El premio a Vargas Llosa: justificando lo injustificable
Dr. Juan
Miguel Castillo Pantaleón
Ha sido
innecesaria e inoportuna la concesión del principal galardón literario que
otorga el gobierno dominicano al escritor naturalizado español Vargas Llosa,
quien había escrito un ofensivo artículo de difusión universal, difamatorio del
país y sus instituciones. Artículo sesgado, fundamentado en una
selectiva ignorancia de principios jurídicos elementales, que hizo coro a la
campaña de descrédito internacional que pretende desconocer a la República
Dominicana el atributo soberano de regular la presencia extranjera en su
territorio y de definir los alcances de su nacionalidad. Este personaje, con su
prestigio e influencia minimizó el rol generoso sin par que ha jugado República
Dominicana en relación con el Estado fallido de Haití, nación que, junto a la
hipócrita y cínica comunidad internacional que lo tiene intervenido desde hace
décadas, son los únicos responsables de negarle documentación de identidad a
los haitianos y a sus descendientes, a quienes pretenden atribuirles la absurda
condición de apátridas para endosárnoslos. Eso premio no hay manera de
justificarlo por inconsecuente.
Pero el
galardón, concedido sin concurso y sin prudencia alguna, trata fallidamente de
ser justificado por algunos, entre quienes se confunden, quizás de forma no
consciente, los “políticamente correctos” y los ingenuos, con los abyectos.
El
catálogo de fallidas justificaciones se basa en estas tres premisas:
· Se ha premiado la obra literaria, no la posición ideológica del autor;
· Las autoridades gubernamentales son ajenas a toda responsabilidad por la
selección del beneficiario de un galardón que se otorga precisamente a nombre
del gobierno, porque con ello dan ejemplo de “pluralidad democrática”; y
· La concesión del premio dominicano a este español naturalizado contribuirá
a “prestigiar” el galardón.
Con
respecto a la primera premisa, algunos señalamientos, debidamente ilustrados,
deben ser hechos para afirmar su desatino. Citaré dos ejemplos
histórico-literarios que demuestran que la postura “naif” de pretender
desprender al autor de su obra, al momento de hacer reconocimientos de
trayectoria, sólo caben en una cabeza desorientada por la ingenuidad consciente
o inconsciente.
El
hombre ES lo que hace. Usted puede pasarse la
vida escribiendo piadosos salmos y actuar injusta y mezquinamente. A la
víctima de sus pecados, ¿le corresponde, sin necesidad alguna, atender a la
letra y no al acto para reclamar santidad al Tartufo?
Ezra Pound
fue uno de los más grandes poetas norteamericanos de todos los tiempos. A
principios del Siglo XX, desde la Londres en que se radicó, fue una luz muy
influyente en toda la literatura anglosajona. Amigo y compañero de las
principales figuras intelectuales de la época, fue una voz muy crítica del
papel jugado por el involucramiento de los EEUU en la primera guerra
mundial. Acusaba su propio país de haber contribuido a los horrores sin
par de aquella conflagración. Entonces emigró a Italia y allá, en medio
de apremios por su situación personal y familiar, terminó de forma vergonzante
sirviendo al gobierno fascista, haciendo apología del eje y trabajando
activamente para el régimen de Mussolini, poniendo su talento y prestigio al
servicio de un país con el cual su patria estaba en guerra durante la segunda
guerra mundial. Fue juzgado y condenado en contumacia por traición.
Cuando los aliados triunfaron, le arrestaron y le confinaron en una celda
solitaria. Allí, tres semanas después, tuvo un “colapso nervioso” y un
exquisito y selecto grupo de figuras literarias de gran reputación intervino
ante las autoridades judiciales norteamericanas para que cumpliera en un
centro psiquiátrico su condena. En el año 1948, con recursos aportados
por la millonaria Fundación Mellon, se instituyó el “Premio Bollingen”, que
sería otorgado a nombre de la Librería del Congreso Norteamericano al autor de
la obra que fuera publicada en los últimos dos años y que fuera considerada más
valiosa por un jurado de intelectuales norteamericanos, sin concurso, o por los
logros literarios de toda una vida. El grupo de refinados escritores que
componía el jurado, como parte de la coreografía que perseguía la libertad del
indigno poeta, decidió galardonar al Efialte por un libro escrito y publicado
estando en el psiquiátrico (que parece milagrosamente había sanado de sus
problemas mentales), bajo los mismos ingenuos argumentos con los cuales se
justifica ahora el premio a Vargas Llosa. Los cófrades del bardo traidor
perseguían colocar al Departamento de Justicia norteamericano en una situación
incómoda para lograr su liberación. Una generalizada indignación se produjo en
la sociedad que provocó que el Congreso retirara el aval institucional al
premio. El intento de justificación, que pretendía separar la obra del
escritor de su posición pública contraria a los intereses de la nación que lo
premiara, a la trayectoria de un traidor que había cerrado filas junto a los
enemigos de Estados Unidos, redujo las explicaciones del jurado a un ejercicio
fútil de la sinrazón. El premio desapareció.
