“Se
premia al revés: se desprecia la honestidad, se castiga el trabajo, se
recompensa la falta de escrúpulos y se alimenta el canibalismo”
Eduardo
Galeano (1998) Periodista y Escritor
UruguayoCuando García era un niño, varios de sus hermanitos murieron de enfermedades fáciles de curar porque, como vivían tan alejados de los centros primarios de salud y no tenían dinero suficiente para comprar medicinas, fueron tratados con remedios caseros que no resultaron efectivos, el cuadro médico se complicó y los niños fallecieron.
Ya de adulto, uno de los tres sueños más importantes que García deseaba ver convertidos en realidad era ser invitado al programa de Don Francisco y que su padre pudiera verlo por televisión. Eso lo logró parcialmente el domingo 22 de agosto, pero su padre ya había fallecido con anterioridad y nunca se enteró de ello.
Sin embargo, cuando Don Francisco le preguntó a García cuál había sido el principal ejemplo o legado más importante que había recibido de su padre, la respuesta que pocos esperaban de García fue: la honradez.
De inmediato me sentí conmovido, porque la honradez material y moral ha sido uno de los ejemplos que desde joven he querido brindar a mis tres hijos. Espero que, cuando yo muera, tanto ellos como mis nietos puedan sentirse orgullosos de mi comportamiento en la vida y lo testimonien de esa manera cuando sean abordados sobre este particular.
¿Es la honradez un norte que perseguimos en la República Dominicana?
A pesar de que todavía existen aquí muchas personas honradas y que a ellas las adornan también otros valores cívicos y morales, la degradación de nuestra sociedad es tan severa que los hombres honestos son menospreciados y descalificados, por lo cual es difícil saber si los dominicanos consideramos la honradez como una virtud o como un estigma.
La percepción de la corrupción alcanza en nuestro país un alarmante 97%. El desgaste moral es tal que desde varios años empleamos los calificativos “león” para referirnos al empleado o funcionario público que se enriquece rápidamente gracias a la corrupción existente y “pendejo” al que ha tenido una trayectoria honesta durante muchos años y deja su cargo recibiendo la pensión que le corresponde.
Padres e hijos nos incorporamos diariamente a una carrera en la cual sólo lo material cuenta. Los pocos padres que ocupan posiciones públicas de manera honesta reciben reproches hasta de sus propios hijos.
La desintegración de la familia dominicana, causada por el hecho de que en el 40% de nuestros hogares falta uno de los padres o los dos y por la falta de atención y tiempo a los hijos, además de ser excesivamente permisivos con ellos, tiende a agravar los problemas de corrupción y delincuencia.
El haber llegado a la edad que tengo y haberme desempeñado en posiciones ejecutivas de cierta importancia, me ha brindado la ocasión de conocer muchos profesionales y empresarios a quienes consideré como personas honradas, pero desde que pasaron a ocupar cargos públicos me demostraron con sus acciones ser tan corruptos como los demás funcionarios y políticos inescrupulosos que nos han gobernado durante décadas.
Los dominicanos vivimos en una espera constante de que nos llegue la “oportunidad” de ser nombrados en un puesto público, mientras los más pobres sólo esperan recibir las migajas que les reparten los politicastros dominicanos. La mayoría de los cargos públicos están contaminados por el sistema de corrupción imperante en el sector oficial y en el privado. Si a usted lo nombran en el Gobierno y no sigue los lineamientos de ese sistema puede asegurar que pronto saltará de su posición o su seguridad correrá peligro.
¿Cuál es la causa principal de todo este deterioro?
Me atrevo a afirmar categóricamente que la razón fundamental de los altos niveles de corrupción que hemos alcanzado es la impunidad. Debido a esa maldición, fomentada por los políticos dominicanos en contubernio con el Poder Judicial y con los más bajos intereses de la nación, los presidentes de turno y sus funcionarios, socios, familiares, amigos y cómplices, han usado su poder y sus posiciones para desfalcar abiertamente el erario público con la seguridad de que las autoridades que los reemplacen en el poder no los perseguirán por los delitos cometidos, ya que éstas harán lo mismo porque existe un acuerdo tácito de impunidad entre ellos.
Es por eso que, con harta regularidad, se producen hechos vituperables y escándalos que involucran incluso al Presidente y a altos funcionarios, sin que éstos se molesten en referirse a ellos y, mucho menos, en ofrecer explicaciones, pues no sienten el más mínimo respeto por la ciudadanía.
Los Presidentes de la República Dominicana han tratado de dar la impresión de que propician la erradicación de la corrupción, bien sea a través de los múltiples organismos oficiales que aparentan ejercer esa función o mediante declaraciones esporádicas de sus funcionarios o de ellos mismos, pero casi todos sabemos que estos presidentes han sido y son los verdaderos cabecillas o sustentadores de la mafia gubernamental. Si no lo fueran, actuarían de otra forma y otro sería el resultado. Hay que ser ignorante o imbécil para creer lo contrario.
