"Un buen
gobierno produce ciudadanos que se distinguen por su valor, su amor a la
justicia y otras buenas cualidades. Un mal gobierno les hace cobardes, rapaces
y esclavos de todos los deseos deleznables."
Dionisio de Halicarnaso (60 a.c. – 7 a.c.)
Historiador GriegoGracias a la justicia divina de mi Señor Misericordioso, surgió un fuerte conflicto entre esos socios que hizo posible que finalmente yo pudiera ser resarcido justamente por tan vituperable acción.
Durante el proceso de negociación, mantuve contacto con una joven abogada que formaba parte de la firma legal que representaba a la parte contraria. En una de las ocasiones que me reuní con ella, observé que sobre su credencia había una fotografía de sus dos pequeños niños. Me atreví a preguntarle si ella consideraba que sus hijos tendrían un buen futuro en la República Dominicana.
Su respuesta no me dejó lugar a dudas: ella consideraba que su atención de madre y su aporte material a la crianza de sus hijos eran elementos más que suficientes para garantizar que éstos tendrían su porvenir asegurado en nuestro país. La forma en la cual defendió su opinión me indujo a no insistir con mi pregunta y, mucho menos, exponer las razones de peso que, a mi juicio, contradecían su posición.
Para mí es obvio que el futuro de nuestros hijos depende no sólo del valioso tiempo que la agitada vida moderna nos permite dedicarles y de los cuantiosos recursos que debemos generar para dotarlos de salud y de una razonable educación académica, sino de la calidad del ambiente que les rodea.
Luego de haber transcurrido tres años de esa conversación, estoy absolutamente convencido de que las condiciones actuales de la República Dominicana, y las que aparentamente prevalecerán en los proximos años, hacen imposible que nuestros hijos y nietos, salvo contadas excepciones, puedan aspirar a alcanzar en nuestro país todo su potencial como seres humanos, a tener acceso a buenas oportunidades de desarrollo personal o a tener el futuro que dictan sus respectivas capacidades.
Como los gobernantes de los ultimos 46 años sólo se han ocupado de enriquecerse o aferrarse al poder, al tiempo que han destruido deliberadamente la posibilidad de que los dominicanos puedan contar con servicios públicos adecuados y acceso a un mayor nivel de seguridad, paz, bienestar y progreso, nunca se ha producido un esfuerzo realmente serio o eficaz para enfrentar los crecientes problemas económicos y sociales del país.
Y ese hecho tiene, definitivamente, un efecto contundente sobre la calidad de vida de las personas que habitan nuestra nación.
Esa negligencia intencional ha convertido muchos de esos problemas en verdaderas crisis que, por su gran envergadura, difícilmente podrán ser solucionadas en el corto o mediano plazo; mucho menos por los políticos desaprensivos que se encuentran en el poder o que aspiran a él y que no le han dejado al pueblo dominicano ninguna opción viable para tener la esperanza de un futuro mejor.
Es así como el secuestro de la posibilidad de vivir en democracia por parte de los partidos políticos, la contínua inmigración haitiana (alimentada por las deplorables condiciones de Haití y por el afán de lucro y la falta de escrúpulos de altos militares, políticos y empresarios), la delincuencia, el narcotráfico, la corrupción rampante en tantos aspectos de la vida nacional, la impunidad, el deterioro absoluto de los sistemas de educación y salud, el enorme grado de pobreza de casi la mitad de nuestra población, la insuficiencia crónica de acueductos y alcantarillados adecuados y el insostenible endeudamiento público, entre otros grandes problemas nacionales, han alcanzado todos un nivel tan alarmante de deterioro y complejidad que es prácticamente imposible contar con los medios suficientes, humanos y materiales, para resolverlos.
Si usted vive en la República Dominicana; es una persona honesta y trabajadora; desea una vida de paz y bienestar para su familia; desenvolverse en un ambiente caracterizado por el orden, el respeto, la solidaridad, el cumplimiento de las leyes, y la estabilidad económica y social; y, sobre todo, desea que sus hijos y nietos puedan aspirar a empleos bien remunerados y que cuando se casen puedan generar los medios para poseer una vivienda digna, vehículo propio y garantizar la educación de sus hijos, puede tener la seguridad de que los problemas arriba indicados impedirán que usted pueda sentirse tranquilo con respecto a su propio futuro y al de su familia.
Veamos primero el tema del secuestro de la posibilidad de vivir en democracia por parte de nuestros gobernantes y sus partidos políticos, que es, precisamente, la causa principal de todos los demás problemas sociales dominicanos.
