"Los pueblos rebeldes
caminan hacia la libertad; los pueblos sumisos marchan hacia la esclavitud".
Librado Rivera (1864-1932), Político y Periodista
Mexicano
Cuando comencé a escribir estos artículos en el mes de julio del 2010, me sentía entusiasmado pensando que estaba cumpliendo con mi deber ciudadano al compartir mis ideas sobre las causas que originaban la calamitosa situación que afecta a las grandes mayorías del país y sobre aquellas que se relacionan con el enorme peso que recae sobre la clase media, al tener que subsidiar a casi la mitad de la población dominicana y transferir recursos al pequeño porcentaje que constituye la acaudalada oligarquía dominicana, sector que está compuesto por empresarios y gente que llegó a acumular millones por distintas vías, así como por una clase política que se ha enriquecido desmedida e impunemente con el paso de los años, especialmente en los últimos 16 años.
Creía que mis escritos contenían verdades irrefutables
que contribuirían a crear una mayor consciencia en las personas que los leyeran
y confiaba que en algún momento los dominicanos tendríamos el valor, la
dignidad y la rectitud para reclamar no sólo los derechos que consagra la
Constitución a nuestro favor, sino también para protestar contra todos los
desmanes y escándalos a los que nos someten frecuentemente los gobernantes,
funcionarios y políticos a quienes hemos permitido cobardemente que se
conviertan en los dueños del país y de nuestras vidas.
De igual forma, consideraba que si demostraba a mis
lectores que los dominicanos hemos estado pagando religiosamente impuestos a un
sector público voraz, que además ha contraído un endeudamiento excesivo, sin que
la sociedad reciba los servicios y beneficios que tales hechos suponen, iban a
producirse acciones por parte de las organizaciones de la sociedad civil, de la
iglesia católica y de la misma ciudadanía que mantuvieran una presión
permanente para que el gobierno se viera obligado a cumplir con la leyes
nacionales y con los deberes que le asigna nuestra Carta Magna.
Pensé que lo que plasmé en mis artículos evidenciaba la
perversidad de nuestros políticos y gobernantes, quienes, en vez de propiciar el
desarrollo económico y social de la República Dominicana, se han convertido en
un obstáculo para el avance de la sociedad, en una fuente de desequilibrio
social que ha deteriorado significativamente nuestra calidad de vida y nos ha
colocado en una difícil situación de inseguridad y empobrecimiento, que se
matizan con reiterados escándalos de corrupción, narcotráfico, lavado de dinero
e injusticia social.
Por supuesto, no he sido yo el único que ha vivido esta
experiencia frustrante de ver la indiferencia y apatía de nuestro pueblo. Una
tras otra, las numerosas denuncias de corrupción, con presentación de pruebas
irrebatibles, que han hecho periodistas investigadoras, no han servido más que para
satisfacer el morbo que nos caracteriza, sin que tales denuncias hayan merecido
ni siquiera un escrutinio serio por parte de las autoridades, ni el apoyo de instituciones privadas, de la cúpula de la iglesia católica o de los periódicos nacionales y otros medios de comunicación. Los demás hemos actuado
como si estuviéramos en una fiesta.
Menos atención se ha prestado a los numerosos escritos sobre
corrupción, irregularidades, inseguridad y problemas de eficiencia en el gobierno que han hecho articulistas prestigiosos
en periódicos impresos y digitales. Sus análisis sobre situaciones que afectan
negativamente a la población han debido generar en nosotros un rechazo a la forma en que se conducen los
asuntos oficiales y motivarnos a protestar con firmeza y persistencia contra esas
realidades. Lamentablemente no ha sido así.
La reciente acción legal del Dr. Guillermo Moreno
contra las violaciones cometidas por Leonel Fernández y Funglode, apoyada en
una documentación voluminosa y pertinente, debió merecer el respaldo masivo tanto
de la clase media dominicana, que tiene, quizás, un poco más de consciencia de
lo que realmente ocurre en nuestro país, como de las organizaciones de la
sociedad civil. Sin embargo, dejamos solo al Dr. Moreno y ese carácter
pusilánime que nos caracteriza hizo posible que la Procuradora Fiscal del
Distrito Nacional archivara el expediente y, de paso, otorgara abiertamente una
licencia de impunidad a todos los ladrones de cuello blanco, de antes y de
ahora, bajo el pretexto de que en la legislación dominicana el delito de
corrupción no está claramente tipificado.
El Dr. Moreno fracasará rotundamente en su intento por
enjuiciar a Fernández, no porque las instancias judiciales rechacen, como es de
esperarse, su iniciativa legal, sino porque los cientos o miles de dominicanos que
estamos convencidos de que este último ha sido un violador consuetudinario de
las leyes, hemos decidido permanecer al margen del caso, lo cual es vergonzoso
y repugnante.
Tengo la plena seguridad de que en la República Dominicana puede producirse el mayor escándalo de corrupción o de complicidad de las autoridades con el narcotráfico o delitos sumamente graves por parte de quienes nos gobiernan y nada sucederá, ni ahora, ni en el futuro. Esos excesos seguirán siendo parte del mismo circo de siempre que nos fascina. Podrán protestar unos cuantos, pero, al final, todo continuará como hasta ahora.
!!Cuán bajo hemos caído en la renuncia de nuestros principios y valores!!
Tengo la plena seguridad de que en la República Dominicana puede producirse el mayor escándalo de corrupción o de complicidad de las autoridades con el narcotráfico o delitos sumamente graves por parte de quienes nos gobiernan y nada sucederá, ni ahora, ni en el futuro. Esos excesos seguirán siendo parte del mismo circo de siempre que nos fascina. Podrán protestar unos cuantos, pero, al final, todo continuará como hasta ahora.
!!Cuán bajo hemos caído en la renuncia de nuestros principios y valores!!
Cuando Emilio Prud’Homme escribió el Himno Nacional, su mente y su alma estaban impregnadas por el valor personal y los hechos heroicos de los independentistas, de los que lucharon contra la anexión a cualquier otro país, de los que enfrentaron las invasiones haitianas y de todos los que prefirieron morir antes que sucumbir cobardemente frente a los enemigos de la patria.
Los dominicanos de hoy somos la antítesis de los
hombres y mujeres del siglo XIX. Somos el fiel testimonio de un pueblo esclavo,
indolente y servil. Esclavos, porque un grupo de políticos y de otros demagogos
son nuestros amos, al someternos rigurosa y fuertemente a su voluntad;
indolentes, porque el sufrimiento de nuestros conciudadanos y de nuestra deplorable
condición como sociedad no nos conmueve, no nos afecta y somos insensibles ante
el dolor de los demás; y serviles, porque hemos mostrado excesiva sumisión,
adulación y adhesión a una autoridad corrupta y violatoria de la ley.
Es, precisamente por eso, que, contrariamente a los que muchos piensan, en la República Dominicana no existen, ni existirán en el corto o
mediano plazo, democracia y libertad.