Friday, December 17, 2010

Tragedia Bajo el Flamboyán


“La violencia es el último recurso del incompetente”.
Isaac Asimov (1920-1992), Escritor Estadounidense

Pancho y Carmela vivían de manera paupérrima en los catorce metros cuadrados de su destartalada casa de un poblado cercano a Maimón, pequeña ciudad ubicada a unos 65 kilómetros al noroeste de la capital.

El único toque de hermosura de ese hogar era un enorme flamboyán, con abundantes flores de color rojo encendido. El árbol había crecido durante años en el fondo del patio de aquella casucha.

Pancho se había llevado a Carmela cuando ambos eran aún muy jóvenes, contando él diecinueve años de edad y ella dieciséis. El se dedicaba a vender billetes y quinielas de la Lotería y ella trabajaba como empleada doméstica en la casa de Doña Rosa, una señora que residía en Maimón.

Pronto tuvieron sus primeros hijos, Daniel y José, niños de vientre abultado y propensos a enfermarse mucho, sobrevivientes del ambiente de poca higiene que les rodea, tal como ocurre con centenas de miles de niños del desventurado país donde vivían.

Cuando Daniel y José contaban con tres y dos años de edad, respectivamente, Carmela dio a luz a Lucrecia. La niña fue recibida por sus padres sin mucho entusiasmo, lo cual no impidió que tuvieran, en rápida sucesión, a otros dos hijos, a quienes nombraron Rafael y Marisela.

Carmela trabajaba de lunes a sábado, desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde. Regresaba a su casa en motoconcho. En su ausencia, los niños eran atendidos por una tía suya, de nombre Yolanda, que vivía muy cerca, y por Pancho, cuando estaba en la casa.

Pancho era adicto al ron y a las apuestas en el juego de billar, tan popular en su pueblito. En su hogar era un hombre violento, que frecuentemente abusaba verbal y físicamente de Carmela frente a sus hijos, asestándole golpes sin ton ni son, sólo porque a él le daba la gana y para que su mujer “lo respetara”. Los niños no escapaban de sus arranques de ira y les pegaba con regularidad para que “aprendieran a caminar derecho”.

Pancho había crecido observando el mismo patrón de conducta por parte de su padre, quien abusaba continuamente de su mujer y de sus hijos, lo cual ocurría muchas veces frente a él y a sus hermanos.

El tiempo transcurrió y Lucrecia tenía ya ocho años. Fue cerca de haberlos cumplido cuando Pancho llegó ebrio a su casa. Sólo ella se encontraba allí. Estaba en el patio, jugando con una muñeca de trapo que Doña Rosa le había enviado con Carmela la navidad anterior. Pancho había visto a Lucrecia cuando llegó y la llamó a voces. Al instante, la niña dejó lo que estaba haciendo y fue rápidamente donde estaba su papá.

Sentado en una silla de guano, Pancho le pidió a Lucrecia que lo ayudara a quitarse las botas enlodadas, pues tenía nudos en los cordones y no los había podido desatar por la torpeza que le provocaba su estado de ebriedad.

La inocente niña hizo lo mejor que pudo y finalmente logró sacarle las botas y las raídas medias, dejando al descubierto aquellos pies malolientes.

Cuando Lucrecia se disponía a marcharse, Pancho la haló del brazo, la abrazó y comenzó a acariciarla y a besarla, inundándola con el tufo de su aliento.

Fue en ese momento y contexto que Pancho abusó sexualmente de su hijita, amenazándola luego con matarla a ella y a Carmela si llegaba a enterarse de que le había contado algo de lo ocurrido a su madre.

Aquella brutal acción fue algo que se convirtió en rutina en los siguientes años. En algunas de esas ocasiones se encontraban presentes uno o más de los hermanos de Lucrecia.

Eventualmente le correspondió también el turno a Marisela, la hermanita de Lucrecia y tres años menor que ella. Ambas eran sometidas a las diferentes prácticas sexuales elegidas por su padre.

