“Dicen que el poder
corrompe, pero hay que ver siempre quien es el que llega al poder, a tener
poder. Quizá no es que lo corrompió el poder, sino que siempre estuvo
corrompido”.
Luca
Prodan (1953-1987) Músico Italiano
No obstante esa opinión, considero que los dominicanos conscientes no podemos abandonar nuestro deber de ponderar, aunque sea de manera reiterada, el gran daño que hacen a todos los sectores de la vida nacional flagelos como la corrupción, la inmigración haitiana, el desmesurado endeudamiento público, la delincuencia y el narcotráfico, entre otros, todos ellos problemas cuya solución es responsabilidad del Gobierno y que éste no muestra el más mínimo interés de resolverlos.
De modo que, aunque algunos me llamen necio y pueda parecer redundante porque otros tantos ya lo han hecho, quizás con mayor propiedad que yo, me preparo a continuación para escribir sobre el espinoso asunto de la corrupción porque, repito, nunca será suficiente advertir de sus consecuencias sobre una población que es ya moralmente débil y que está afectada notablemente por el afán desmedido del dominicano de ascender en la escala social; es decir, a como dé lugar.
Bosch escribió hace ya casi cincuenta años que “en la República Dominicana gobernantes y gobernados ejercen la corrupción en la forma más natural y la corrupción no se limita [solamente] al robo de los fondos públicos, sino que alcanza a otras manifestaciones de la vida en sociedad”. Casi medio siglo después de que Bosch escribiera eso, la situación de la corrupción, lejos de replegarse, ha empeorado de manera escandalosa y parece un cáncer que ha hecho metástasis hasta en el tuétano de nuestros huesos.
Aún cuando nuestro cínico Presidente ha indicado en varias ocasiones que los actos de corrupción constituyen episodios aislados y les ha restado importancia para burlarse de nuestra inteligencia, la realidad es que él ha sido el gobernante que más la ha propiciado y ha sido uno de los principales beneficiarios de la misma, conjuntamente con sus compañeros de gobierno y de la empresa llamada PLD.
Bosch, a quien sus discípulos del PLD le llamaban profesor y cuya memoria han mancillado hasta la saciedad, llegó incluso a afirmar, décadas antes de que el PLD fuese Gobierno, que “los robos en el campo fiscal pueden acercarse al 20% del presupuesto total y los que tienen lugar en dependencias autónomas y empresas del Estado son incalculables. Tampoco pueden calcularse las sumas que dejan de entrar al fisco por contrabando, cobros amañados de diferentes impuestos y exenciones contributivas caprichosas”.
Las estimaciones de Bosch quedan empequeñecidas en comparación con los robos que se han producido en los últimos ocho años y la ineficacia de las instituciones públicas. Esa es la razón por la cual ninguno de los aumentos de impuestos que se han producido en ese lapso se han justificado y sólo han servido para aumentar la corrupción y castigar aún más a la clase media, sobre cuya espalda el Gobierno ha colocado una carga muy pesada; una carga que la población soporta con increíble apatía y cobardía.
Dijo Bosch que “ese ambiente de corrupción [estimulado aún más por los Gobiernos de Fernández] es el caldo en el que prosperan los individuos que no se han preparado para obtener beneficios mediante la capacidad, en competencia honesta y abierta, y que se las arreglan para obtenerlos mediante el fraude, el negocio en la sombra, o el favor del gobernante de turno. Es por eso que los dominicanos somos tan indiferentes en la defensa del régimen democrático”.
Bosch agregaba que “la corrupción mata la fe de los que desearían tener fe en la democracia, especialmente entre los jóvenes, [porque] la juventud tiene una necesidad vehemente de que la moralidad pública gobierne los actos de los que están en el poder”.
Pero los que están el poder hacen todo lo malo que quieren y cuando quieren, ante la mirada quejumbrosa pero resignada de una población ignorante y que parece impotente, aunque definitivamente no lo es. Los dominicanos les hemos dado a estos ladrones de cuello blanco una aprobación absoluta a esa conducta impropia e inmoral al frente de los destinos nacionales.