El tirano Rafael Leonidas Trujillo fue asesinado por un reducido grupo de sus amigos y allegados que se sentían descontentos con el régimen o que habían sido personalmente perjudicados por él. Este grupo nunca tuvo un plan específico para establecer una verdadera democracia en la República Dominicana. Ni siquiera hubo una ejecución eficaz de los pasos programados previamente para matar a Trujillo y sucederlo en el poder. De ahí que los meses siguientes estuvieran marcados por una gran confusión en muchos órdenes e inestabilidad del sistema político, según podemos testimoniar los que vivimos en esa época.
En definitiva, el resultado fue que Trujillo despareció físicamente y que eventualmente una gran parte de su familia marchó al exilio, pero todos los sistemas y estructuras Trujillistas, incluyendo las represivas y las cuotas de poder que mantenía la oligarquía criolla, han permanecido casi intactos hasta ahora.
La única esperanza de dar los primeros pasos hacia una posible democracia fue destruída rápidamente a los siete meses de iniciarse el experimento.
Lo que ha ocurrido después de ese hecho sólo se puede definir como un crimen horrendo contra todo un pueblo que no tiene consciencia de las repercusiones que han tenido, y tendrán por muchos años, los desmanes cometidos por gobernantes y políticos durante las últimas cinco décadas.
Los gobernantes dominicanos y sus partidos políticos han llegado a un extremo tal de corrupción, incumplimiento de sus responsabilidades y destrucción de las bases para una posible democracia, que los dominicanos no tenemos en estos momentos ninguna posibilidad de elegir un presidente honesto y trabajador que pueda producir cambios significativos en nuestras condiciones de vida ciudadana.
Así mismo, los gobernantes y dirigentes de los principales partidos políticos han logrado un control casi total de los variados estamentos de la sociedad y existe un pacto implícito de proteccion mutua entre ellos, de manera que no importa por cual candidato o partido usted vote, el resultado será prácticamente el mismo: enriquecimiento ilícito de las autoridades y sus cómplices, descuido de todos los servicios públicos y aumento de todos los males señalados con anterioridad. Eso no puede ser democracia ni cosa que se le parezca.
Es lamentable reconocerlo, pero esa es la cruda realidad que nos golpea.
Quizás el peor de los males, y por mucho, que se derivan de lo anterior, es la incontrolable inmigración haitiana, un excelente negocio en manos de políticos, militares y empresarios y que, por tal razón, nunca se han hecho, y aparentemente no se harán, esfuerzos reales, verdaderos y sinceros por detenerla.
Los haitianos que emigran a la República Dominicana tienen una cultura, un idoma y costumbres de vida totalmente distintos a los de los dominicanos, además de un resentimiento y desprecio ancestral hacia nosotros. Los haitianos no aportan nada positivo a nuestro país; al contrario, su influencia en nuestra sociedad es perniciosa y solo contribuye a perpetuar las desgracias del subdesarrollo. La misma contratación de mano de obra haitiana, a precios inhumanos, ha causado un daño irreparable a las aspiraciones del trabajador rural y urbano dominicano de contar con un nivel de salario justo como compensación a su labor, de manera que el 59% de nuestros trabajadores devenga un salario mensual de RD$10,000 o menos. ¿Cómo se pueden satisfacer las necesidades de una familia con ese bajísimo nivel de ingresos?
Podría escribirse todo un tratado sobre este particular, pero esa tarea está fuera del ámbito de este artículo. Sólo me limitaré a afirmar que el problema de la inmigración haitiana, lejos de ser controlado, aumentará cada día y que ese hecho tendrá repercusiones negativas insospechadas sobre cada uno de nosotros y sobre nuestros hijos y nietos.
En cuanto al sustancial incremento que se ha producido en la violencia, la delincuencia y el narcotráfico en la República Dominicana, cabe afirmar que esas calamidades son una consecuencia directa de varios factores, entre los cuales los más importantes son: el alto grado de pobreza existente en el país, la ineficacia de las autoridades en el manejo de esos problemas y la complicidad de éstas para enriquecerse y aumentar su poder político.
¿Qué se puede esperar que hagan miles de jovenes invisibles para usted y para mi; cuyas familias están sumidas en la más profunda miseria; que no han podido adquirir ninguna preparación para optar por un empleo digno; que han perdido las esperanzas de una vida mejor; que han crecido en un ambiente promiscuo y de hacinación; que están alejados de nuestra consciencia social; que no tienen acceso a ningún tipo de oportunidades; y que viven en una sociedad corrupta de ostentación y consumo que desprecia a los desposeidos?
