“Una nación que intente prosperar a
base de impuestos es como un hombre con los pies en un cubo tratando de
levantarse tirando del asa”
Winston Churchill (1874-1965)
Político y Estadista Británico
Hagamos hoy
un ejercicio de sentido común y de inteligencia elemental.
Todos los
dominicanos, aún los recién nacidos, pagamos impuestos, directa o
indirectamente. Los recién nacidos cuando se aplican los medicamentos, anestesias,
materiales y asistencia médica en el parto, así como pañales, ropita, leche
infantil, biberones y por todo aquello que tienen que pagar los padres cuando
adoptan o engendran un nuevo ser humano.
Pagan
también impuestos al gobierno los juguetes para los niños, la comida y
artículos comprados en los supermercados o en colmados, la bebida o cigarrillos
consumidos, la ropa, la educación (incluyendo la pública, pues hay que pagar
transporte, comprar uniformes, libros, útiles escolares y otros materiales),
así como vehículos, viviendas, electrodomésticos, hoteles, restaurantes y casi
todos los servicios del gobierno y del sector privado.
Quien no
esté consciente de que paga impuestos, por más pobre que sea, no piensa cuerdamente.
Cada peso,
cada centavo, que pagamos los dominicanos por impuestos pasa a engrosar las
arcas del gobierno y esos pesos y centavos, que se convierten en cientos de
miles de millones de pesos, constituyen las llamadas recaudaciones fiscales
que el gobierno registra como parte de los ingresos contemplados dentro de su
presupuesto anual.
Todos los
que viven en edificios de apartamentos saben que cuando pagan mensualmente una
cuota para mantenimiento, ese dinero se debe usar para el propio bien de los
condóminos. Esos fondos generalmente se emplean para cubrir los gastos comunes
y para efectuar las inversiones y gastos que se requieren, a fin de mantener el condominio
en buenas condiciones. Por eso los recursos proporcionados a través de esas
cuotas se destinan a reparaciones, mantenimiento y pintura del edificio y
gastos tales como energía eléctrica de las áreas comunes, agua, basura,
jardinería y vigilancia, entre otros.
Los
condóminos de un edificio de apartamentos sólo se endeudan cuando toman un
préstamo en un banco y eso sólo ocurre porque deben resolver una situación
extraordinaria, a la cual no pueden hacer frente mediante cuotas extras y no
disponen del dinero necesario en su cuenta bancaria.
El servicio
de los administradores de un condominio es lo que más se parece a un gobierno. Si
los administradores son incapaces o corruptos, tantos los condóminos como el
mismo condominio sufrirán las consecuencias. Se producirán enemistades,
enfrentamientos y el edificio se deteriorará.
Los
impuestos son buenos cuando su destino es el correcto. Y el destino correcto de
los impuestos es proporcionar al ciudadano servicios públicos eficientes, sobre todo energía
eléctrica, agua potable, ornato y recogida de basura. Es correcto cuando las
instituciones públicas funcionan adecuadamente, en beneficio de la población;
cuando los sectores prioritarios de la educación y de la salud logran elevados
estándares; cuando la justicia es sana y equilibrada y constituye una garantía
para todos los ciudadanos; cuando el gobierno se convierte en un defensor
genuino de la nacionalidad y de la identidad nacional; y cuando las fuerzas
armadas y los organismos de seguridad cumplen su deber de proteger a los habitantes
del país contra la delincuencia, el narcotráfico, el lavado de dinero y la
violencia.
Los
impuestos también sirven para llevar a cabo los que los economistas llamamos
“redistribución de la riqueza” o, lo que es lo mismo, el gobierno debe usar los
fondos que el segmento más pudiente de la sociedad paga por concepto de
impuestos para, mediante una política certera diseñada con esos fines, transferirlos
en forma de empleos productivos, edificación de viviendas, mejor alimentación,
educación y sistemas de salud, seguridad social eficaz y asistencia técnica y
financiera a aquellos miembros de la sociedad más excluidos, particularmente
mujeres y madres solteras, que tienen con menos posibilidades de ascender por
sí mismos en la escala social.