Mucha gente del poblado estaba enterada de lo estaba ocurriendo, pues Pancho, en una de sus borracheras, comentó en el salón de billar que se sentía mejor haciendo “el amor” a sus hijas Lucrecia y Marisela, que a su mujer Carmela.

Muchos aseguraban que Carmela también estaba enterada, pero que nunca se había atrevido a poner un alto a la situación por el temor que le infundía Pancho, para no provocar la violenta reacción de éste.

Cuando Lucrecia contaba con trece años de edad ocurrió lo que parecía inevitable: salió embarazada. Fue entonces, y sólo entonces, que Carmela se preocupó por la situación, especialmente cuando confirmó con el propio Pancho que él era el padre de la criatura.

A Pancho no pareció importarle mucho lo sucedido. “Es mi hija y puedo hacer con ella lo que me dé la gana”, contestó.

Cuando Carmela le reclamó acremente su proceder incestuoso, la reacción de aquél no debía sorprender a nadie: Carmela recibió una soberana paliza por parte de su marido.

La noticia del embarazo de Lucrecia por parte de su degenerado padre, confirmando a los moradores del poblado que eran ciertos los comentarios que venían corriendo de boca en boca de que Pancho violaba a sus hijas, causó indignación en muchas de las mujeres de allí.

Y hasta en algunos hombres que no estaban de acuerdo con violar a sus propias hijas, sino a las hijas de los demás.

La falta de autoridad, la ineficacia de la policía, la aplicación inadecuada de una ley aprobada diez años antes para “prevenir” la violencia intrafamiliar, la existencia de un sistema judicial que favorece a los violadores de la ley y que dio lugar a la impunidad reinante en el país, conjuntamente con la enorme corrupción de gobernantes y legisladores, habían convertido la nación en el paraíso de la delincuencia, sobre todo después de haberse aprobado el llamado “Código Procesal Penal”, en el cual el peso de la prueba descansa en la labor de fiscales incompetentes y mal pagados.

El maltrato físico y mental contra mujeres y niñas y las violaciones y abusos sexuales son el pan nuestro de cada día en ese país, todo ello agravado por la pobreza y la ignorancia que abate a casi la mitad de la población, ante la total indiferencia de presidentes y funcionarios públicos que sólo usan esos elementos para promesas de campaña política, promesas que nunca cumplirán, sin importarles para nada el destino ni la situación de los pobres y marginados de la sociedad.

De hecho, el Presidente del país, en su acostumbrado cinismo y muestras de hipocresía, y en ocasión de celebrarse el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, había expresado en su mensaje publicado por la prensa lo siguiente: “reiteramos que nuestro Gobierno está comprometido con la lucha para enfrentar todas las formas de violencia contra las mujeres y las menores. En consecuencia, el Gobierno está ejecutando de manera eficiente varios programas para brindar protección a las adultas y a las niñas maltratadas”.

¡Cuántas mentiras y promesas incumplidas por parte de estos perversos y degenerados que llegan al poder! ¡Cuánta indiferencia ante el sufrimiento de aquellos que han sido excluidos socialmente, tan seres humanos e hijos de Dios como ellos o como cualquier persona rica o poderosa!

Carmela, Lucrecia y Marisela, y miles de mujeres y niñas como ellas, no habían recibido nunca la protección anunciada demagógicamente por el Presidente. En beneficio de ellas no existe una política social y cultural diseñada y debidamente coordinada para evitar tales abusos, a la par con leyes y regulaciones eficaces, supervisadas y ejecutadas en su cumplimiento por un personal competente. Lo que existe es una ley que casi nadie cumple, como sucede con la mayoría de las leyes que allí existen.

Por eso han sido asesinadas más de 400 mujeres por sus maridos en los últimos tres años, una cifra que sólo se equipara con los muertos por la policía en “intercambio de disparos”. La epidemia del abuso físico, psicologico y sexual no parece conmover a ninguno de los sectores de la sociedad, ni parece motivarlos a poner un alto a la alarmante espiral de la violencia familiar.