Adivinó usted: subirse al tren de la delincuencia y del narcotráfico.
Déjeme decirle algo. Si usted estuviera en su posición, es probable que también haría lo mismo, pues sus alternativas de lograr una mejoría de vida serían muy limitadas.
Cuando los gobernantes y autoridades no cumplen con sus obligaciones básicas, sólo se tendrá como resultado el aumento de la pobreza, el crecimiento descontrolado de barrios marginados alrededor de las ciudades principales, la carencia de servicios públicos adecuados y un aumento de la violencia y la delincuencia.
Es de esa manera que nuestros gobernantes y autoridades han empujado, poco a poco, pero de modo consistente, a nuestra niñez y juventud más pobre a la delincuencia y el narcotráfico. Ahora esos jóvenes tienen acceso a armas y dinero. Tienen, además, el poder de atemorizar a los ciudadanos de clase media y clase alta, así como a las propias autoridades de la nación. Son reconocidos o admirados por sus grupos o por sus jefes y dan protección física y material a sus familias. No tienen miedo de morir. Se han convertido en gente poderosa y tienen una gran influencia en el medio en el que desenvuelven. Y cuando son atrapados y luego liberados, salen graduados de verdaderos criminales en nuestras inoperantes cárceles. Han alcanzado otro estatus y detentan una cultura asesina que infunde miedo a todos, con el agravante de que muchos de ellos no pueden ser sometidos a la justicia como adultos.
De haber actuado a tiempo, con esfuerzos progresivos en las últimas décadas, ese problema pudo haber tenido solución. En la actualidad, lograrlo es casi imposible.
¿Servirá de algo subir los sueldos, equipar y armar hasta los dientes a la Policia Nacional, así como aumentar sustancialmente el número de efectivos que la integran? No lo creo. La violencia, la delincuencia y el narcotráfico no son solamente la consecuencia de una policía mal pagada y equipada, una policía que está plagada de delincuentes y narcotraficantes, sino de los factores sociales que mencionamos anteriormente.
En cuanto a la corrupción y la impunidad que campan por sus fueros en la República Dominicana, es mucho lo que se ha escrito. Lo que yo pueda decir sobre el particular sería abundar innecesariamente sobre un tema harto percibido y conocido por toda la población.
Sin embargo, hay un aspecto que sí debo enfatizar: Todos los presidentes que hemos tenido, incluyendo al creador y sustentador del sistema vigente de corrupción e impunidad, se han beneficiado extraordinariamente del mismo y es por esa razón que ninguno se ha sentido inclinado a perseguir y castigar a los corruptos.
A fin de engañar a la población más ignorante y ejercitar su acostumbrada demagogia, han propiciado el establecimiento de instituciones y procedimientos cuya misión y objetivos parece consistir en combatir la corrupción, pero sólo hay que ver los resultados obtenidos hasta la fecha para convencerse de la inoperancia de esas instituciones, debido, sobre todo, a la falta de voluntad e interés por parte del presidente de turno.
En el caso del actual presidente, quien ha ostentado el poder político durante 10 años, es obvio que éste no tiene la menor intención de que la corrupción sea combatida y castigada, porque es el principal cabecilla, propiciador y beneficiario de la misma. Aun cuando ha recibido presión de organismos internacionales para controlar la corrupción administrativa de sus gobiernos, es tan cínico que se compromete a hacerlo, pero de antemano justifica su inercia al reiterar su declaración de hace un par de años de que en el país los actos de corrupción son hechos aislados y sin gran importancia.
El impacto de la corrupción en nuestros niños y jóvenes es contundente, por cuanto el mensaje que se les envía es bien claro: robar los bienes públicos o convertirse en un delincuente de cuello blanco es un acto digno de admiración, porque, sabiendo que no hay castigo para ese hecho y que la sociedad lo ve ya como algo casi natural, es preferible que a usted le llamen “león” y no “pendejo”.
Resultará muy difícil erradicar el sistema de corrupción actual.
Por otra parte, los gobernantes dominicanos, especialmente los últimos dos, han profundizado los graves problemas de la educación y de la pobreza y si bien es cierto que el país ha mantenido un crecimiento económico promedio más que aceptable en los pasados quince años, ese crecimiento sólo ha servido para que, en términos relativos, los ricos sean más ricos y los pobres más pobres. El crecimiento económico del país no se ha traducido en desarrollo económico ni en una mejor distribución de los ingresos, de manera que la República Dominicana continúa siendo uno de los países más atrasados del mundo en términos de los principales indicadores sociales, como los de desarrollo humano, progreso real, capacidades básicas, mortalidad y trabajo infantil, y necesidades básicas insatisfechas, entre otros.