Los
impuestos son malos cuando su destino es el incorrecto. Y el destino de los
impuestos es incorrecto cuando se utilizan en provecho propio a través de la
corrupción administrativa; cuando se emplean para pagar sueldos a funcionarios
y empleados supernumerarios cuyos servicios no aportan nada a la ciudadanía;
cuando cubren gastos de instituciones que duplican los esfuerzos de otras
instituciones; cuando se utilizan para influir políticamente en asuntos que
nada tienen que ver con el bienestar de la población; cuando se violan las
leyes para usar recursos públicos en campañas electorales, a fin de favorecer
un candidato específico o para perjudicar a otros; y cuando se destinan a
subsidios que no contribuyen a disminuir la pobreza, sino a convertir a
familias completas en votantes que favorezcan el partido en el poder.
Así mismo, cuando
se usan en sobornos a los congresistas para la aprobación de medidas que
convienen a los gobernantes de turno; cuando se usan para compra de regalos,
fiestas, vehículos de lujo, viajes, dietas, fondos de ayuda política, canastas
navideñas y otros gastos innecesarios que sólo sirven para dilapidar nuestro
dinero; cuando se otorgan pensiones escandalosas; cuando se pagan sueldos o bonificaciones extravagantes a funcionarios del gobierno y éstos se auto-aprueban aumentos escandalosos;
cuando se invierten en obras no prioritarias o excesivamente costosas en
detrimento de los servicios públicos básicos; cuando se suscriben contratos
inadecuados y costosos para el país, como los de la energía eléctrica; cuando
el endeudamiento externo no cumple su cometido, llevando al país a obligaciones
de pago que cargan indebidamente el presupuesto nacional y se pagan con
nuestros impuestos; y cuando el gobierno rescata instituciones financieras para
salvarlas de la quiebra, beneficiando así a los propietarios de las mismas y
perjudicando al contribuyente.
De igual
manera, cuando se realizan donaciones del patrimonio colectivo a particulares,
sean o no a la iglesia católica, a empresarios o a los propios políticos;
cuando las obras civiles se detienen y posteriormente deben reajustarse los
presupuestos para concluirlas; cuando la policía y los organismos de seguridad
participan en complicidad con narcotraficantes y delincuentes; cuando los
bienes del estado son descuidados y mal manejados, como sucede con los
autobuses públicos, los vehículos y equipos
de las fuerzas armadas y la policía nacional; cuando se destinan a
otorgar beneficios adicionales a sindicatos de choferes, los llamados "padres de familia"; cuando se aumentan los
precios de los combustibles con el solo propósito de incrementar los ingresos
del gobierno; cuando se realizan obras civiles, especialmente deportivas, las
cuales, una vez terminadas, no se les da mantenimiento o se les abandona; cuando
se mantiene una política de impunidad; y cuando se
crean oficinas o despachos para las esposas de los presidentes, con
presupuestos y funciones que nada tienen que ver con los deberes de una primera
dama.
En fin, la
lista es casi interminable.
Si un
gobierno da un destino incorrecto a los impuestos, el país puede crecer
económicamente debido a las circunstancias y a la política económica del
período, pero nunca habrá desarrollo y se mantendrá un amplio segmento de la
población en condiciones de pobreza, pobreza extrema e ignorancia. De la misma forma, las posibilidades de vivir en democracia son prácticamente nulas,
aunque los políticos y los ignorantes se ufanen de su existencia.
¿Cuál ha
sido nuestra experiencia como país?