Por eso, el abuso de Pancho se repite hasta la saciedad en un alto número de familias pobres y también en muchos otros hogares de clase media baja.

Por eso pasó lo que pasó.

Yolanda, la tía de Carmela, que atendía los niños en su ausencia, la convenció para ir juntas y denunciar a Pancho en una de las fiscalías habilitadas para tales fines. La policía lo detuvo y lo metió preso, pero a los tres días fue puesto en libertad.

Una vez libre, Pancho esperó hasta las seis de la tarde para dirigirse a su casa. No entró, sino que se escondió detrás de un follaje cercano para esperar el regreso de Carmela. Cuando ésta llegó y se disponía a entrar en la casa, Pancho, que la había seguido sigilosamente, la agarró por el pelo y la arrastró hacia el patio. Allí la acuchilló repetidas veces hasta quitarle la vida.

Luego entró a la vivienda y vio en un rincón a sus tres hijos menores, Lucrecia, Rafael y Marisela. Allí estaban, sobrecogidos por los gritos de su madre y por el miedo ante aquella figura dantesca que acababa de hacer su entrada con un cuchillo ensangrentado en la mano.

Pancho saltó como una fiera sobre Lucrecia, con cuatro meses de embarazo, y sobre Marisela, ambas una al lado de la otra, y las asesinó sin piedad con el mismo cuchillo. Mientras Pancho descargaba su furia contra sus hijas, Rafael huyó despavorido y salvó su vida porque su padre no pudo alcanzarlo. Daniel y José, los hijos mayores, tuvieron la fortuna de no encontrarse en la casa en el momento de la desgracia.

Los gritos de Carmela y de las niñas atrajeron la atención de la tía Yolanda, que se encontraba cerca, y rápidamente se dirigió hacia la casa. Tuvo tan mala fortuna que al entrar se encontró cara a cara con el matador y sufrió la misma suerte que las demás.

Varios minutos después, atraídos por los alaridos que escucharon, algunos vecinos se acercaron y entraron a la vivienda. Una vez allí, pudieron contemplar atónitos el lúgubre espectáculo de aquellos tres cuerpos sin vida, totalmente ensangrentados.

En el patio descubrieron a Carmela, muerta de la misma manera. Y un poco más allá, colgando de una de las ramas del enorme flamboyán de flores color rojo encendido, estaba Pancho, que se había ahorcado luego de cometer aquellos actos de tanta barbarie.

Los periódicos locales reseñaron, dos días después, ese episodio de violencia intrafamiliar, uno más de los cientos que ocurren anualmente en ese desafortunado país y que su población se ha acostumbrado a ver con total apatía.

Friday, December 10, 2010

¿De Qué Sirve ese Presidente?


"En un país bien gobernado debe inspirar vergüenza la pobreza. En un país mal gobernado debe inspirar vergüenza la riqueza."
Confucio (551 a.c. – 479 a.c.) Filósofo Chino

Si el Presidente de los dominicanos sabe, como lo sabe toda la ciudadanía, que una parte importante de los impuestos que paga el pueblo va a parar, en gran medida con su propio apoyo, a los bolsillos de funcionarios, políticos, militares y congresistas corruptos, así como a los despilfarros de las instituciones públicas, y no impone sanciones, ordena despidos, canaliza los debidos sometimientos a la justicia y ni siquiera se toma la molestia de referirse a esos actos, ¿De qué le sirve ese Presidente a su país?

Si el Presidente de los dominicanos conoce desde niño la desgarradora realidad de la pobreza que abate a tantos de sus conciudadanos y Dios le ha dado la oportunidad de mejorar las condiciones de vida de los pobres, pero no hace nada en ese sentido, ¿De qué le sirve ese Presidente a su país?

Si el Presidente de los dominicanos sabe que el paternalismo y el clientelismo son elementos perniciosos y que mantienen a los más pobres en un estado de postración social, pero los sigue utilizando como arma continuista durante sus períodos de gobierno, ¿De qué le sirve ese Presidente a su país?

