“La hipocresía es el colmo de todas las maldades”.
Luego de leer íntegramente el primer discurso, debo admitir que Leonel Fernández tiene la gran habilidad de manipular y distorsionar cifras e informaciones para presentar una imagen totalmente distinta de la realidad dominicana. Cada vez que habla parecería que deberíamos sentirnos felices y satisfechos de tener un presidente como él y del manejo que ha dado a los múltiples problemas que hoy nos agobian.
Aunque por razones de espacio no podré profundizar en cada uno de los aspectos cubiertos en ese discurso, no dejaré de referirme individualmente a ellos, lo cual procedo a hacer de inmediato.
Según Fernández, la eficaz coordinación de la política monetaria y fiscal hizo posible que la economía dominicana creciera un 7.8% en el 2010, siendo este crecimiento uno de los más elevados de la región, superando así las proyecciones del FMI y del Banco Central.
Lo que no dijo Fernández es que ese crecimiento económico, conjuntamente con el hecho de que la economía dominicana ha sido el país latinoamericano de mayor crecimiento en los últimos 50 años, de nada han servido para impulsar el desarrollo económico y social del país y el verdadero progreso humano y material de sus habitantes, de modo que, a pesar de ese extraordinario crecimiento, se han mantenido la enorme desigualdad en la distribución de los ingresos y el impresionante porcentaje de los dominicanos que viven en condiciones de pobreza y pobreza extrema.
Sí hay que reconocer que Fernández tuvo razón al señalar que el sistema financiero dominicano se ha fortalecido y que banca nacional presenta indicadores muy favorables, lo cual contrasta notablemente con las prácticas ilegales de doble contabilidad que mantenían casi todos los bancos del sistema hasta hace unos ocho años y de lo cual él estaba plenamente consciente.
Fernández manipuló las cifras de endeudamiento externo e informaciones de otros países desarrollados para convencernos de que los niveles de nuestra deuda pública son todavía razonables y permiten un aumento aún mayor, mientras ya el servicio de la deuda pública absorbe un 40% del presupuesto nacional y representa una carga injusta contra las presentes y futuras generaciones, sobre todo cuando se trata de préstamos internacionales que poco contribuyen al desarrollo de la nación y que propician la corrupción.
Así mismo, Fernández habló demagógicamente de los esfuerzos de su gobierno para aumentar la producción agrícola dentro de programas para propiciar la seguridad alimentaria, “de manera que los alimentos lleguen a los sectores más vulnerables de la población a precios asequibles”, cuando lo cierto es que, independientemente de los vicios y dificultades de implementación de esos programas, los ingresos de miseria que devengan la mayoría de los trabajadores y los aprietos de esas miles de familias que están encabezadas por aquellos sin empleo, o que sobreviven en actividades informales poco productivas, no resultan suficientes para que esas personas puedan alimentarse adecuadamente y consumir los carbohidratos y proteínas que requiere todo organismo humano.
En lo que se refiere a salud y educación, Fernández no pudo ser más cínico e intelectualmente deshonesto, por cuanto pretendió fundamentarse en falacias absurdas para burlarse de nuestra inteligencia, pues estos dos sectores son los que mayor vergüenza le acarrean a la República Dominicana cuando se comparan sus indicadores básicos con los de otros países del mundo. Llegó, incluso, al extremo de hacer citas selectivas del informe de la Comisión Attali para justificar su negativa de producir una re-estructuración radical en el sector educativo, obviando deliberadamente la propuesta específica de Jacques Attali en el sentido de que debía elevarse el presupuesto al 4% del PIB para la educación primaria y la secundaria y al 1% para la educación superior.
Fernández cubrió, además, como era de esperarse, el tema de las construcciones públicas, estandarte de los últimos gobiernos para engañar y deslumbrar a la masa ignorante del pueblo. Esas construcciones son las que mayor corrupción y riqueza personal generan para las autoridades y las que mayor endeudamiento externo producen, sin que su impacto económico se refleje en un mayor bienestar para el trabajador dominicano, ya que la mayoría de los que se emplean en estas obras son haitianos. Tampoco producen el ansiado progreso, tan cacareado por Fernández durante sus gobiernos.
El discurso detalló las medidas y esfuerzos del Gobierno en el sector eléctrico, el cual ha estado en crisis desde hace 45 años, sin que ninguno de los gobiernos que hemos tenido desde entonces haya logrado resolver este grave problema. No se refirió a los contratos onerosos que fueron suscritos con varias generadoras de electricidad, ni el contenido de su discurso evidenció la posibilidad de superar la crisis en la cual se encuentra sumido el sector eléctrico del país.