Los Presidentes, congresistas y funcionarios que han manejado la caricatura de democracia que hemos tenido en las pasadas cuatro décadas, sobre todo en los últimos 15 años, no han sido más que hipócritas y simuladores que nunca han estado interesados en el bienestar de la población dominicana, sino en su propio bienestar y en el de los suyos, mientras nosotros lo permitimos todo y no hacemos nada.
Ha sido esa corrupción rampante, auspiciada por presidentes y políticos inescrupulosos, la que ha producido que en sólo unos pocos años la situación nacional haya empeorado tanto que actualmente vivamos sujetos a las fuerzas negativas del narcotráfico, el lavado de dinero, la delincuencia y la inseguridad ciudadana y que casi el 60% de la población dominicana quiera irse del país, en vez de luchar por su libertad y por su patria.
¿Cuáles son, entonces, las opciones que tiene el Pueblo Dominicano para enfrentar estas fuerzas negativas?
Los dominicanos tenemos la tendencia de esperar infructuosamente la ayuda de quienes no están en la disposición de respaldarnos. El sector empresarial, las organizaciones de la sociedad civil, los medios de comunicación, los periodistas, los sindicatos, las fuerzas armadas y la policía nacional, los políticos de partidos mayoritarios, minoritarios y emergentes, así como la Iglesia han dado la espalda a los genuinos intereses del pueblo dominicano.
El segmento más poderoso del sector privado o empresarial ha sido tradicionalmente propulsor de actos de corrupción o protagonista principal, tanto por contrabandos descarados de mercancías como por sobornos a funcionarios públicos de todos los niveles para la ejecución de proyectos o transacciones con el Gobierno.
Las veces que el sector empresarial se ha reunido con el Presidente o con altos ejecutivos del Gobierno para tratar asuntos que afectan negativamente a la ciudadanía, sólo han servido para evidenciar que ellos se preocupan exclusivamente por sus propios intereses, sin que les importe un comino los perjuicios que puedan recibir los demás seres humanos que conformamos esta nación y sin que sus decisiones puedan ser variadas por posiciones contrarias de asociaciones de empresas o industrias que no tienen suficiente poder dentro del sector.
Es por eso que, como resultado de una corrupción y complicidad que data, en algunos casos, de más de un siglo, muchos de los grandes empresarios de este país hayan acumulado cuantiosas fortunas. Otras surgieron de negociaciones turbias con el Gobierno y del uso de coyunturas políticas para sacar ventajas y recibir concesiones especiales y exoneraciones, así como de operaciones irregulares con los bienes y empresas que fueron propiedad de la familia Trujillo y que pertenecían al Estado, que somos todos nosotros. Han sido fortunas que han nacido del dolo.
A lo anterior se debe, en gran medida, que traicionaran y conspiraran, conjuntamente con otras fuerzas oscuras del país, contra el ensayo democrático de 1963.
Es muy difícil que el sector privado y empresarial se ponga al lado de los que sufren y que están sujetos a la injusticia y la exclusión social.
Por otro lado, tenemos a las principales instituciones que representan la sociedad civil, las cuales se han desviado de sus hermosos principios y se han plegado a los dictados del poder político, aun cuando están conscientes, plenamente, de los perjuicios que diariamente recibimos los dominicanos por la pésima gestión gubernativa de nuestros políticos. A menos que otras fuerzas sociales tomen la iniciativa y el pueblo reaccione, es poco lo que podemos esperar de estas organizaciones, pues han sido seriamente afectadas por el poder político, por su dependencia de recursos externos y por su relación estrecha con grupos o entes locales cuyos intereses particulares coliden con la misión, valores y objetivos de las mismas.
De los medios de comunicación, periodistas y sindicatos es casi nada lo que se puede esperar, ya que éstos han sido prácticamente comprados por los politicastros dominicanos y el Gobierno. Son ellos la más cruda evidencia de los efectos negativos de la corrupción.
Tampoco puede esperarse nada de los posibles candidatos de partidos políticos mayoritarios, minoritarios o emergentes, todos ellos con disfraz de honestos y trabajadores y con pretensiones de llegar un día al poder, pues sus manos están atadas por sus ambiciones personales y por los compromisos y obligaciones de todo tipo que han contraído y que tendrían que contraer para contar con el apoyo y recursos suficientes en procura sus objetivos. Una vez en el poder, estarían tan contaminados como los gobernantes actuales.
Las fuerzas armadas y la policía nacional, por su estructura y naturaleza opresora Trujillista al servicio de los políticos de turno y de otros intereses oscuros, han demostrado ser un fiel exponente de la corrupción y de la delincuencia. Han desaparecido aquellos pocos oficiales que tenían mística, capacidad de mando, honestidad y, sobre todo, patriotismo. Poco o nada puede el pueblo esperar de ese sector.
Por último, ¿Cuál ha sido el papel de nuestra Iglesia Católica en este contexto?