Bosch dijo
que “la falta de honestidad [de sus discípulos en el Gobierno] deshonra la
democracia, no sólo porque el fraude es un delito en sí mismo, sino también
porque [le roba] los fondos al pueblo, para llevarlos a [los] bolsillos
privados [de estos delincuentes, en vez de destinarlos] a obras y servicios
públicos”.
Ni el pueblo dominicano ni nuestros economistas parecen saber, como manifiesta Bosch, que: ”con sólo evitar los robos de los fondos ya recaudados y evitar la fuga de impuestos antes del cobro, el país pudiera hacer frente a sus gastos [e inversiones importantes] sin necesidad de aumentar los impuestos”.
Aunque Bosch jamás pensó que Leonel Fernández actuaría como lo ha hecho, parece que sus palabras iban dirigidas directamente a éste cuando escribió: “durante años y años, la corrupción ha sido rampante, descarada y organizada desde lo más alto del poder público”, y predijo lo que sucedería ante la impunidad y el descaro con el cual estos perversos estrujan en nuestras caras las riquezas y privilegios que son el fruto de su robo al pueblo: “la corrupción corrompe, pues el ejemplo de actos ilícitos que no son penados y la exhibición de las ventajas que se compran con el producto del robo, van extendiendo la corrupción a [los distintos] niveles [de la sociedad dominicana]”.
No sólo soy yo, ni Bosch, los que acusamos a Fernández y a sus cómplices de ser corruptos. También lo hicieron en el pasado reciente dos compañeros del Presidente, quizás los únicos altos dirigentes peledeístas con valor, integridad y honestidad.
Aunque se dice que nuestro pueblo es muy olvidadizo, no es cierto que hemos olvidado las acusaciones que hace relativamente poco hicieron José Joaquín Bidó Medina, Presidente de la Comisión de Etica del PLD, y Miguel Cocco, miembro prominente del PLD ya fallecido y quien fungió como Director General de Aduanas. El primero afirmó públicamente que “hay corrupción en todas las instancias del Estado”, pero el segundo fue mucho más severo en sus juicios cuando expresó en una carta histórica que “servidores públicos de todos los niveles y categorías han emprendido una competencia absurda por ver cómo acumulan más riquezas, para lo cual se ha convertido en un hecho cotidiano ver cómo funcionarios se transforman en millonarios, lo que aleja cada vez más la posibilidad de que los pobres superen el estado de miseria e indigencia en que viven”.
En su carta, Cocco calificó como una desgracia “que muchas personas de este gobierno (su gobierno) … se hayan enriquecido impunemente, afectando de manera sensible el desarrollo del país y la mejoría en su calidad de vida”. Cocco fue aún más lejos al indicar que “su gobierno no ha sido lo que predicó y ha sido mucho lo que ha dejado de hacer”.
¿Cuál fue la respuesta del Presidente de la República y de los funcionarios del sector público a los planteamientos de sus compañeros de empresa y de gobierno? El silencio, la callada por respuesta, herramienta preferida por gobernantes que saben que manejan a su antojo a un pueblo sin voluntad de lucha y de protesta.
¿Cuál fue la respuesta de la población? La que debía de esperarse: Indiferencia por parte de una mayoría que no está bien enterada porque no lee o no sabe leer o no tiene acceso a las noticias y sucesos de la nación o, si lo tiene, no le interesa usarlo.
La otra parte, la población enterada de la situación, compuesta por individuos alfabetizados, empresarios, gente “de primera” y de clase media, muchos de los cuales constituyen, en gran medida, la ciudadanía consciente del país, se expresó de distintas maneras: (a) disfrutando del aspecto morboso de los acontecimientos; (b) criticándolos privadamente en reuniones de familiares y amigos; (c) comentándolos en la radio o la televisión; (d) escribiendo uno que otro artículo o un editorial en periódicos y revistas; (e) quejándose amargamente; (f) resignándose; o (g) simplemente no prestándole atención.
