“Los enemigos de la
Patria, por consiguiente nuestros, están todos muy acordes en estas ideas;
destruir la nacionalidad aunque para ello sea preciso aniquilar a la Nación
entera”.
Juan Pablo Duarte (1813-1876) Padre de la
Patria DominicanaPor varias vías he recibido el artículo titulado “Del Cólera al Estado Bi-Nacional”, escrito por el señor Rubén Presbot a finales de diciembre del 2010.
En dicho artículo, Presbot hace referencia a los problemas actuales y tradicionales que ha tenido Haití y concluye afirmando que la anarquía que existe en ese país causará una significativa emigración de nacionales haitianos hacia la República Dominicana, en adición a los que ya residen aquí, de modo que, según Presbot, gradualmente la isla se convertirá en un Estado Bi-Nacional en la cual prevalecerá la cultura haitiana y los dominicanos se convertirán en una minoría.
Aunque no comparto algunas de las afirmaciones de Presbot, sí estoy de acuerdo con él con respecto a la gravedad del problema haitiano y sus repercusiones en nuestro país, de modo que si no se adoptan oportunamente las medidas que se requieren para evitar la inmigración masiva e ilegal de haitianos a la República Dominicana y controlar la que ya existe en el país, no tengo la menor duda de que en un tiempo relativamente breve constituiremos una sola nación.
En uno de mis artículos (Ver “Los Gobernantes Dominicanos Empujan a Nuestros Hijos Hacia el Abismo de la Violencia, la Delincuencia y el Narcotráfico”, 23 de noviembre del 2010), señalé que los gobernantes que hemos tenido en las últimas décadas no han realizado un esfuerzo serio o eficaz para enfrentar nuestros crecientes problemas económicos y sociales y que el peor de los males que se deriva de ello es la incontrolable inmigración haitiana.
También indiqué en ese artículo que el problema de la inmigración haitiana, lejos de ser controlado, aumentará cada día porque ésta ha sido siempre un excelente negocio en manos de políticos, militares y empresarios. Ese hecho criminal ha tenido y tendrá repercusiones negativas insospechadas sobre cada uno de nosotros y sobre nuestros hijos y nietos, mientras la ciudadanía permanece callada y en actitud indolente y pusilánime ante esa y todas las dificultades que nos abaten.
Lo anterior se agrava aún más por la creciente presión de países europeos y los Estados Unidos para que la República Dominicana acepte pura y simplemente la constante inmigración de haitianos
hacia nuestro país. Conjuntamente con Haití somos el territorio de mayor densidad poblacional por kilómetro cuadrado en América Latina y, siendo un país pobre como somos, parecemos estar condenados a absorber los agudos problemas económicos haitianos, así como los efectos negativos de su cultura e identidad nacional.
El terremoto de 7.0 grados ocurrido en Haití el 12 de enero del 2010, a 15 kilómetros de Puerto Príncipe, no sólo causó la muerte a unas 225,000 personas y 500,000 heridos, sino que todavía hay 1,080,000 personas desplazadas (entre las cuales hay 380,000 niños). Todas estas personas están hacinadas en 1,200 campamentos improvisados, están sujetas a expectativas inciertas de reconstrucción y conviven en condiciones infrahumanas entre montañas de escombros que suman más de 20 millones de pies cúbicos, mientras todo el pueblo se encuentra desesperado al no percibir soluciones a sus grandes problemas.
La Cruz Roja y organizaciones como Médicos sin Fronteras, Acción Contra el Hambre, Ayuda en Acción y Mensajeros de la Paz han criticado la ineficacia y falta de liderazgo del Gobierno Haitiano, porque un año después del terremoto sólo se ha retirado menos del 5% de los escombros.
Para empeorar las cosas, hace cuatro meses se produjo en Haití un brote de cólera que al 16 de febrero del 2011 ha cobrado 4,549 vidas, en tanto que el recuento oficial de afectados por la enfermedad en todo el país es de 231,070, una verdadera epidemia.
Además, la crisis electoral del pasado 28 de noviembre entre el partido gobernante de René Preval y sus rivales, así como la presencia en el país de Jean Claude Duvalier, y posiblemente en breve la de Jean Bertrand Aristide, amenazan con empeorar aún más la ya debilitada estabilidad política.
Unas 50 naciones y organizaciones internacionales prometieron aportar US$8,750 millones para la reconstrucción de Haití, pero sólo unos US$700 millones han sido recibidos y gran parte de esta suma se ha esfumado a través de la corrupción imperante en ese país, lo cual ha desmotivado a las naciones donantes a continuar con su ayuda. La falta de fondos ha obligado a la suspensión de los trabajos de reconstrucción, mientras la sociedad haitiana parece vivir en un limbo económico y social, con el riesgo casi inminente de una fuerte crisis política.