Jesús, nuestro Señor y Salvador y que está hoy más vivo que nunca, no fue una persona engreída, arrogante, ostentosa o prepotente, ni apegada a lo material; al contrario, predicó siempre con un ejemplo admirable de sencillez, mansedumbre, desprendimiento, humildad y sacrificio. Fue fiel a su afirmación de que “si alguno quiere ser el primero, que se haga el último de todos y el servidor de todos”. Me parece que el comportamiento de los principales jerarcas de nuestra Iglesia es muy diferente al de Jesús.
Jesús también combatió y se opuso tenazmente a los grupos políticos y religiosos poderosos de su época, sobre todo a los fariseos y saduceos, que imponían severas cargas a los judíos, mientras ellos disfrutaban de privilegios y canonjías e incumplían sus deberes: exactamente como ocurre en nuestro país. Jesús reiteradamente los llamó hipócritas y sepulcros blanqueados.
Los corruptos e impunes gobernantes dominicanos y sus cómplices que nos han oprimido hasta hoy son, efectivamente, los fariseos y sepulcros blanqueados de la República Dominicana. Están, como ellos, llenos de rapiñas y perversidades. ¿Ha enfrentado nuestra Iglesia a esos gobernantes de la misma forma en que Jesús enfrentó a las autoridades judías? La respuesta es obvia. Luce, más bien, que los jerarcas de la Iglesia no desean ver disminuidos sus privilegios, ni ser crucificados como nuestro amado Buen Pastor.
A pesar de todos los sufrimientos del pueblo dominicano, la Iglesia Católica sólo combatió abiertamente a Trujillo cuando éste se empecinó en recibir el título de “Benefactor de la Iglesia”. Desde el asesinato del sátrapa, la Iglesia se ha mantenido a la sombra del poder o participando indirectamente en él, recibiendo bienes y favores de políticos, gobernantes y empresarios, mientras los pobres de recursos y de espíritu de la República Dominicana sufren los embates despiadados de sus verdugos y la clase media soporta las consecuencias de las pésimas administraciones gubernamentales.
Jesús eligió a Pedro para edificar su Iglesia y los representantes con distintos niveles de autoridad en esa Iglesia, sucesores de Pedro, deberían estar dedicados a su feligresía, en procura de su bienestar físico y espiritual. Los católicos esperamos que nuestras autoridades eclesiásticas nos defiendan, no sólo con repetidas declaraciones en periódicos, opinando sobre todo y sobre todos, opiniones que de nada sirven y a las que nadie en el Gobierno hace caso y que los hacen aparecer como vulgares dirigentes de partidos políticos, sino con acciones concretas que eviten los perjuicios que ahora sufrimos y que produzcan una mejoría sustancial en las condiciones de vida de los más necesitados. Acciones concretas que disipen la duda de que también se están burlando del pueblo y de que son cómplices de los gobernantes de turno.
Los representantes de nuestra Iglesia demostrarían que son verdaderamente discípulos de Jesús si siguen su ejemplo, guardando sus palabras y su proceder, poniendo en práctica la defensa de los oprimidos. Y este es un pueblo oprimido. Jesús lo dijo: no desea representantes que lo honren con sus labios, pero cuyos corazones estén lejos de El.
No quiere esto decir que no existan sacerdotes consagrados e identificados con los sufrimientos de nuestra gente. Al contrario, hay muchos buenos sacerdotes, pero su disciplina y apego a las normas y procedimientos de la Iglesia les dificulta tomar decisiones en ese sentido. Eso debe cambiar, si es que desean cumplir con el juramento que hicieron a Dios al aceptarlo en su corazón como el único camino, la verdad y la vida.
En verdad les digo que parece que desde hace un tiempo llegó la hora, y es ahora, con concordato o sin él, en que la Iglesia Católica, se ponga al lado de la ciudadanía y luche con ella hombro con hombro para librarla de estos opresores y ladrones vulgares en que se han constituido los políticos y gobernantes dominicanos. Es su obligación y deber cristiano, si es que Jesús es verdaderamente su ejemplo y su líder. Lo mismo se aplica a las demás iglesias cristianas que operan en el país.
Por su influencia y su poder, el apoyo y defensa de la Iglesia Católica (si es que algún día se decide a utilizarlos para beneficio de la ciudadanía), es una de las dos únicas esperanzas que aún tenemos de sobrevivir al tsunami de la corrupción y de la impunidad y de todos los males que se han derivado de estos flagelos en años recientes.
La reacción oportuna, vigorosa y decidida de los propios ciudadanos es la otra esperanza. Para que eso ocurra se requiere que los hombres de este pueblo nos sobrepongamos, venzamos nuestra apatía y usemos todos los medios pacíficos de lucha a nuestro alcance para reconquistar nuestra dignidad, nuestra familia, nuestros derechos y nuestra libertad.
De no producirse esas condiciones, veo con profunda tristeza los sufrimientos que nos azotarán en los próximos seis años.