticas al gobierno y sus representantes, al hablar claramente a sus feligreses sobre sus opresores políticos y al asumir posiciones de defensa de los sectores sociales que se encuentran al alcance de sus parroquias. Pero hay que reconocer que esa actuación individual no tendrá los resultados esperados si no cuentan con el apoyo y participación decidida de sus superiores.

Ojalá que nuestro Señor ablande el corazón de las autoridades católicas para que escuchen la voz interior del Espíritu Santo e intercedan, con todas las acciones que se requieran, a favor de toda esa feligresía desamparada que agoniza sin que su clamor sea atendido.

Si párrocos, sacerdotes y autoridades católicas desean cumplir con su misión, deben cumplir con lo expresado por Jesús cuando dijo: “Si se aman los unos a los otros, todo el mundo se dará cuenta de que son discípulos míos”. Y los pobres e integrantes de la clase media de este país somos los hermanos necesitados del amor y solidaridad de los representantes de la iglesia católica.

Aunque muchos pueden calificarme de soñador, estoy consciente de que ningún otro sector de la República Dominicana tomará la iniciativa para luchar por este pueblo y para lograr el surgimiento de una verdadera democracia y de una nueva casta de políticos mejor dotados e intencionados para asumir los destinos nacionales. Sólo la iglesia católica dominicana tiene la fuerza para hacerlo y por eso es nuestra única esperanza de salir del atolladero social, económico y político en que nos encontramos.

Los tiempos de los movimientos sociales creados por el activismo de líderes políticos en la oposición, por sindicatos o por militares, pasó hace décadas y eso no volverá a repetirse porque los políticos y sus partidos decidieron unirse, actuar como hombres de negocio y constituir la mafia política y económica que se turna periódicamente en el poder, mientras los sindicatos son asociaciones de individuos con pocos escrúpulos e inclinados a la extorsión y negociación con el gobierno y los altos militares perdieron hace tiempo su patriotismo para dedicarse a otros fines más lucrativos.

Jesús dio su divino ejemplo. Estoy convencido de que la iglesia católica dominicana debería seguirlo. Si lo hizo erróneamente con las manifestaciones golpistas de reafirmación cristiana de 1963 para derrocar el gobierno constitucional de Bosch, así debería hacerlo correctamente con la promoción, a nivel nacional, de manifestaciones de reafirmación de la indignación del pueblo dominicano contra estos gobernantes y políticos corruptos y perversos que nos mantienen postrados como si fuésemos esclavos suyos.