En esta misma semana tuvimos una prueba más de esa realidad, pues el Informe Mundial de Desarrollo Humano 2010 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), presentado en Santo Domingo, indica que la República Dominicana “sigue mostrando un rezago en educación y salud (porque no invierte lo suficiente) en relación al logro alcanzado por otros países con igual o menor nivel de riqueza por habitante”, al tiempo que “la desigualdad [de los ingresos por habitante] impide un mayor avance del desarrollo humano en el país”
¿Cuáles son los resultados de esa política económica y social criminal que ejecutan nuestros gobernantes para empobrecer a los segmentos más numerosos de nuestra sociedad? No puede ser otro que la ignorancia, la violencia, la delincuencia y el aumento del narcotráfico. Y a ese proceso se arrastra a la niñez y a la juventud de nuestro país.
Por último, el altísimo nivel de endeudamiento de la República Dominicana afecta negativamente a nuestros niños y jóvenes, pues los gobernantes y autoridades, con nuestra complicidad, están hipotecando el país de una manera tal, que nuestros hijos y nietos tendrán que aportar en impuestos las cargas onerosas que serán necesarias para cumplir con los compromisos de intereses y capital de ese endeudamiento.
En la actualidad, el porcentaje del presupuesto nacional que se destina al pago de la deuda pública es exageradamente alto, lo cual significa que los recursos que deberían invertirse para estimular el desarrollo del país, se están destinando a pagar deudas contraídas para muchos proyectos que en nada han beneficiado a la población y que han alimentado el monstruo de la corrupción, así como a cubrir excesivos gastos corrientes y los propósitos dispendiosos de los últimos gobiernos.
No hay país que pueda avanzar económica o socialmente con una deuda de la magnitud que exhibe la República Dominicana, ni con la aplicación que se ha hecho de los recursos recibidos. Pasará mucho tiempo antes de que ese grave problema pueda ser resuelto.
Lo anterior significa que las posibles soluciones a los problemas arriba descritos son alarmantemente escasas y muy difíciles de ejecutar, porque para ello se requiere que ocurra, entre otros hechos, lo siguiente: (a) acceso a un monto extraordinario de recursos financieros (miles de millones de dólares) para atender las necesidades y justas aspiraciones de la ciudadanía; (b) un gobernante distinto: íntegro, honesto y capaz a toda prueba, dotado de un carácter y disciplina que le permitan estar dispuesto a llegar a los límites que sean necesarios para hacer cumplir la ley, para imponer el respeto, el orden y la justicia y para revertir los daños causados por presidentes anteriores, al tiempo que cuenta con el apoyo irrestricto del pueblo y de las fuerzas armadas y que, por amor a su patria y a su gente, decida ejercer su cargo con la mejor de las intenciones; (c) el concurso de los ciudadanos más capaces y honestos, asi como de la iglesia y las instituciones y empresarios más serios; y (d) el respaldo internacional, especialmente de los Estados Unidos y de paises latinoamericanos hermanos, que se requiere para producir reformas radicales en los sectores clave para el desarrollo económico y social de la nación y para controlar la situación haitiana.
Suena utópico, ¿Verdad?
Mientras los gobernantes y autoridades de nuestro país persistan en su política destructiva, nuestra niñez y juventud no recibirán nunca la atención necesaria para su desarrollo, con lo cual sus opciones de alcanzar niveles satisfactorios de vida continuarán estando severamente limitadas. De ahí a internarse en la espiral infernal de la delincuencia y el narcotráfico sólo hay un paso.
En conclusión, lo que he comentado hasta ahora muestra un cuadro dantesco de nuestra realidad y esa realidad tiene una enorme influencia sobre los niños y jóvenes de este país. Esos niños y jóvenes son nuestros amados hijos y nietos; aquellos por quienes muchos de nosotros estaríamos dispuestos a dar la vida.
Es indudable que nuestros gobernantes y autoridades han sido grandes culpables en la construcción de esa cruel realidad. Sin embargo, ¿Quiénes cargan con el mayor peso de la culpa de que esos gobernantes y autoridades hayan cometido y estén cometiendo tales atrocidades en detrimento de nuestros hijos y nietos?
Es muy facil localizarlos. Solo tenemos que ir a nuestra habitación o baño y vernos en el espejo. Alli encontraremos reflejados a los verdaderos culpables; a las personas que no han tenido el coraje de hacer lo que tienen que hacer para defender el futuro de sus hijos y poner, a tiempo, un alto a las tropelias de los politícos malvados que nos han esclavizado a todos.