Si recordamos bien el período electoral del 2008 sabremos que en ese momento llegamos al colmo de los colmos, cuando nos convertimos en uno de los pocos países del mundo, sino el único, donde el principal candidato opositor a la presidencia retó al candidato Presidente a debatir cuál de los dos era más corrupto. ¡Y nadie dijo nada al respecto!
Me siento horrorizado por la enorme cantidad de personas de este país que no piensa y que se deja manipular por un sistema dirigido desde lo más alto del poder político, que funciona a través de los medios de comunicación y de los canales oficiales de contacto con la población, a fin de que los ciudadanos dominicanos no tengan un pensamiento crítico ni una idea clara de los actos irregulares de quienes nos gobiernan.
Puede afirmarse con certeza que nuestra actitud, pusilánime y apática, es la que nos hunde más cada día que pasa. Hemos dejado la lucha contra la corrupción en manos de los corruptos y de los que aspiran a serlo. Hemos permitido y aprobado con nuestra actitud los desmanes continuos de los facinerosos que nos gobiernan. Y eso es vergonzoso, indignante y reprochable.
Independientemente de que la corrupción ha infectado todo y nos ha infectado a todos, es indudable que esa perniciosa práctica ha sido propiciada por los gobernantes de turno y por la clase “de primera” para enriquecerse en forma desmedida y con ello han expuesto a las demás clases sociales a la ignorancia, la deslealtad y la inseguridad ciudadana.
Los funcionarios y congresistas, que antes trataban de disimular su corrupción, ahora la ostentan abiertamente, mientras nosotros sólo permanecemos como víctimas quejumbrosas. Sí, esos mismos legisladores del PLD y del PRD, que son los que hacen las leyes y que deberían ser un modelo para la nación, constituyen uno de los ejemplos más vivos de la corrupción rampante.
El PLD y sus dirigentes, o los del PRD, o los de cualquiera de los ventorrillos políticos que actúan como parásitos de esas dos corporaciones fraudulentas, no tomarán en serio ningún señalamiento verbal o escrito sobre la corrupción y otros males que padece nuestra sociedad, hasta que los dominicanos demostremos que tenemos la valentía y la capacidad suficientes para organizarnos y unirnos en pequeños o grandes grupos, en los barrios y en las principales ciudades del país, para protestar de manera enérgica y continuada contra la corrupción y sus promotores y contra todos los increíbles escándalos y abusos que frecuentemente se cometen en contra nuestra.
La corrupción y los grandes problemas que ahora padecemos y que el Gobierno no tiene la menor intención de resolver, no serán enfrentados hasta que la sociedad dominicana no se decida a luchar para obligar a nuestros gobernantes a lograr las soluciones pertinentes.
Estamos en el umbral de la dominación prolongada de un partido altamente corrupto. Tal como lo expresó Lord Acton (1834-1902), es mi opinión que si algo hemos aprendido de la historia es que “el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente. De igual modo, el poder ilimitado corrompe las mentes de aquellos que lo poseen”.
Los gobiernos de Leonel Fernández han demostrado esas dos verdades con creces. Y a pesar de estar a sólo unos días para entregar la Presidencia a su sucesor, su exitosa estrategia para tener el control total de la empresa PLD y de las estructuras de poder del país no puede presagiar nada bueno en los próximos ocho años para la sociedad dominicana. Para mí es obvio que Fernández preparó hábilmente el camino para que el pueblo atraviese por un período de transición de cuatro años con él detrás del poder y que vuelva a caer directamente en sus manos en el 2016.
Por eso y por todos los problemas que nos agobian, el momento de actuar es ahora. La lucha por nuestra libertad y el pleno ejercicio de nuestros derechos constitucionales no puede esperar más. De no comprenderlo así y proceder a tiempo, es necesario que volvamos a afirmar de una vez por todas (y estoy seguro que Juan Bosch estaría de acuerdo conmigo), que tenemos muy bien merecido todo lo que nos está pasando y lo que se nos vendrá encima en el futuro inmediato.