Si el Presidente de los dominicanos sabe que más de un 35% de los niños de su país se encuentran desamparados; que un gran porcentaje de ellos no asiste a las escuelas, sino que, en violación a la Constitución, el Gobierno permite que trabajen; que el dengue, la desnutrición, las inundaciones, las malas condiciones de sus barrios, la insalubridad, la droga y los abusos y el abandono de sus padres están cercenando sus posibilidades de progreso en la vida; y no muestra ninguna preocupación por esa terrible situación, ni toma ninguna acción para remediarla, ¿De qué le sirve ese Presidente a su país?

Si el Presidente de los dominicanos sabe que la población sufre por falta de energía eléctrica, por problemas para tener acceso a agua potable, por acumulación de basura y por la falta de servicios públicos, y no adopta las medidas necesarias para resolver esa situación calamitosa, ¿De qué le sirve ese Presidente a su país?

Si el Presidente de los dominicanos sabe que la masiva inmigración haitiana está provocando un daño casi irreversible a la República Dominicana y no hace nada para detenerla, sino que parece alentarla, ¿De qué le sirve ese Presidente a su país?

Si el Presidente de los dominicanos sabe, porque lo ha proclamado en múltiples ocasiones en foros nacionales e internacionales, que la educación es fundamental para lograr el progreso de la Nación, pero no cumple con lo dispuesto por la Constitución y se burla abiertamente de la población al indicar que no destinará más recursos a la educación “aunque el pueblo brinque y patalee”, ¿De qué le sirve ese Presidente a su país?

Si el Presidente de los dominicanos tiene acceso a los resultados de los estudios del Banco Mundial, del Banco Interamericano de Desarrollo y de las Naciones Unidas que señalan a la República Dominicana como un país donde casi la mitad de su población vive en la más absoluta pobreza y como uno de los países más atrasados del mundo en educación, salud y otros indicadores sociales, mientras el Presidente insiste demagógicamente en hablar de progreso y que ese país va pa’lante, ¿De qué le sirve ese Presidente a su país?

Si el Presidente de los dominicanos está consciente de la situación de pobreza y atraso económico y social que vive su país y de que el crecimiento económico de los últimos cincuenta años sólo ha beneficiado a los políticos, a los más ricos, a los narcotraficantes y a los que hacen lavado de dinero, sin que ese crecimiento se haya traducido en desarrollo económico que propicie la justicia social, la redistribución del ingreso nacional y genere beneficios para la clase media y baja, y no conforme con eso tiene el cinismo de declarar que “el país se convertirá en breve en una potencia tecnológica” y que “se está produciendo una auténtica revolución que permitirá fortalecer la posición geopolítica de la República Dominicana”, ¿De qué le sirve ese Presidente a su país?

Si el Presidente de los dominicanos sabe que la política monetaria seguida por el Banco Central ha mantenido bajo control los niveles de inflación y de la tasa de cambio y logrado tasas satisfactorias de crecimiento económico, pero ha permitido que el déficit cuasi-fiscal aumente RD$89,000 millones a más de RD$200,000 millones, ¿De qué le sirve ese Presidente a su país?

Si el Presidente de los dominicanos sabe que no es cierto que la capacidad de endeudamiento de los dominicanos sea ilimitada, como expresaron funcionarios y asesores del gobierno también corrupto de Hipólito Mejía, y que cada nuevo préstamo compromete a la presente y futuras generaciones, y aun así persiste en la veloz carrera de endeudamiento que ha producido un aumento impresionante en la deuda pública interna y externa en los últimos años, ¿De qué le sirve ese Presidente a su país?

Si el Presidente de los dominicanos sabe que el costo de la canasta familiar básica es actualmente más de tres veces el monto del salario mínimo y cuando llega el momento de revisar los salarios de los trabajadores el aumento que se aprueba es irrisorio y los coloca en una situación cada vez más insostenible, ¿De qué le sirve ese Presidente a su país?