En cuanto al crimen organizado, el narcotráfico y la violencia en general, Fernández fue bastante parco, debido a que es muy poco lo que su gobierno ha hecho para enfrentar esos problemas, especialmente cuando se sabe que las propias autoridades, la policía nacional y los organismos de seguridad están directa e indirectamente vinculados con los mismos. Nunca como ahora han sido estos flagelos tan abrumadores para la población dominicana, con tendencia a empeorar cada vez más por la ineficacia del gobierno para controlarlos.
No podía faltar en su discurso una mención específica a la corrupción. Lo sorprendente es que, después de haber declarado y reiterado que en nuestro país la corrupción sólo se manifiesta en hechos aislados, expresara que el “gran reto al que nos enfrentamos, tanto el Gobierno como la sociedad en su conjunto, es el problema de la corrupción, de la falta de ética, de integridad, de valores y de principios morales en general”.
Los detalles que ofreció Fernández, consistentes en medidas para controlar estos problemas son otra burla a nuestra inteligencia, pues con tantos años en el poder y con un desinterés probado en frenar los mismos, especialmente por ser él el Presidente de la República, es nada lo que se puede esperar que el gobierno haga para liberarnos de ellos. Fue risible su exhortación al Ministerio Público, un funcionario que es su subalterno, para que actúe con “plena independencia y libertad” y proceda a “someter a la justicia a aquellos funcionarios que presuntamente incurran en actos dolosos”.
Finalmente, Fernández indicó que estaba sometiendo al Congreso Nacional un Proyecto de Ley sobre Estrategia Nacional de Desarrollo como parte del “proceso de Revolución Democrática Institucional” y, para esos fines, indicó su intención de someter al Congreso una serie de proyectos de ley que complementarían esa Estrategia y su “visión de futuro”. Afortunadamente para Fernández el papel es muy noble y lo soporta todo, hasta las sandeces con las que los políticos pretenden engañarnos.
Ocurre exactamente lo mismo que el uso continuo de la frase “proyecto de nación”, que les encanta tanto a muchos “analistas” para aplicarlo a nuestro país. Lo repito una vez más: no habrá proyecto de nación ni estrategia nacional de desarrollo que pueda llevarse a feliz término, mientras continúe en el poder, con nuestro apoyo pusilánime, la mafia política que nos ha gobernado durante décadas y que ha secuestrado la democracia para enriquecerse a costa nuestra, en detrimento de todo lo que representa la vigencia de la libertad y de una verdadera democracia.
Fernández no tocó en su discurso el tema de mayor trascendencia para el país, el problema más grave que confrontan los dominicanos: la situación de Haití y las repercusiones de la incontrolable inmigración haitiana. Aunque sabemos que su alocución no aportaría nada positivo en ese sentido, tal omisión fue una falta de respeto a Juan Pablo Duarte, nuestro amado Padre de la Patria, a sus nobles ideales y a la fecha en la cual el Presidente hablaba: el día en que el pueblo conmemora nuestra independencia nacional.
En definitiva, el discurso de Fernández fue, de nuevo, un discurso decepcionante que no aportó nada a la posible solución de nuestros problemas y que, más bien, pareció, como ya el Presidente nos tiene acostumbrados, un discurso de campaña política. Su discurso dejó en claro que los dominicanos no podemos tener ninguna esperanza de que los graves problemas que nos afectan puedan reducirse sustancialmente en el futuro cercano y que el Presidente continuará reincidiendo en su rentable retórica de engañabobos.
Mis escritos en este Blog demuestran la necesidad de una variación profunda en nuestra mentalidad como ciudadanos para lograr un cambio drástico de nuestra situación. Me alegró saber que, en cierto modo, estas opiniones mías fueron compartidas por el Monseñor Masalles, en un Te Deum cuyo contenido no tiene desperdicios y que fue pronunciado ante las autoridades nacionales el pasado 27 de febrero.
Masalles señaló que “Es preciso que todos y cada uno de estos principios [de la nueva Constitución] los hagamos valer, si realmente tenemos respeto por nuestro país y deseamos una nación digna que se sabe dar a respetar y que protege los derechos fundamentales del ser humano, como son la vida, la libertad, la seguridad, alimentación, vivienda, salud y educación, entre otros. Se impone construir un estado de derecho en donde se pongan en práctica estos principios y sean respetadas las leyes dominicanas”.