Otros
ejemplos de cómo en cabezas bien puestas no se separa la trayectoria y la
ideología del escritor de su obra lo constituyen la negativa perenne del Comité
del Premio Nobel de otorgar en vida el galardón al escritor Jorge Luis Borges,
una indiscutida gloria de las letras hispanoamericanas y uno de los escritores
más grandes en toda la historia de la literatura universal. Aún con una
obra vasta, sólida, ciclópea pudiera decirse, al bardo argentino los suecos le
ignoraron simplemente por haber recibido un reconocimiento del gobierno
pinochetista chileno. El Comité de Jurados del Premio Nobel no hizo
distinción entre el escritor y su obra en su momento, pero aquí, las
autoridades gubernamentales dominicanas han pretendido colocarse por encima del
bien y del mal hiriendo la sensibilidad y el orgullo de los dominicanos.
Queda
asimismo y en consecuencia, destruida la segunda premisa, porque no hay manera
de que las autoridades justifiquen como “pluralismo democrático” el lauro
innecesario. Porque precisamente la democracia es el gobierno por y para
el pueblo y no hay “pluralismo” que justifique el reconocimiento de una persona
que ha denostado de forma tan artera al pueblo dominicano y sus
instituciones. El alegato de libertad de opinión y de libertad del
pensamiento artístico-literario resultan irritantes argumentos con los que se
pretende que se soslayen los agravios. Peor aún, si alguien piensa que
dando el premio con ánimo obsequioso al calumniador que nunca se ha
retractado de sus infamias, se le pone en situación incómoda o comprometida,
resulta todo lo contrario. Un premio concedido por el gobierno a quien ha
ofendido la única instancia institucional que interpreta válidamente la
Constitución dominicana, hace causa común con tales vituperios y endosa sus
mentiras. Pareciera quererse expresar que la Constitución no vale, que lo
que vale es lo que dice el señor Vargas Llosa. Eso no es complacencia, es
abyección. A propósito, las leyes de nacionalidad y extranjería españolas
son mucho más rigurosas y excluyentes que la dominicana, y en la frontera
domínico haitiana no se ha construido una valla cubierta de filosas cuchillas
para ensartar inmigrantes, como lo ha hecho España en Ceuta y Melilla.
Igualmente España, país de elección del escritor, no concede nacionalidad por
jus soli a los hijos de los millares de inmigrantes indocumentados que llegan
en pateras, y el ex peruano nunca se ha referido a ellos como apátridas.
La última
explicación que he escuchado entre quienes fallidamente tratan de justificar el
por qué precisamente optaron por ese escritor por encima de cualquier otro para
otorgar el lauro, y en este momento histórico, es que supuestamente, al
engrosar el catálogo de premiados con nombres fulgurantes, se prestigiará la
reputación del galardón. La misma resulta indignante, porque un premio que ha
sido dispuesto por el Estado dominicano con el nombre del insigne humanista
Pedro Henríquez Ureña, entonces parte de ser considerado por los organizadores
como un detrito, una insignificancia que solo valdrá por el nombre de quienes
lo reciban y no por la trascendencia que debe serle atribuido por representar
los mas altos valores de la nación dominicana, galardón que cualquier
personalidad del mundo debía sentirse honrada en recibir como distinción.
Porque es nuestro premio, no la dádiva que regala un gobierno de ocasión para
congraciarse o jugar a su propia agenda, al margen de los intereses de la
República Dominicana.