A pesar de que en los tiempos de la colonia existían ciertos tipos de impuestos y de que las fuerzas norteamericanas que intervinieron financiera y militarmente la República Dominicana desde principios del siglo veinte cobraban el llamado Arancel Nacional para ejercer su control de las aduanas del país, no es sino a partir de 1935, con la promulgación de la Ley No. 855, que los dominicanos comenzamos a pagar formalmente impuestos. Esa Ley dispuso la creación de un Departamento de Rentas Internas que dependía de la entonces Secretaría de Estado del Tesoro y Crédito Público, hoy Ministerio de Finanzas.
A pesar de que en los tiempos de la colonia existían ciertos tipos de impuestos y de que las fuerzas norteamericanas que intervinieron financiera y militarmente la República Dominicana desde principios del siglo veinte cobraban el llamado Arancel Nacional para ejercer su control de las aduanas del país, no es sino a partir de 1935, con la promulgación de la Ley No. 855, que los dominicanos comenzamos a pagar formalmente impuestos. Esa Ley dispuso la creación de un Departamento de Rentas Internas que dependía de la entonces Secretaría de Estado del Tesoro y Crédito Público, hoy Ministerio de Finanzas.
Lo anterior
quiere decir que los dominicanos hemos estado pagando impuestos durante casi
ocho décadas y, sin embargo, ¿Cuáles cosas buenas han hecho los gobiernos con
recursos cada vez mayores, provenientes de los bolsillos de los contribuyentes?
¿Han logrado los distintos gobiernos cumplir con sus funciones y deberes básicos?
Me parece
que las respuestas son decepcionantes, pues el funcionamiento de las
instituciones oficiales; las condiciones de los servicios públicos; aspectos de
vital importancia como la educación, la salud y la justicia; el clima de
seguridad ciudadana; el nivel de endeudamiento público; la exposición a los
efectos nocivos de las drogas; el narcotráfico y el lavado de dinero; la
salvaguarda de la identidad nacional por el problema haitiano; y el genuino
ejercicio de los derechos ciudadanos consagrados en ese pedazo de papel que los
dominicanos llamamos “Constitución de la República”, son cada vez peores.
Y no sólo
eso. Los políticos que han encabezado los gobiernos de la República Dominicana han aumentado la deuda pública local e internacional a un nivel tal que es casi
imposible que tengamos la capacidad de pagar el capital de la misma y
todo porque los ingresos percibidos por impuestos no han resultado suficientes
para cubrir la irresponsabilidad, el despilfarro, la corrupción, la ineptitud y
la ineficacia de quienes llegan al poder mediante nuestros inconscientes votos
y roban abiertamente los fondos del erario nacional, sin que haya castigo para
ninguno de ellos porque se protegen mutuamente bajo acuerdos de impunidad, de “borrón
y cuenta nueva” o de “no perdamos el tiempo en tirar piedras para atrás”.
Nos
encontramos en un círculo vicioso donde el mayor endeudamiento, el mayor
despilfarro, la mayor corrupción, la mayor ineptitud y la mayor ineficacia nos
conducen de manera cada vez más acelerada a la necesidad de mayores impuestos y quien los paga, de una manera u
otra, es el pueblo, nadie más.
¿Y qué hace el pueblo dominicano para
defenderse de tales barbaridades?
Absolutamente nada. Todo lo aguanta. Todo lo sufre. De manera pusilánime
y cobarde. Por esa razón es que no se vislumbra en el porvenir dominicano una
solución a este problema de los aumentos de impuestos sin ninguna compensación
de bienestar para el pueblo.
¿Es lo que
he escrito aquí una exageración? Afirmo
rotundamente que no.
No puede
ser verdad que hay que servir a un partido para servir al pueblo. Eso sólo
conduce a la corrupción y a la decadencia moral. Es sólo al pueblo y sólo a él
a quien los gobernantes deben servir. Y eso no ha ocurrido nunca en la vida
republicana de este país.
Reto a cualquiera
que lea este artículo a que me indique las áreas que maneja el Gobierno en las
cuales, a su juicio, se comprueba un buen empleo de los fondos recibidos por éste
a través del pago de impuestos por parte nuestra.
No comments:
Post a Comment