Y eso ha ocurrido en el país que es, por mucho, el más pobre de América Latina y uno de los más atrasados del mundo; un país con una larga historia de pobreza, violencia, analfabetismo, regímenes de facto, corrupción e inestabilidad política desde que todos esos esclavos importados de distintas partes de Africa lograron independizarse del yugo de Francia en 1804.
Haití ocupa actualmente la posición 150 entre 177 países con respecto al índice de desarrollo humano y el 70% de sus habitantes vive por debajo de la línea de la pobreza. La población deforestó el país, cortando los árboles que cubrían el 80% del territorio haitiano para el minifundio o para usarlos o venderlos como leña y carbón, lo cual ha causado la erosión del suelo y una extraordinaria escasez de agua potable. La disminución de la producción agrícola debido a la deforestación y la erosión ha sido el factor principal detrás de la emigración masiva hacia las ciudades y el surgimiento de muchos barrios marginales. Haití carece prácticamente de todo.
Quise describir la gravísima situación que enfrenta Haití para que mis lectores puedan comprender cabalmente que los problemas políticos, económicos y sociales de Haití se han producido no solamente como resultado de las desgracias ocurridas recientemente, sino también por las circunstancias históricas que dieron origen a su constitución como país independiente, así como por los errores que han cometido sus gobernantes y por la cultura, formación e idiosincrasia del pueblo que lo integra.
¿Cuáles han sido y serán las consecuencias de esa situación haitiana para la República Dominicana?
El Ministro de Agricultura, Salvador Jiménez, nos dio recientemente, sin querer, una pista de lo que está pasando y va a pasar. Jiménez manifestó que los inmigrantes haitianos constituyen el 93% de la mano de obra del sector agropecuario del país. Eso quiere decir que al final de diciembre del 2010 había 485,972 haitianos trabajando en la agropecuaria, si tomamos en cuenta que la población ocupada en ese sector asciende a 522,550 personas.
Pero, ¿Cuál es la participación de los haitianos en los demás sectores de la economía nacional?
Considero que las siguientes estimaciones son razonables: En el sector de la construcción el porcentaje debe ser cerca de un 95% (224,986 de 236,827); en el turismo un 70% (125,467 de 179,238); en la industria manufacturera (incluyendo los ingenios de azúcar) un 50% (195,098 de 390,196); en el servicio doméstico y empresas de vigilancia privada un 70% (62,462 de 89,232); en el comercio al por menor y en el sector informal (incluyendo vendedores de frutas, frituras y otros) un 20% (105,682 de 528,412); en el negocio de la mendicidad un 90% (unos 14,500) y en otros sectores y servicios un 5% (86,146 de 1,722,920).
Lo anterior significa que habría aproximadamente 1,297,313 haitianos ocupados en los distintos sectores de la economía dominicana, sin contar con sus familiares o haitianos desempleados: un número impresionante si lo ponderamos en su justa medida. No hay ninguna información sobre el total de haitianos que residen en el país, porque pasamos por la vergüenza de haber realizado varios censos de población y el Gobierno no se ha interesado, ni preocupado en determinar ese dato tan importante. ¿Descuido, incapacidad o error deliberado?
El mayor impacto negativo de esa enorme inmigración ha sido la depresión de los salarios de los trabajadores, ya que los haitianos con residencia legal o ilegal han aceptado durante décadas salarios de miseria o de subsistencia, violaciones al horario normal de trabajo y condiciones que muchas veces transgreden los más elementales derechos humanos; condiciones que son inaceptables para los dominicanos y que los patronos no podrían aplicar sin verse en problemas legales. Esto ha causado que los dominicanos se hayan visto desplazados de sus puestos de trabajo.
Sin embargo, el señor Ministro de Agricultura, a pesar de conocer muy bien esa situación, expresó su “preocupación” de que las nuevas generaciones de dominicanos no se sienten atraídos por el trabajo del campo, al tiempo que señaló con toda demagogia que “el Gobierno tiene el compromiso de hacer que las condiciones laborales de la agropecuaria sean atractivas a los jóvenes dominicanos”. Lo sabemos señor Ministro. El Gobierno tiene ese compromiso, pero también sabemos que no tiene la menor intención de cumplirlo. Jiménez sólo está dirigiendo sus palabras a esa masa de ignorantes que todavía creen que somos un país que está "progresando".