Y también cuando dijo que “no se le puede ofrecer al pueblo un cheque sin fondos. Me niego a pensar que las arcas nacionales devuelvan ese cheque por falta de fondos en una nación que se precia de haber tenido un crecimiento del PIB de más de 5% desde la caída del Tirano en 1961 hasta la fecha, cuando la media en América Latina ha sido de un 3.4% en ese mismo período. Me niego a pensar que ante semejante crecimiento de la riqueza en la República Dominicana le devolvamos al país cifras con menos de la mitad de la región en la salud y la educación, y aparezcamos como de los peores a nivel mundial de competitividad en educación, energía eléctrica, desvío de fondos públicos y favoritismos en las decisiones gubernamentales, según el reporte del Foro Mundial de competitividad del 2010-2011”.
Y luego cuando solicitó a políticos y autoridades no secuestrar “los ideales ni los de los partidos y mucho menos los patrios, pues en ello se traiciona la misión de la construcción de una auténtica dominicanidad” y al concluir que “en las manos del Presidente ha sido depositado el destino inmediato de la nación; le reiteramos a él nuestra oración y apoyo a todo lo que sea constitucional y responda a las expectativas de un pueblo que espera decisiones certeras”.
Sin embargo, es difícil esperar que Fernández responda a esas expectativas.
Veamos brevemente ahora el segundo discurso.
Fernández se dirigió nuevamente al país el jueves 17 de marzo para anunciar las medidas que tomaría su gobierno para enfrentar las alzas de los combustibles en el mercado internacional, así como de los alimentos y materias primas, y un plan para ahorrar energía.
Como en el 2007 Fernández había tomado la misma iniciativa a raíz del aumento de los precios del petróleo y el Gobierno nunca cumplió con el conjunto de medidas que debían adoptarse para disminuir los efectos negativos de dicho aumento sobre nuestro país, la sociedad dominicana escuchó este nuevo discurso con escepticismo.
A pesar de que Fernández esbozó en su discurso numerosas medidas que, de ejecutarse, podrían tener un impacto favorable en la economía nacional, debemos reconocer que muchas de ellas son de difícil aplicación si tomamos en cuenta la experiencia pasada y los derroches propios de un año pre-electoral con la consabida utilización de recursos públicos, así como la poca disposición de funcionarios públicos para cumplir con las reducciones sugeridas en los gastos y la imposibilidad de ejecutar en el corto plazo los proyectos relacionados con la producción de energía eléctrica y con el plan de seguridad alimentaria.
Independientemente de esos razonamientos, no puede ser que tengamos tan mala memoria como para no recordar que hace apenas siete semanas Leonel Fernández y su séquito regresaron de su último viaje de vacaciones de trece días a Suiza y la India, viaje que costó a los contribuyentes varios millones de dólares, sobre todo por el uso del avión Boeing 737-7EG BBJ arrendado a un costo de US$110,000 cada hora.
Igual debemos recordar que el 17 de diciembre del 2010, es decir, hace ya tres meses, comenzaron los conflictos políticos y sociales en Túnez, los cuales repercutieron durante los pasados meses de enero y febrero en Egipto, Argelia y Yemen, y recientemente en Libia, todo lo cual, como era lógico esperar, tendría un efecto alcista sobre los precios del petróleo, los cuales estaban ya por encima de los US$90.00. Fernández lo sabía cuando salió en su viaje de vacaciones pagadas por nosotros y continuó malgastando los recursos de este pueblo, como lo ha hecho en cada uno de sus períodos presidenciales.
Aún más, ¿Cómo es posible que solamente cuando han pasado unos pocos años ya hayamos olvidado completamente que Fernández promulgó la Ley No. 497-06 sobre Austeridad en el Sector Público, una ley que él nunca ha cumplido ni respetado hasta hoy, a pesar de haber sido su propulsor y a pesar de la necesidad sentida por mucho tiempo de que el gobierno ejecute programas de austeridad?
¿No ha sido Fernández un Presidente que se ha caracterizado por gobiernos de derroche y desviación de los fondos públicos, que siempre ha sido renuente a aplicar medidas de austeridad, que viola frecuentemente las leyes, incluyendo aquellas que él mismo promulga y aún la propia constitución de la República? ¿Cómo dar credibilidad a una persona así?.
¿Es entonces razonable esperar que en este último discurso Fernández esté hablando en serio, que esté dispuesto a sacrificarse por este pueblo y que cumpla lo que nunca ha cumplido?
Dejo a mis queridos lectores esas preguntas como tarea.
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