Si el Presidente de los dominicanos contempla impasible cómo crece la violencia, la criminalidad, el narcotráfico, el luto y el dolor para una población que se siente cada día más insegura y desprotegida, al punto de que parecería que en el país no hay gobierno debido a que la estructura policial y militar establecida para brindar seguridad y protección a la ciudadanía está integrada por numerosos delincuentes que actúan a su antojo por la negligencia, incapacidad y complicidad oficial, mientras el Presidente insiste en ignorar esa situación, ¿De qué le sirve ese Presidente a su país?

Si el Presidente de los dominicanos es un presidente caro, y de lujo, que no se ocupa de resolver los problemas del país, ni de comunicarse ni informar a la ciudadanía sobre aspectos importantes y sólo aparece por televisión un par de veces al año, para pronunciar un discurso contentivo de palabras que a cualquier imbécil le parecen “bonitas”, ¿De qué le sirve ese Presidente a su país?

Si el Presidente de los dominicanos sabe que las instituciones de su gobierno no prestan adecuadamente los servicios que deben brindar a la ciudadanía y que, más bien, se han convertido en un obstáculo y un dolor de cabeza para todos aquellos que tienen la obligación de utilizarlas, y no hace nada para mejorar la situación, ¿De qué le sirve ese Presidente a su país?

Si el Presidente de los dominicanos sabe que en su gobierno todo es un caos y un desorden y que nada funciona bien: ni los servicios públicos, ni la educación, ni la salud, ni la justicia, ni el transporte público, ni la protección y seguridad que debe brindar la policía nacional y los organismos de seguridad, ni los acueductos, ni los alcantarillados y drenajes, ni el tránsito vehicular, ni la justicia social, ni la construcción de viviendas para los pobres, ni la protección del medio ambiente, ni la seguridad social, mientras el presupuesto nacional es el mayor en toda la historia del país en términos reales y mientras la gente se pregunta hacia dónde va todo ese dinero, ¿De qué le sirve ese Presidente a su país?

Si el Presidente de los dominicanos conoce perfectamente las necesidades y precariedades de su país y se encaprichó en construir un Metro a un costo elevadísimo que beneficia a un porcentaje insignificante de la población, sin la aprobación de los organismos correspondientes, sin haberla sometido a debates y ejecutándola en secreto, aumentando sustancialmente el endeudamiento interno y externo, con el agravante de está consciente de que esa obra podría ser descuidada o abandonada una vez él y su partido no estén en el poder, haciendo que esa enorme inversión se deteriore o se pierda, ¿De qué le sirve ese Presidente a su país?

Si el Presidente de los dominicanos, luego de ejecutar esa obra costosísima, decide aprobar unilateralmente la construcción de una nueva ruta del Metro que eventualmente cuando se termine será más larga y más costosa que la anterior, disponiendo a su antojo de los impuestos de los contribuyentes, ¿De qué le sirve ese Presidente a su país?

Si el Presidente de los dominicanos sabe que con mucha frecuencia se producen escándalos de corrupción entre funcionarios o congresistas y que lo han llegado a incluir a él mismo, así como violaciones flagrantes a la Constitución y a las leyes por parte de miembros del Gobierno y episodios graves que involucran narcotraficantes y empresarios extranjeros condenados o perseguidos por la justicia de sus países de origen y que aquí han tenido el apoyo del Gobierno y ese Presidente nunca se preocupa dar explicaciones de ello a la ciudadanía y se mantiene al margen de la Ley, ¿De qué le sirve ese Presidente a su país?

Si el Presidente de los dominicanos encabeza un gobierno que castiga de manera continua a la población con aumentos en el costo de los servicios públicos y con mayores impuestos, mientras él, sus funcionarios y congresistas mantienen sus irritantes e injustos privilegios, sus canonjías, derroches y dispendios, ¿De qué le sirve ese Presidente a su país?

¿De qué le sirve a la República Dominicana un Presidente que adopta siempre la actitud de hacerse el ciego o el sordo o el mudo o las tres cosas a la vez?

¿No será acaso que los dominicanos a quienes ese presidente gobierna se merecen todo eso, y más aún, por ser tan apáticos, pusilánimes y, hasta cierto punto, masoquistas?