La penetración haitiana, sin ningún control por parte de nuestras autoridades y con su total complicidad, no sólo ha afectado los salarios de los trabajadores dominicanos, sino que ha estado transformando radicalmente nuestra cultura y nuestra forma y calidad de vida, generando en las distintas ciudades del país numerosos barrios marginales de haitianos que constituyen focos de contaminación cultural, de delincuencia y de unión con nacionales, con todo lo que ello implica, además de requerir servicios públicos e infraestructuras que el Gobierno no está en capacidad de ofrecer de modo eficaz, ni siquiera a los propios dominicanos.
Lo lamentable es que desde octubre del 2010 esa inmigración ha continuado con mucho mayor intensidad, a pesar de todas las declaraciones de las Fuerzas Armadas de que tienen la frontera bajo control. E indudablemente es así, porque los haitianos están desesperados y, como cualquier ser humano, buscan mejores condiciones de vida aún a riesgo de morir, si ese fuese el caso. Harán lo imposible por cruzar la frontera y la mayoría lo logrará, bien sea porque el negocio de militares y políticos se lo facilita o porque no será detenido debido a la precariedad de los controles correspondientes.
Sólo un Presidente insensible ante los sufrimientos de su pueblo como Leonel Fernández puede minimizar el alcance e impacto de la inmigración haitiana, así como minimiza el nivel y efectos de la corrupción y de los demás problemas de nuestro país, sin que hasta la fecha haya solucionado ninguno de ellos. A eso se debe sus declaraciones sobre el éxodo haitiano a la República Dominicana en su reciente viaje de vacaciones de 14 días a Suiza, India, Francia y Estados Unidos, acompañado de todo su séquito, y con todos sus gastos extravagantes pagados con el dinero y la aprobación del pueblo dominicano.
Los haitianos no tienen otra vía mejor de escape que la República Dominicana y para ello cuentan con el apoyo indirecto de las naciones desarrolladas, las cuales no hacen nada para ayudar a Haití en la solución de sus problemas políticos, económicos y sociales y que favorecen que sea nuestro país el que se haga cargo de esos problemas. Si no lo creen, sólo tienen que leer las declaraciones del ex-presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, de fecha 8 de octubre del 2009, cuando consideró que "no hay forma de que la República Dominicana sea capaz de evitar la inmigración haitiana" y afirmó que "los dos países están atados y no hay manera de separarlos". A buen entendedor, pocas palabras bastan.
Las perspectivas políticas de la República Dominicana parecen confirmar que así será, pues ni el actual Presidente ha adoptado ni adoptará ninguna medida para evitar la inmigración haitiana, ni los candidatos que se perfilan para las próximas elecciones, lucen tener la menor intención de resolver la situación del alto número de haitianos en el país, ni de los que aspiran a ingresar próximamente a nuestro territorio.
No obstante lo anterior, repito una vez más, como lo he hecho en otros artículos, que todos estos problemas se derivan de la pasividad y la tolerancia excesiva del pueblo dominicano, un pueblo que no lucha por sus derechos y que no enfrenta a los que lo oprimen; un pueblo que nunca ha elevado una voz de protesta por la enorme presencia haitiana en el país.
De igual modo, la iglesia católica (cuya Conferencia del Episcopado por fin acaba de emitir una declaración llamando la atención sobre la mayoría de los problemas a los que me he referido en mis artículos), así como las organizaciones de la sociedad civil, los sindicatos y colegios profesionales, los medios de comunicación y los empresarios, no han protestado por la incapacidad de los gobiernos para enfrentar y resolver esos problemas, sino que se han acomodado a las circunstancias, para sacar provecho, cada uno a su modo, de la corrupción y los desmanes de los políticos en el poder.
Esa actitud pusilánime del pueblo dominicano y la traición de los sectores que deberían apoyarlo en sus aspiraciones por una mejor calidad de vida, así como la sucesión contínua de gobiernos corruptos e incapaces de proteger a la ciudadanía, inevitablemente propiciarán la mayor penetración de los haitianos en la República Dominicana, con todas las secuelas que ese hecho implica. ..... Y entonces será el crujir de dientes.
Tal como ocurre con la Ley de Gresham, la cual consiste en que la moneda mala desplaza a la buena, así ocurrirá en nuestro país. Los haitianos gradualmente nos desplazarán y eso ocurrirá mucho antes de lo que mucha gente cree. Lo que quedará por decidir es si el país, que será único e indivisible, se llamará Haití o República Dominico-Haitiana. ¿Cuál le gusta más a usted?